La vida auténtica

Quinta. AEP
Quinta. AEP
Tengo la incontrolable manía de imaginar cómo crecerán y en qué se convertirán los niños que me rodean. Amortiguo así la angustia por no llegar a verlo en muchos casos

He visto crecer a este vecino como un niño callado en viajes de ascensor y ahora es un muchacho. Me sonríe, habla. Y pienso cuando baja en su planta: ¿quién vas a ser?

Hace 25 años, Pedro Almodóvar recogía el premio Oscar a Mejor película de habla no inglesa por ‘Todo sobre mi madre’. De esa cinta pervive una escena y quizá una de las mejores respuestas a la cuestión sobre ser y hacia dónde va uno. El personaje de La Agrado anuncia que la función teatral se cancela e invita al público a quedarse y escuchar su historia. Relata con humor su proceso de transición, las operaciones, el ponerse dos pechos porque ella no es ningún monstruo. “Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”, remata entre aplausos.

Después de ver los filmes ‘Muy lejos’ y ‘Una quinta portuguesa’, nominadas a los premios Feroz y con previsión de llegar a los Goya, me enfrento a mi experiencia, reflexiono y vuelvo sobre el monólogo de La Agrado. Ambas películas muestran el desafío de ser uno mismo por caminos opuestos y con resultados dispares. Pero, ¿cuál es el coste de la autenticidad? ¿Cómo de duro resulta ser uno mismo?

Gerard Oms debuta como director de cine poniendo su propia historia en pantalla. En ‘Muy lejos’ (‘Molt lluny’) cuenta su juventud y la inexplicable decisión de emigrar para intentar solucionar una crisis en su interior. En Utrecht, rodeado por varios idiomas que no comprende y envuelto por una sociedad que lo empuja a su límite, el protagonista y trasunto de Oms debe mirarse al espejo para resolver la duda. Conozco bien esa incertidumbre. Por eso sé que la interpretación de Mario Casas es sublime. El pulso se acelera al verlo rozar la respuesta tan clara, tan obvia y, sin embargo, tan enredada en su conciencia.

La película tiembla de vida en el pulso de un cineasta que carga la cámara y arrastra varias historias. Retrata el impacto de la crisis 2008-2012 sobre cierta generación de jóvenes, la dualidad de la realidad migrante, el privilegio de unas pieles sobre otras, la pillería y la necesidad, la brutalidad institucional, el movimiento de un cuerpo que desea y detesta a otros iguales simultáneamente y la pérdida, en el sentido más amplio, de un paisaje conocido donde existir sin máscaras.

La huella de los hermanos Dardenne y Ken Loach es innegable. Además, en ‘Muy lejos’ y su protagonista resuenan los ecos de ‘Matthias et Maxime’ de Xavier Dolan. Funciona como cine social europeo porque se aprecia lo urbano y húmedo, carente de otro color salvo grises y azules; aunque el fondo es un pulso contra la pasión. Existen las miradas furtivas y el silencio asustado por la respuesta, tanto como la voluntad de liberarse y bailar, lo más cercano a volar que alcanza una persona. Pese a ello, toda la valentía del mundo no basta y uno se siente solamente uno. Pero llega un beso y todo se transforma. Los ojos solo ven; los labios acogen.

Mario Casas plasma el sufrimiento por un despertar y una aceptación que Gerard Oms hubo de pasar. La historia de un hombre gay bloqueado por existir así. Escucho y repito con frecuencia que a quién le importa ya a estas alturas y, sin embargo, lo general sigue siendo la angustia y no la ligereza. Luego, lo afirmo, no es tan fácil para todos, y repaso la lista de nombres que conozco en esa situación, otros que intuyo también y la inmensa mayoría que desconozco. Me invade la pena.

Sufro verdadera tristeza y rabia al asumir que en esta vida, la única que con certeza podemos disfrutar, muchas personas se privan de ser o reniegan de sí mismas. Fuerzan otra identidad, aunque solo se pueda cambiar lo superficial y nunca la esencia. En la espera por ese cambio comienzan a aparentar ser alguien que no. Se estira la farsa hasta adherirse sobre la piel y, para entonces, romperla significa herirse. Pero compensa. Siempre compensa y es menor el dolor de ser uno mismo que el de vivir fingiendo ser otro.

Precisamente sobre la oportunidad de existir en un mismo tiempo como varias identidades reflexiona ‘Una quinta portuguesa’. La tesis es diferente. Reinventarse o transformarse supone romper las fronteras limitantes de lo que uno mismo es. La película dirigida y escrita por Avelina Prat presenta a tres personajes que solo conocen la libertad al camuflarse y comportarse como extraños, como otra gente nueva que los libera de su pasado y su trayectoria vital. Así, poco a poco, se muestran con mayor honestidad.

Todo se inicia con una fuga sin explicaciones. Desaparecer es un acto revolucionario y de radical independencia, pero genera las preguntas más encarnadas en los demás. La trama sigue a Fernando, un profesor de geografía especialista en mapas, que huye de sí mismo y la ausencia de su mujer. En Portugal recibe la oportunidad de suplantar a un muerto que no conoce y, por tanto, inventarse. Se convierte en jardinero y su realidad masiva de continentes dibujados pasa a ser una finca con sus ciclos y tiempos.

Entre un cuidado guion y estética escueta y refinada próxima a Manoel de Oliveira, la mentira muta en verdad al no haber otra alternativa. Todos los personajes se han exiliado de su propia vida para poder continuar y rememoran como ancianos su juventud lejana. Sin embargo, como explica María de Medeiros, debe atenderse a los fantasmas. El pasado es también materia del presente y ningún yo es más urgente que el auténtico.