Nuevos espartanos
Sería quizá una abeja culturista de cintura imposible, una mantis suplementada de proteína o un insecto palo anabolizado. Llevo semanas rumiando alrededor de los mismos conceptos. Decidí plasmar estas ideas al terminar de ver la película The Whale de Darren Aronofsky. En ella, Brendan Fraser interpreta a un profesor de literatura aislado al que gritan ¡Gordo! decenas de veces. El personaje funciona como metáfora de la ballena Moby Dick aunque es un obeso mórbido.
Pese a que llevo años practicando ejercicio rutinariamente, resulta imposible obviar el hecho de que no he sido ni seré una persona delgada. Como mucho, llegaré a lo que el icono trash Soy Una Pringada definió como exgordo. La vida ya solo puede sucederme así. Eso significa que sobre cada mancuerna levantada, kilómetro corrido o tabla completada pende una mirada ajena que se traduce en: "Gordo, no engañas a nadie". Una voz no siempre pronunciada, pero que se oye y resuena dentro por culpa de la experiencia. Sé qué se piensa y poco me preocupa ya.
Sin embargo, siento angustia por el futuro y las generaciones más jóvenes, por la sociedad que nos rodea y vive en el escrutinio de su peso, de su aspecto. Lo reflexiono al ver en mi gimnasio a chavales muy por debajo de una edad lógica. Ahí, en medio de esa pequeña galaxia que encierra a las voces que gritan gordo y a los gordos, a los nuevos espartanos, a los frustrados y atrapados en crisis, a los creyentes del insano evangelio según San Fitness, a los despechados que culpan al físico de su desamor. Peligro, mucho peligro.
La Sociedad Española de Medicina Estética ha informado de que casi la mitad de la población española se sometió a una operación estética el año pasado. Además, el 65% de los tratamientos son realizados por personal no cualificado. Estos datos arrojan dos realidades: la belleza o ser percibido como bello es una urgencia en nuestra era y da igual el modo de llegar a ello. Esta situación se agrava en lo relativo a las personas más jóvenes, que consumen y asimilan la imagen como un elemento casi sagrado, a pesar de que esa imagen probablemente no sea real. Y con real me refiero a alcanzable de manera natural.
Vayamos un momento a la televisión para ciertos casos ilustrativos. Por un lado, a la tarima del programa La Revuelta se suben con frecuencia deportistas que inciden en sus entrenamientos y el esfuerzo. Ciertas verdades desaparecen cuando los invitados son dos culturistas. Su aspecto físico y los métodos de esas disciplinas se mantienen al margen, aunque contravengan lo recomendable. Con todo, su simple presencia normaliza e inocula una desviación de lo posible corporalmente para la audiencia joven.
Ahora pongamos un ejemplo real, la cómica Lala Chus que colabora en el formato y no interviene para hablar de su físico, aunque solo por ser gorda despierta y concentra el debate sobre lo sano de ser gorda en televisión. Cambiando de canal, otro programa líder en su franja utiliza el poder blando con maestría y en su máxima expresión. El concurso La ruleta de la suerte ejecuta con hilo fino uno de los ejemplos más sibilinos del odio televisado a la gordura. Invito a observar cómo en cada programa emplean paneles moralistas o sobre recetas "sanas" y en otros señalan el picotear como "una vergüenza", el consumo de dulces como "un pecado o capricho".
De vuelta al gimnasio, la simple atención permite extraer ciertos apuntes. Por un lado, existe una masa que se esfuerza por transformar su físico en dirección a esos cuerpos que bombardean las pantallas, tanto en redes sociales como en formatos estilo La isla de las tentaciones. Anatomías dignas y deseables. Otros ya gozan de esa forma y operan como gurús os en nombre de lo salubre. Yo veo vuestras venas, veo vuestra piel y a algunos de vosotros os he visto esnifar varias rayas de cocaína en alguna discoteca. Tan buenos los polvos del batido como esos otros. Salud, decís, salud.
En el episodio Saldremos del gimnasio del pódcast Saldremos mejores, la entrenadora Claudia Mahiques reflexiona sobre la dimensión de templo de masculinidad que los gimnasios han recuperado. También como refugio neoliberal y cuna de la radicalización entre los hombres jóvenes. Sumaría a esto a quienes entran en ese mundo para cambiarse porque se ha roto su relación amorosa y no lo entiende o no lo supera. Lo resumí hace años en una frase: Mono mueve piedra, mono cansado, mono duerme, mono no piensa.
Por mi parte, analizo los tatuajes de todos los que me rodean en las salas y me sorprendo ante la cantidad de centuriones romanos y otras variaciones en tinta sobre piel. Vuelve el estoicismo porque ellos leen los textos fundamentales de esa doctrina, incluso las Meditaciones de Marco Aurelio. Practican la abstinencia sexual, la resistencia ante el contexto, la contemplación e introspección, desprecian el placer y se enfocan en lo físico. Por lo que sea pasan de la colaboración política y social de la filosofía estoica, entre otros puntos. Solo eligen lo pseudomilitar e individual. Soldados modernos de cuerpo esculpido para una guerra que desconocemos.
El canon de belleza actual se ha desplazado a su versión hipertrofiada como la ventana política hacia la extrema derecha. Y así, a su vez, también se mueve el debate sobre la salud, pero de forma falsaria.
Las consecuencias del movimiento fitness están por descubrir en ciertos casos. Es previsible un aumento de lesiones articulares con la edad y peor envejecimiento de un cuerpo entrenado en exceso. Otra incógnita rodea al desgaste metabólico de los órganos implicados en asimilar batidos proteicos. En caso de esteroides anabólicos o testosterona, los problemas cardíacos y las muertes prematuras se disparan. Mención aparte merece el uso de Ozempic y otros adelgazantes. La revista Nature viene de resolver que esos fármacos convencen a tu cerebro de que comer no es placentero.
Ser gordo es una cuestión de dominio público. Pero del abuso de horas de gimnasio o la hipervigilancia sobre la comida apenas se murmura. Estos comportamientos y múltiples trastornos de la conducta alimentaria han logrado pasar desapercibidos gracias a camuflarse como sano. ¿Por qué? Porque el resultado no es la obesidad. La salud ya no es un estado y tiene un aspecto que, según ellos, es el suyo.