Opinión

Porque no

Me gusta que llegue el verano, pero me cansa que venga con obligaciones de serie
Mujeres en la playa

EL VERANO es sin duda es la estación que prefiero. Pero en realidad lo es solo por las vacaciones, que pesan más que todos los demás factores. Porque, si no fuese por ellas, yo le veo bastantes pegas. O, mejor dicho, le veo dos: el calor y la idea unánimemente asumida de que hay que ir a la playa.

El frío es terrible, claro, pero entre nosotros me parece más fácil de combatir que el calor. El calor en Galicia no hace sufrir como ese frío húmedo del que solemos gozar la mayor parte del año, y desde luego nunca te va a matar, pero incluso aquí las molestias que ocasiona son difíciles de evitar. Es más fácil librarse del frío. Sudar, pasarse el día sudando, es un coñazo, y sudar de noche en la cama, sin poder dormir, un asco.

Por eso no quiero ir a la playa. A mí la playa me gusta. Puedo disfrutar mucho, muchísimo, en ella, hasta vivir momentos casi místicos. Mis baños de tantos veranos en O Vicedo forman parte de mis mejores postales mentales, sin duda, y aún ahora, en Ferrol, hay días en que soy feliz en el agua, mirando alrededor. Pero me gusta solo con unas condiciones: que sea bonita, que haya ninguna o muy poca gente, que pueda bañarme y que no pase calor. Y esto último casi nunca se cumple.

Por eso voy poco. Y por eso odio que con la llegada del buen tiempo no parezca haber otra pregunta que cómo es que no has ido. Ese tener que dar explicaciones, ese necesitar razones para no estar en ella, me cansa. Y al final digo que no, que es verdad, que no soy mucho de playa.

Mi plan perfecto es llegar, bañarme, tumbarme a leer al sol y, en cuanto estoy seco y empiezo a tener calor, irme

Ayer, cuando nos metimos en el coche recalentado al sol del mediodía, me decía uno de los niños que, con tanto calor, qué ganas de ir. Y, para su sorpresa, le contesté que no, que ni de broma, que precisamente así era un horror ir a la playa. Que, en realidad, objetivamente, cuando hace mucho calor la playa es de los peores sitios donde estar, salvo que no salgas del agua –y a ver quién es el guapo que aguanta una hora en el agua, aquí–. Que solo la moda de estar morenos, que nos ha trastornado mentalmente, explica el sinsentido de que busquemos el sol a las horas de más calor. Que, si no fuera por eso, huiríamos de él, estaríamos todos al fresco, a la sombra.

sombrillas en la playa

Por eso trato de ir temprano o tarde, y por eso mi plan perfecto es llegar, bañarme, tumbarme a leer al sol y, en cuanto estoy seco y empiezo a tener calor, irme: total, entre una hora y hora y media como mucho. Y luego cruzarme, en la carretera, con la caravana de coches con sombrilla, nevera y sillas, pensando en mi ducha fría y mi salón en penumbra.

Marta, en cambio, la adora. Si por ella fuera, se iría cada día del verano a pasarlo entero entre baños, toalla y paseos por la orilla. Dice que se puede hacer de todo. Y que se lee genial. Yo le digo que no, que se pueden hacer poquísimas cosas, y que eso de que en la playa se lee bien solo se sostiene media hora; que, de hecho, hay pocos sitios peores para leer. Y que, además, lo de estar tumbados durante todo ese tiempo en la arena, rodeados de gente también tumbada, me parece tan absurdo como si en invierno nos juntásemos todos en grandes salones llenos de camas y nos acostásemos la tarde entera, de cuatro a ocho, unos pegados a otros, leyendo, dormitando, mirando el techo, levantándonos de vez en cuando a charlar con alguien de otra cama o a jugar un rato a las palas en la alfombra, y dándonos una ducha caliente antes de volver a acostarnos… Y así cada día durante un par de meses –aunque en ese caso al menos podríamos doblar la almohada y leer cómodamente–.

Pero hemos sabido llegar a un acuerdo mutuamente satisfactorio. Lo de ir a la playa después de comer, como a ella le apetece, a mí me parece un verdadero acto de masoquismo, un castigo cruel, así que se va y pasa la tarde allí, feliz y tranquila. Y yo la paso tranquilo y feliz, en casa. Hasta que estoy seguro de que la temperatura ya es agradable, cojo el coche y voy a donde está: llego, me baño, a veces se baña ella también otra vez, damos un pequeño paseo cuando ya casi no queda nadie y la tarde está más bonita, y nos volvemos.

Comentarios