Opinión

Perder no es ganar

De siempre, los perdedores de las elecciones se las pulen para desfigurar el fiasco. Nunca falta el argumento que lo enmascara hasta dar la vuelta al calcetín, como si el ciudadano comulgase con ruedas de molino. Y algunos lo tragan. Salvo que la evidencia no lo permita, caso en esta ocasión del PP, que admitió la derrota sin paliativos. No le quedaba otra alternativa, con independencia de cualquier análisis sobre los motivos de la revuelca. Pero fracaso sin atenuantes fue igualmente el de Podemos, dejando por el camino nada menos que veintinueve diputados, y Pablo Iglesias lo vendió como si el fuese el principal adalid del triunfo de la izquierda, acuciando a Sánchez formar parte del Gobierno, como única solución, dice, para impedir una derechización. Iglesias ya no consigue engañar a nadie, y sus cambios de táctica no modifican conquistas electorales, salvo el de ir perdiendo fuelle en cada consulta que pasa. Se supone que los socialistas no van a caer en la trampa y en el descrédito que tienden los podemitas, sabiendo que si Iglesias se integra en el Ejecutivo como vicepresidente, la figura de Sánchez no tardaría en rescrebajarse. Y la tan necesaria estabilidad de la gestión, en resentirse.

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