Opinión

La reina que limpió retretes

En la madrugada del 25 de febrero, me reuní con unos amigos frente a la pantalla de un ordenador que estaba sintonizando la televisión mexicana. Esta es una de las pocas maneras de ver en directo la gala de los premios Oscar desde España. Glenn Close era la actriz favorita para ganar, ya le tocaba; incluso vestía de dorado para la ocasión

SIN EMBARGO, había una parte de mí que no quería esta victoria, así que cerré los ojos. Lo siguiente que recuerdo es ver a la reina de Inglaterra recogiendo un Oscar.

La mujer sobre el escenario era británica, de una cierta edad y pasaba desapercibida. Se trataba, sin ninguna duda, de alguien normal. Sus ojos tenían lágrimas reales, sonreía enseñando la encía como alguien alegre de verdad y dudaba sobre lo que decir. Pocos en aquel salón la conocían, pero Olivia Colman ya llevaba un tiempo entre nosotros.

La actriz llegó a las televisiones españolas gracias a Broadchurch, aunque su trayectoria tenía cierto recorrido en Reino Unido. Ahora, tras dos décadas de trabajo, Colman ha sido nombrada Tesoro Nacional’y encarna a la reina Isabel II en la tercera temporada de The Crown (Netflix). La monarca es seguidora de la serie, aunque no se ha pronunciado en la polémica alrededor de la elección de Colman como actriz: sus orígenes obreros.

Mientras que en Hollywood se premian las historias de superación personal, en las islas británicas la fama está solo al alcance de aquellos que descienden de nobleza o se pueden permitir las carísimas escuelas de interpretación. Este es el caso de Hugh Grant, Kate Winslet o Tom Hardy; todos ellos parte del selecto club. Sin embargo, Colman, hija de un topógrafo y una enfermera, fue rechazada en la industria por sus portes de campesina y pensó muchas veces en aquel test de habilidades que hizo en el instituto, cuyos resultados le recomendaban que se dedicara a conducir camiones.

Muchas estrellas relatan su vida antes de la fama como un camino de espinas, Colman lo reduce a que «disfrutaba mi trabajo y me gusta hacerlo bien», sin dramatismo. Coordinó sus primeros pasos en la industria con puestos de recepcionista, oficinista y fregando retretes en un bed and breakfast. Frente a la televisión de las habitaciones del hotel que limpiaba ensayó discursos de premios que parecían lejanos, los pequeños roles que conseguía no pagaban las facturas y, en una ocasión extrema, llegó a buscar dinero en el sofá para comprar una patata.

Entre trabajo precario y papeles mínimos estaban las audiciones. En una se comió un cigarro para conseguir el personaje; en otra llegó a ir vestida como una prostituta —según sus palabras— para un casting de monjas, algo que ella desconocía. Cuando no era rechazada de entrada, algo se torcía en el proceso. El camino se complicó demasiado por deudas bancarias y Colman decidió hacer un anuncio para la Asociación de Automovilistas británicos, algo que casi arruina su carrera. Aguantó el golpe y continuó encadenando trabajos. Había pasado una década y la opción de convertirse en profesora, como había prometido a su madre, parecía algo más solvente. Pero sin previo aviso llegó Tyrannosaur, su primer éxito. El mundo había visto a Olivia Colman y solo podía preguntarse: "¿Dónde había estado hasta ahora?". A lo que, imagino, ella habría contestado: "En mi casa".

En este punto todo podría volver a derrumbarse, no sería la primera vez. Pero no fue así. Su currículum de trabajos normales desde ese momento también recogía la palabra actriz, con todas las letras y personajes que suponía. Tras interpretar a una religiosa maltratada, llegó el rol de hija de Margaret Thatcher en La dama de hierro —junto a Meryl Streep, quien dijo de Colman que «su talento es un regalo de los dioses»—, la detective pueblerina de Broadchurch hecha a medida para ella y la directora de un centro para solteros en la cinta Langosta de Yorgos Lanthimos. En medio de estos hitos también participó en películas de perfil bajo y miniseries; los papeles no dejaban de llegar.

Hasta el mismo John Le Carré cambió de sexo al detective de The Night Manager para que Olivia Colman encajase, que en aquel momento estaba embarazada y pareció un guiño a la Frances McDormand de Fargo. Con esta miniserie llegó el primer Globo de Oro y entonces la actriz comprendió que aquellos discursos ensayados mientras limpiaba no tenían sentido ahora. El camino no volvería a torcerse.

Al mismo ritmo que llegaban los papeles, aparecían las entrevistas llenas de respuestas sin pelos en la lengua. Colman se vio entonces en la obligación de discutir con Wikipedia, ya que el gigante de la información tenía mal los datos sobre su edad —le añadían 8 años— y ella estaba cansada de corregir a todo el mundo. Llegó a enviar su certificado de nacimiento para enmendar el error.

Con la llegada del éxito y reconocimiento internacional gracias al filme La Favorita, Colman comprendió que el Oscar a mejor actriz y el resto de premios suponían un cambio de estatus. Algo que, como era de esperar, también rechazó para no perder la normalidad. Ahora asume la responsabilidad de encarnar en The Crown a la reina Isabel II durante las crisis de la época y la llegada de personajes como Lady Di y Margaret Thatcher. Cuando le preguntaron qué haría con el sueldo, respondió con sinceridad que arreglará el cuarto de baño porque «no ha funcionado en los últimos tres años». Aunque haya interpretado a tres monarcas, Olivia Colman no se siente como ellas y recuerda que la plebeya con aires de campesina debe seguir pagando facturas.

Quienes la han visto trabajar en The Crown confirman lo que ella dice de sí misma: no tiene un método. Cuando la luz roja está encendida y las cámaras graban, alza la barbilla y muda de piel, adoptando la realeza como algo personal. Su compañera de reparto Helena Bonham Carter —que interpreta a la fallecida princesa Margarita e incluso contrató a una médium para hablar con ella— no comprende esta capacidad. Será que ignora que llevar la corona no cuesta tanto como empujar un carrito de la limpieza y llegar a fin de mes.

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