Opinión

O tren que me leva

Esa mañana, en el vagón de al lado, dos ancianos dormían encogidos en sus asientos

TENGO UN cuñado que vive en México. El domingo pasado salimos los dos a la misma hora, yo en tren desde Ferrol hasta Madrid y él en avión de Santiago a Ciudad de México, vía Barajas: llegó él antes. En serio.

Esa mañana, en el vagón de al lado, dos ancianos dormían encogidos en sus asientos. Al despertarse me preguntaron muy amablemente dónde estábamos y cuánto faltaba. La señora me miraba sonriendo, como asombrada. Iban cogidos de la mano. Y cuando el hombre fue al baño ella se levantó y se quedó en el pasillo, mirando desconcertada alrededor. Cuando lo vio volver le dijo que se había asustado mucho, que creía que se había ido.

Yo no sé si el Ave está justificado o no; si es un lujo elitista y deberíamos buscar una alternativa menos exclusiva o si ya cae por su propio peso. No tengo una opinión formada. Pero lo que sé, porque lo constato cada semana, es que a nosotros el tren no nos une con el resto de España: nos separa. Anteayer viajé de noche y dormí siete horas. Genial. Siete horas de trece que dura el viaje: solo tuve otras seis para deambular entre la cafetería y el borde de mi litera. El tren Madrid-Cádiz recorre la misma distancia en cuatro y media. La maldición de la geografía, que diría Robert Kaplan.

Me contaron que los habían invitado, que seguro que los estaba esperando alguien. Que los habían llamado por teléfono por un asunto de unas tierras. Traían una maletita para los dos. Les ayudé a bajar. Allí no había nadie, por supuesto. Y me explicaron que iban a un organismo que me pareció la Diputación, aunque no estaban seguros. Y yo empecé a pensar qué llamada habría sido aquella, qué habrían entendido y qué iba a ser de ellos si llegaban a unas oficinas donde nadie sabía nada. Por un tema de unas tierras, me repetía él, y me miraba como buscando confirmación.

Un tren anticuado, el nocturno, sobre una vía anticuada, con un nivel de servicio, de instalaciones y de atención muy pobre. Que parece que se está dejando morir de inanición y cansancio: un tren disuasorio. Porque incluso a quienes nos gusta nos cuesta asumir que, cuando ya llevas un par de horas de viaje, has cenado tu bocadillo y tomado un café, has leído, empiezas a bostezar y estás pensando en acostarte, miras por la ventana y descubres que estás entrando en… Coruña.

En la estación no había ni un triste taxi, que les tuve que pedir yo porque ellos no tenían móvil. Aunque tampoco habrían sabido a quién llamar. Así que los dejé metidos en el coche, perdidos y sonriéndome. Y todo el fin de semana me quedé jodido porque, como me dijo mi hijo cuando lo conté en casa, debería haberlos acompañado.

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