Opinión

Rosebud

DICE NICHOLA Chiaramonte, en La paradoja de la historia (Acantilado), que "solo a través de la ficción y la dimensión de lo imaginario podemos aprender algo real sobre la experiencia individual. Cualquier otro enfoque está obligado a ser general y abstracto".

La literatura no tiene por qué ser útil en un sentido práctico: no hace falta que nos enseñe nada en particular, ni que nos vuelva mejores personas, ni que nos prepare para nada. Para eso están los libros de texto y los powerpoint. Pero, la buena, casi siempre lo hace. Además de proporcionarnos placer, de emocionarnos, inquietarnos, reconciliarnos, hacernos sentir comprendidos o culpables, nos enseña algo. De hecho, lo hace gracias a todo eso, a base de ponernos frente a la vida, a otras vidas que nos revelan algo de la nuestra. Dice Rosa Montero, en un curso de escritura, que la vocación de la ficción es arrojar algo de luz sobre la existencia. Y que para eso hay que profundizar en nosotros mismos, o en el señor del tercero que te encuentras siempre en el portal, e ir descendiendo hasta alcanzar lo que tenemos en común, pues dentro de cada uno de nosotros estamos todos. Es una postura comparable a la del profesor italiano: es la literatura que se imagina lo más individual y elemental la que tiene interés. Por esa razón está Montero en contra de la novela utilitarista, por ejemplo. Ella, feminista y animalista como ciudadana, sostiene que escribir desde esos u otros posicionamientos no tiene sentido. Que para defender tesis ya existe el ensayo. Y que muchas novelas son malas precisamente por su carga ideológica: porque no se puede emprender la aventura personal de buscar el sentido de la vida si uno ya comienza con las respuestas sabidas.

Es lo que afirmaba Roth: el político generaliza, si es que no hace propaganda; el escritor, en cambio, debe concretar, debe escoger un caso, una situación, una persona, y acercársele y llegar hasta el fondo. Sin obviar sus complejidades ni sus contradicciones. Porque la vida es compleja, es incómoda. Lo son nuestras circunstancias, nuestra manera de pensar, nuestros incomprensibles sentimientos, nuestras debilidades, nuestra generosidad, nuestras perversiones y nuestros deseos. No somos perfectos ni ejemplares, ni tan presentables como nos mostramos. Y no siempre nos gusta nuestra historia.

Y de eso precisamente hay que escribir. De lo que guardamos en un rincón del desván, olvidado bajo otros recuerdos. De lo que nos ha acompañado toda la vida y nos define como nada más lo hace.