Opinión

Querido NáN

Lo terrible, la putada insoportable, es que no vas a poder leer esto. Llega demasiado tarde, como tantas cosas.

Y TE QUISE llamar, NáN, de verdad. Después de hablar contigo hace unos meses, ¿te acuerdas?, quise llamarte mil veces para quedar. Siempre que iba por el barrio pasaba por delante de Tipos Infames y miraba dentro, por si estabas tomando algo, y un par de días que entré a ojear libros les pregunté por ti: seguías yendo de vez en cuando y estabas bien. Pero, entre mi desangelado día a día de los últimos tiempos y el virus, lo fui dejando para mejor ocasión. Y mira. Sin saber, a estas alturas, que la mejor ocasión es siempre ya.

No sé qué decirte, NáN. Lo que me sale es reprocharte esto. Que te hayas muerto. Parece mentira, hombre, que nos hayas dejado así. Un poco huérfanos, ¿sabes? A ti no te gustará oírlo, ni lo aceptarías, pero sí. Al fin y al cabo tu edad te colocaba ahí arriba, algo aparte, aunque tu visión de la vida fuese más fresca y tu audacia mental mayor que la de todos nosotros. Y nos dejas un poco solos, sin el hermano mayor alrededor del cual revoloteábamos.

Es difícil llegar a ser una referencia para alguien. Sería mi sueño, y probablemente el de cualquier padre: que tus hijos, ante las decisiones, ante las alegrías y disgustos, piensen en ti; pero en ti no como una censura, ni una amenaza, ni un impedimento o un límite a superar, sino como una guía, un flotador al que agarrarse, una red de seguridad, un consejero que les dirá si algo le parece bien o mal, y luego los empujará a donde quieran. Y, desde que sé que no estás, me he dado cuenta de que, en algunos temas, para mí eras algo así. A pesar de que últimamente no nos viésemos, lo eras. Qué suerte. Pero qué pena ahora, cuando me vienes a la cabeza y no estás.

 ¡Te habría gustado tanto! Y habrías disfrutado tanto, de vernos allí juntos. Habrías estado encantado. Tres veces, brindamos por ti esa tarde

La primera vez que fui con Javi al taller me llamó la atención tu edad, y que escuchases los relatos con los ojos cerrados. Yo, a menudo tan tonto, sospeché de postureo. Qué manera de equivocarme, precisamente con alguien tan transparente, tan franco y natural en sus actitudes. Te digo, ahora que no puedes defenderte, NáN, que eras una persona extraordinaria. Que lo eras de verdad, siempre y en cada momento. Y se notaba solo con estar a tu lado. ¿Te acuerdas de cuando llegamos Marta y yo a tu casa por primera vez? Ella aún no te conocía. Nada más entrar nos sentaste y dijiste: "Aquí lo más importante es que todos estemos cómodos". Nos sentimos tan bien, en vuestra casa maravillosa. Alguna habré visto más bonita, pero ya sabes que ninguna me gusta tanto. Tan vivida, tan acogedora, llena de libros, de discos y cuadros que significan algo. Ojalá la mía me la recuerde algún día.

Oh, seguro que tenías tu parte de atrás, tu zona de sombra; no lo dudo. Pero poco ha debido de importar, poco tuvo que importarle a nadie, para que el jueves, en el tanatorio, se respirase tanto amor por ti. Y no era el elogio automático, un poco falso a veces, de las despedidas, sino verdadero cariño. ¡Te habría gustado tanto! Y habrías disfrutado tanto, de vernos allí juntos. Habrías estado encantado. Tres veces, brindamos por ti esa tarde. Del Bremen, que ahora pierde esa madre, el único factor común, creo, de todas sus generaciones, coincidimos muchos: Javi, Lara, Aroa —David estaba ejerciendo de papá—, Ernesto, Vicky, Juan, Marina, Almudena, Antonio y hasta Cal, que quiso el destino que justo ese día pasase por Madrid. También estaba Miguel, claro. Y los dos chicos de tu librería de estos años, de ‘Tipos’, que lloraban, los pobres.

Era difícil no hacerlo, porque Lola y Luis convirtieron la sala entera en un recuerdo tuyo. La llenaron de tus libros preferidos y de fotos, de muchas fotos tuyas con ellos y con amigos, de joven y ahora. Solo faltabas tú de pie en medio, con una camiseta negra de Malasaña y recibiéndonos con una sonrisa. Pero no estabas, coño, NáN. En tu lugar había un ataúd, y, encima de él, tu sombrero, tus gafas y otra foto.

Y nos contaste varias veces cómo tu madre, desde la cama, os fue mandando apagar las luces de la casa, hasta la más lejana. Y se fue apagando con ellas, tranquila.

Lola, como Luis, al principio no me conocía. Normal. Después se acordó del queso de San Simón. Parecía estar bien, dando abrazos sin parar con tranquilidad. Yo me acerqué a verte, y justo en ese momento ella te miró y dijo «Ay, Nanito, Nanito», y se me vino encima toda la pena. Me senté en el brazo de un sofá y lloré como no había llorado desde otra muerte, la de mi tío, que, fíjate, también era Nano. Y Lola le decía a alguien que se quedaba con los que lloraban; que ella, allí, entonces, no quería llorar, pero le gustaba que llorásemos. Más tarde, al despedirme, me miraba con una sonrisa que tenía dentro toda la tristeza. Y yo no quería marcharme, porque me parecía que al irme te perdía ya para siempre. 

No me puedo creer que no vaya a verte más. Las muertes más tristes no las podemos asumir. Son inaceptables. Me decías que me faltaban datos; que la muerte, llegado el momento, llegada su edad, no sería lo que yo pensaba. Y nos contaste varias veces cómo tu madre, desde la cama, os fue mandando apagar las luces de la casa, hasta la más lejana. Y se fue apagando con ellas, tranquila. Pero yo, al día siguiente, en el coche, precisamente en León, donde ibais al pueblo, seguí llorando cien kilómetros yo solo. Y no acababa de entender bien por qué, hasta que comprendí que por primera vez estaba viviendo lo que es perder a un amigo. Eres el primer amigo que se me muere, NáN.

Y te quise llamar, de verdad.

Querido NáN, Nano, fue una inmensa suerte conocerte y lo fue tenerte en mi vida como amigo. Calla, hombre, y escúchame. Eras una persona buena y valiosa, lo eras de verdad. Por eso el otro día, entre tanto dolor, al mismo tiempo estábamos contentos y nos sentíamos afortunados. De haber sido tus amigos. Hay que hacerlo muy bien para que la gente te quiera tanto. Yo creo que puedes irte contento y tranquilo. Lo has hecho muy bien, querido NáN.
¡Te voy a echar tanto, tanto, de menos! Cuídate, querido, cuídate.

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