Opinión

El sheriff solo habla italiano

Era 1964 y en Roma dos hombres se encontraban por motivos empresariales. Uno de ellos había contactado con el otro porque lo quería fichar para que hiciese la banda sonora de su película El magnífico extranjero, un western. En cierto momento, al cineasta comenzó a temblarle el labio inferior. El músico arqueó las cejas y preguntó: "¿Es usted Sergio Leone? Fuimos juntos en tercer curso"
Ennio Morricone
photo_camera Ennio Morricone

EL COMPOSITOR Ennio Morricone (Roma, 1928-2020) solo olvidaba lo que él quería. Morricone y Leone coincidieron en la escuela del Trastevere siendo niños. Fue el devenir de la vida y la fama incipiente del compositor lo que llevó al cineasta a citarlo para colaborar. No fueron amigos en la infancia, no mantenían mayor relación que el recuerdo de un labio titubeante y meses en el aula, pero aquello marcó el inicio de una doble revolución: la del cine de vaqueros y el despegue de la carrera de un genio.

La vida de Ennio estaba a punto de cambiar, sin él anticiparlo, gracias a un oficio que no había escogido, como casi nada en su vida, algo que se muestra en el documental Ennio: El maestro, de Giuseppe Tornatore o en las memorias del compositor, En busca de aquel sonido.

Morricone fue un orgulloso romano desde que nació, cuando el país todavía se encontraba bajo la dictadura fascista de Mussolini. Se negó en su longeva vida a abandonarla y profesó hacia la capital italiana un amor puro, aunque menos intenso del que sentía por la Roma, el equipo de fútbol que lo emocionaba como solo Bach consiguió. Pero el que fue su hogar era para sus progenitores un lugar de acogida.

Los padres de Morricone provenían de una región rural al sur de la capital y se asentaron en el barrio del Trastevere, donde tuvieron y criaron a cinco hijos. Su vida se balanceaba entre esquivar con éxito la miseria y fantasear con permitirse un lujo, a diferencia de muchos hogares coetáneos.

En sus memorias, confesó que siempre se preguntó cómo sería su vida de haber podido elegir


Mario, el padre de Ennio, era trompetista de orquestas ligeras para conciertos y discos. Su hijo, que sumaba cinco años, en aquel entonces destacaba como un buen jugador de ajedrez y se interesaba por el oficio de médico como alternativa. Ninguna convencía al padre, empeñado en que continuase con su legado musical. Puso en las manos de Morricone una trompeta y decidió por él: su futuro se encontraba en las partituras. En sus memorias, confesó que siempre se preguntó cómo sería su vida de haber podido elegir.


La medicina como disciplina lo tentaba, era un ascenso social y monetario que lo desafiaba intelectualmente, aunque no lo comprendería hasta ser adulto. Sin embargo, el ajedrez suponía para él algo innato, un juego que nacía como una extensión de sí mismo. No lo abandonó nunca, sin dedicarse en el modo que lo haría un profesional, pero llegó a jugar con grandes maestros como Karpov, Kasparov, Leko y con Spassky llegó a empatar en una partida múltiple del ruso contra 27 personas, en la cual Ennio aguantó hasta ser el último y firmar tablas.


Pero fue la trompeta y no el alfil lo que su padre decidió por él. Morricone era un buen estudiante, sabía leer y escribir partituras, también tocar varios instrumentos, y conforme a ello lo anotaron en el conservatorio cuando tenía 12 años para tocar mejor la trompeta. La formación debía durar cuatro años, pero en seis meses Ennio ya se había graduado y con la máxima puntuación. Su virtuosismo era evidente, tanto que posteriormente el músico confesó que a esa misma edad ya había comenzado a componer sus primeras piezas.

Fue seleccionado como segunda trompeta de una orquestina que tocaba por hoteles en Roma donde se hospedaban las tropas estadounidenses


Fue seleccionado tras ello, siendo un niño algo crecido, para un primer tour con la orquesta de la academia Santa Cecilia, donde estudiaría hasta 1954 en sucesivas diplomaturas que lo acreditaban como trompetista, compositor, director y experto coral. Durante su larga formación jamás bajó del 9,5 sobre 10 en sus calificaciones.  Así comenzó su andadura profesional, aunque en 1946 había estrenado su primera pieza original: La mañana.


Paralelamente fue seleccionado como segunda trompeta de una orquestina que tocaba por hoteles en Roma donde se hospedaban las tropas estadounidenses al término de la Segunda Guerra Mundial, algo que podría considerarse menor salvo por el hecho de que la primera trompeta de dicha orquesta era el propio padre de Ennio.


Todavía sin confianza en su propia voz e intenciones, Morricone dedicó sus inicios a adaptar textos que le entusiasmasen, como poemas de Leopardi y novelas de Cesare Pavese. En 1953, al año siguiente de terminar sus estudios, fue seleccionado para que adaptase piezas orquestales a un estilo más de Estados Unidos, con un punto de jazz, que sirviesen para utilizar en radio. Los resultados fueron tan satisfactorios que comenzó a componer la música de radionovelas, también piezas que él llamaba más serias, y su popularidad en el sector creció rápidamente.


En 1956, recibe la noticia de que la RAI, el grupo público de comunicaciones italiano que equivaldría a RTVE, lo quiere en su equipo para hacer arreglos de jazz y música pop en sus emisiones. Esta reclamación tardó dos años en hacerse realidad, en los cuales Morricone se dedicó a mejorar las partituras de temas clásicos como Sapore di mare o Il Mondo y a trabajar con Rita Pavone, Gino Paoli o François Hardy, y cuando la RAI lo incorporó a su equipo, Ennio dimitió al día siguiente. Le prohibían crear su propia música y él no se sometería.

El punto de no retorno en su carrera llegó en 1964, tras el encuentro con Sergio Leone y el labio titubeante


En el cine había trabajado como escritor fantasma de partituras o, en el mejor de lo casos, como Dan Savio o Leo Nichols, sus pseudónimos ingleses. Fue en 1961 cuando se quitó la careta y asumió su papel como compositor de pleno con el filme El fascista, iniciando uno de sus múltiples y míticos dúos de colaboración con cineastas, en este caso con Luciano Salce. Morricone, a diferencia de otros músicos, apreciaba las relaciones por encima de lo profesional, establecía auténticas parejas creativas.


Ennio compuso varias bandas sonoras más en esos años, en especial para comedias italianas ligeras porque le permitían entregar trabajo más sencillo con el que sostener sus otras piezas más complejas. El punto de no retorno en su carrera llegó en 1964, tras el encuentro con Sergio Leone y el labio titubeante, pero no solo por aquello.


Ese mismo año nace el tercer hijo de Morricone junto a María Travia, la que fue su esposa hasta el final y que conoció una década atrás gracias a una hermana del compositor. Se enamoraron de manera trágica por culpa de un accidente de tráfico grave que dejó a Travia encamada e inmóvil de cuello a cintura durante meses. Ennio pasó a su lado cada día y gesto a gesto, charla a charla, el amor surgió entre ambos y resistió casi siete décadas.


Junto a su esposa formó su pareja más artística más completa cuando comprendió la gran virtud de ella: poseía el gusto del público al carecer de formación musical y su extrema confianza le permitía señalar qué piezas funcionaban y cuáles no. Antes que cualquier director, el filtro fue siempre María, quien incluso llegó a componer versos de canciones y acreditarse en diferentes bandas sonoras de Morricone. A ella dedicó muchos de sus premios con la misma premisa: «Es un acto de justicia».


Pero en 1964 además de un hijo y la colaboración junto a Sergio Leone, Ennio se embarca en un proyecto que de manera sibilina cambiaría su modo de componer, su papel en la historia del cine y el devenir de otros estilos musicales posteriores. En compañía de otros músicos inconformistas, Morricone se une a Il Gruppo di Improvisazione Nuova Consonanza, la primera formación experimental de compositores.

Con éxito en lo estrictamente musical y personal, el año 1964 se completó con la revolución cinematográfica que supuso el spaghetti western


Il Gruppo trabajó hasta 1980 desde el vanguardismo de la libre experimentación con instrumentos relegados en las composiciones clásicas y añadiendo efectos de sonido o herramientas que creaban antimúsica para encontrar lo que consideraban la “nueva consonancia”. Su trabajo, muy respetado desde el principio, se considera fundamental para entender la actual electrónica y sentó las bases rítmicas de movimientos como el hip-hop, especialmente gracias al disco The feed-back, que puede alcanzar los 1.000 dólares en el mercado de coleccionistas.


Con éxito en lo estrictamente musical y personal, el año 1964 se completó con la revolución cinematográfica que supuso el spaghetti western con el estreno de Por un puñado de dólares, primer trabajo conjunto de Leone y Morricone.


Pero el presupuesto no alcanzaba para los deseos de Ennio, no había dinero para una orquesta clásica. Apostó entonces por utilizar disparos de pistola, chasquidos de látigo, silbidos, instrumentos inusual, trompetas y guitarras eléctricas, algo que rompía totalmente con el estándar musical que había creado John Huston. Además de eso, las melodías rompían con la acción de las imágenes y aportaban la energía que la cámara no podía.


La renovación del Spaghetti Western se consolidó con La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo, continuaciones de la trilogía de Leone, y el éxito de taquilla impulsó al compositor a nuevos mercados. Del combo del cineasta con Morricone nacieron bandas sonoras hasta la muerte de Leone en 1989 por un infarto, siendo la música de Hasta que llegó su hora considerada una de las mejores de la historia del cine y, en muchas ocasiones, como la mejor.


 La muerte de Leone afectó a Morricone en lo personal, pero ello no le impidió colaborar con cineastas de la talla de Bertolucci, Pasolini, De Palma Wertmüller, Bellocchio, John Huston, Terrence Malick, Almodóvar, Zeffirelli y una larguísima lista de autores menores. Pero al nivel de Leone, de esa complicidad, solo llegaron Tornatore y Dario Argento, quienes le permitieron experimentar con sus límites llevando su música a cuotas de romanticismo, sonoridad o terror en la gran pantalla.

A Morricone le molestaba que solo le reconocieran por su aportación al western, lo que consideraba una pequeña parte de toda su obra total


A Morricone le molestaba que solo le reconocieran por su aportación al western, lo que consideraba una pequeña parte de toda su obra total conformada hoy en día por más de 400 bandas sonoras originales y 100 piezas no cinematográficas. Aunque más le molestaba que preguntasen cuál de sus trabajos era su favorito. Él lo sabía, pero no entendía cómo eso podría interesarle a nadie.


Jamás abandonó Roma y además se negó a aprender inglés, la música era su idioma universal. Al final de su vida confesó que quizás su carácter seco y recio, tosco y bruto con el que se comportó con Hollywood le cerró las puertas de los premios Oscar, que sistemáticamente lo humillaban con derrotas y que en 2016, después de recibir incluso un galardón honorífico a toda su carrera, decidieron darle una estatuilla por su trabajo junto a Tarantino en ‘Los odiosos ocho’.
Los premios los guardaba en su estudio, en una sala a la que solo él entraba. Así lo quiso, pensaba que era algo íntimo entre él y su trabajo y no quería tampoco ser ostentoso ni presumido. Era, sencillamente, su oficio. Un empleo que le había juntado con Mina o Paul Anka en lo musical, de hecho a él pertenece el clásico Se telefonando, y cuya huella alcanza a Radiohead, Hans Zimmer, Dire Straits o Metallica, que se confiesan forofos absolutos de la obra de Morricone.


A principios de julio de 2020 se anunció la muerte del compositor. Había caído en un accidente doméstico y como consecuencia se había roto el fémur, heridas de las cuales no logró recuperarse. Conservó la lucidez y escribió su propio obituario.

Morricone jamás se ayudaba de un piano para componer, como él mismo reveló. Tenía un salón, sí, con un piano, pero componía en su cabeza


«Yo, Ennio Morricone, he muerto. Lo anuncio así a todos los amigos que siempre me fueron cercanos y también a esos un poco lejanos que despido con gran afecto. Solo hay una razón que me impulsa a saludar así a todos y a celebrar un funeral en privado: no quiero molestar. Un saludo pleno, intenso y profundo a mis hijos. Espero que entiendan cuánto los amaba. Por último, María (pero no última). A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar. Para ella es mi más doloroso adiós», sentenció el músico.


Morricone jamás se ayudaba de un piano para componer, como él mismo reveló. Tenía un salón, sí, con un piano, pero componía en su cabeza. Después en su escritorio daba forma a las notas y a continuación, lo oía fuera de su mente en algún instrumento. Así para 400 películas y 100 obras de otro tipo, sacrificando por momentos la complejidad para imponer la emoción a lo técnico.
En una de sus últimas entrevistas, concedida a The New York Times, le preguntaron sobre ser tan prolífico y trabajador, pues él reconocía no haber parado nunca de crear y recibir encargos e incluso cancelar vacaciones para trabajar más. Morricone rió y respondió: «Si me comparo con Mozart, soy un vago desempleado».

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