Opinión

Mónica Vitti está muerta

Uno espera el cese momentáneo de su actividad laboral por goce y disfrute, las vacaciones, con ansias y contando la caída de los días. Ahora que, tras tanto tiempo, llegan las mías de manera inesperada y me encuentro como un llanero solitario en un avión de vuelo nacional, afronto la realidad: ¿Y si me aburro? Como firme defensor del estado de reposo frente al sistema productivo que Lafargue y Bertrand Russell defendían, me aterra la posibilidad de ser desbordado por el exceso de quietud y tiempo que reclamo.
Mónica Vitti. EP
photo_camera Mónica Vitti. EP

PARA reaprender el significado de descanso, me dejé caer por Taormina, ciudad al este de Sicilia, durante una lujosa estancia de siete horas. Ensayé cómo es eso de las vacaciones con la segunda temporada de The White Lotus (HBO Max). De Tanya McQuaid, el personaje de Jennifer Coolidge en estado de gracia, recibí la primera lección sobre cómo vacacionar. Los medios de transporte no son tan importantes, son un trámite que humaniza a grandes masas mediante la incomodidad y la impaciencia. Lo fundamental reside en la entrada en el hotel, en el poso de desgana perceptible cuando los brazos cuelgan lánguidos solicitando ayuda para cargar con el propio equipaje. Algo que ocurre exclusivamente en hoteles, el único espacio de auxilio al exhausto, y no en cualquier otra forma derivada de hospedaje.

Tras una introducción a las instalaciones de sanación, de examinar la rigidez de la cama, de acostumbrar la vista a la estética de la nueva celda; es necesario suspirar frente a la ventana. En esa exhalación sonora y prolongada debe expulsarse cualquier idea transitoria de productividad, el momento más terrorífico para la Escuela austríaca. Asumir que no es el momento de contribuir activamente a nada salvo la relajación es un paso crucial, aunque de extrema dificultad por la renuncia a las presiones externas y los impulsos internos, pasionales.

Abandonarse al dolce far niente es un arduo trabajo. A través del coro pecador que compone el reparto de The White Lotus es posible observar las diferentes actividades, prácticas y estados de ánimo que una persona puede atravesar en el proceso de descansar. La alimentación es uno de los pilares en lo que se cimenta la diferencia entre rutina y vacaciones. El exceso gustativo y alcohólico va de la mano de esa buena vida, es como una tendencia relajada de atreverse a probar lo que de natural no llamaría la atención. De todos los sentidos, resulta ser el gusto el más ligado a la pereza o la lujuria y no la gula, si quisiese cuantificarse lo vacacional con lo pecaminoso. La indumentaria es otro factor decisivo a la hora de diferenciar a un visitante estacional de un habitante, como bien saben los personajes de Mia y Lucia, prostitutas ocasionales con la picardía mediterránea y la mirada cándida del neorrealismo de Visconti. Vestirse con ropa de vacaciones supone entregarse al color, la textura, el brillo y la extravagancia que nos alejan del gris y el algodón cotidiano. Sea calor, sea frío; el uniforme de descanso se reconoce a simple vista, por ello estafadores o prostitutos lo imitan a la perfección en los bares de los hoteles.

Las pasiones se desatan en las vacaciones, se liberan del tedio del dormitorio rutinario y los corazones solteros o infieles buscan la mirada cómplice en las esquinas, en las orillas, en los cruces o al otro lado de un comedor. Tal y como sucede con el juego de parejas compuesto por Daphne, Harper, Cameron y Ethan, los espacios de descanso pueden convertirse en los recovecos del deseo.

Eso en lo relativo a las bajas pasiones que denominaría Epicuro, pero también son las vacaciones el periodo indicado para el acto de cultivarse. Los museos, las salas de exposiciones, las rutas naturales y, sobre todo, el deseo exacerbado de leer las páginas que llevan meses posadas en el estante son los actos de cultura más habituales. Sin embargo, hay un cierto esfuerzo en este tipo de entretenimiento, pues casi debe sortear las distracciones menos exigentes por el que nuestro cerebro tiene predilección.

En The White Lotus todo el mundo intenta leer en algún momento, desde un contrato a una novela a la cual no termina de vérsele el título en ningún plano. Es normal, a nadie le importa realmente. La literatura más interesante y la cultura más estimulante sucede únicamente de forma oral. El diálogo articula el pensamiento vacacional, da igual si bulle dentro o desborda por la boca. El tiempo para interactuar de verdad y superficialmente con los congéneres o uno mismo son síntomas del descanso.

Cantaba Dalida que ella se había enamorado en Portofino. Con los sentidos relajados y estimulados, toda emoción se multiplica y es fácil engañar a la razón. Entre las facilidades de las vacaciones, liberados de la obligación productiva, nos volvemos ciegos y elegimos no ver que la rutina de otros es, precisamente, nuestro descanso.

Por eso, como acontece en The White Lotus, necesitamos una gerente, una Valentina, que ante nuestros gestos fingidos, atuendos teatrales y lenguas desatadas nos recuerde que no, que no somos Monica Vitti paseando por Taormina, no somos protagonistas de nada más que de aquello por lo que hemos pagado. Que Monica Vitti está muerta, como en unos días lo estará la persona en que nos convertimos cuando somos lo que el ser humano es por defecto: un criatura diseñada para la vida.

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