Opinión

Yo tampoco

HACE EXACTAMENTE un año, un grupo de actrices de Hollywood decidió denunciar al sátiro, rijoso del productor Harvey Weinstein por violación. Fue el comienzo del ‘Me too’; ese movimiento que llevó a millones de mujeres a la calle para acabar con el vergonzoso silencio que rodea los casos de abusos sexuales. Se abría un nuevo tiempo. Se había dado un paso de gigante en el empoderamiento. Pero, doce meses después, el poder, casi siempre representado por los hombres, quiere darle un toque lúdico festivo a unas protestas que solo reflejaban la injusticia y el dolor.

Y es que las conquistas sociales y las luchas por los derechos necesitan resiliencia, unidad, coraje y no bajar la guardia. Mientras un machista como Donald trump, que insulta y se mofa de las mujeres que protestan por su intento de llevar al Supremo a un presunto violador, siga siendo presidente de los Estados Unidos queda mucho camino por recorrer. Y el primer paso es que el voto femenino en Estados Unidos borre de las papeletas el nombre de personajes siniestros en la lucha por la igualdad. Yo tampoco quiero que las mujeres brasileñas voten al fascista Bolsonaro. El mismo que considera que las trabajadoras deben ganar menos que los hombres, y que le dijo a una no simpatizante "no te violo porque no te lo mereces".

No hay que olvidar que las protestas y las manifestaciones ayudan a la conciencia colectiva, pero el poder está en el voto. Son los gobiernos los que cambian las leyes discriminatorias, los que, con su acción ejecutiva, pueden romper la desigualdad en la que vivimos. Yo tampoco quiero que el titular del juzgado contra la violencia de género, que ha demostrado, a su pesar, la falta absoluta de empatía y de respeto ante las mujeres maltratadas a las que debería proteger, siga ni un día más en el puesto. Y con él deben marcharse la fiscal y la letrada a las que tanta gracia hicieron sus repugnantes comentarios.

Yo tampoco quiero el corporativismo del poder judicial que ha calificado de "desafortunadas" o "torpes" las frases injuriosas del magistrado Francisco Javier Martínez Derqui. Porque con ello demuestra que la partida presupuestaria destinada a la formación de jueces y magistrados, en el pacto Contra la Violencia de Género, no tiene sentido si no vienen enseñados de casa.

No hace falta dinero para enseñar a un juez que maltratar y amenazar a una mujer es un delito cuya pena deben aplicar. ¿Es que no les bastan las treinta y ocho mujeres que han sido asesinadas por sus parejas en lo que va de año para ser especialmente cuidadosos ante las demandas de protección? ¿No saben que hay casi sesenta mil amenazadas? ¿Que en el último caso la víctima es un adolescente de diecinueve años en estado crítico por interponerse entre su madre y el puñal con el que su padre intentaba asesinarla?

Los avances son tan pequeños que no hay que dar ni un paso atrás ni para tomar impulso y, sobre todo, tener muy claro que el voto es poder.

Comentarios