Puertas del Camino: León

La esencialidad del románico. ¡Qué admirable capacidad de síntesis narrativa! En este tímpano se nos representan la Ascensión, el Descendimiento y el sepulcro vacío tras la Ascensión.
Puerta del Perdón, en la basílica de San Isidoro de León.
photo_camera Puerta del Perdón, en la basílica de San Isidoro de León.

Del románico al gótico y del gótico al plateresco. O, dicho de otra manera, de San Isidoro a la catedral y de la catedral a San Marcos. Un corto paseíto por León, que hace hoy el viajero, permite este recorrido por el arte hispano.

Junto a San Isidoro hay un antiguo cine totalmente abandonado y que, con pocas dudas al respecto, es un magnífico ejemplo del estilo de los años 40 del pasado siglo. También hay un buen trozo de muralla bastante cuidadito; la muralla supone que será de origen romano, aunque a lo mejor es medieval, le da lo mismo. San Isidoro es una pasada, sin duda una de las joyas del arte románico. Por fuera, la portada del Perdón, por la que entraban los peregrinos, y la del Cordero, con una de las primeras representaciones escultóricas de los signos del zodíaco. En el interior, donde están enterrados una porrada de reyes y reinas de León, las pinturas murales son la leche de ejecución y de conservación. Además hay un maravilloso cáliz y un pequeño Cristo crucificado que parece de marfil y con los negros ojos abiertos como platos. Hay muchas más cosas, claro, pero se queda con estas.

Con la boca abierta, abandona San Isidoro y pasa por delante de la casona de Guzmán el Bueno, el del puñal y el hijo. Y acaba de cerrar la boca cuando tiene que volver a abrirla al entrar en la catedral y quedar deslumbrado por el colorido y la luz de sus vidrieras góticas, que sólo tienen parangón con las de Chartres. Se sienta en un banco y, al poco tiempo, se transporta a inefables regiones y no le extrañaría que empezasen a revolotear angelitos, pero no. Al encaminarse al exterior se detiene un momento ante la tumba de San Froilán, que fue aquí obispo, y se acuerda de Lugo. Por fuera, el edificio catedralicio también es magnífico.

Baja por la calle Ancha, que está animadísima este domingo, y no sabe para dónde mirar, si para los edificios o para las chicas. Llega al palacio de los Guzmanes. Una calle por medio, la casa Botines que, aunque Gaudí no es santo de su devoción, tiene que reconocer que no está mal. Unos pasos más abajo y a la izquierda está el ayuntamiento, a tono con el monumental entorno.

Y por fin el enorme Hostal de San Marcos, antiguo hospital de peregrinos y hoy parador, compartiendo origen, destino y categoría con el Hostal de los Reyes Católicos, en Santiago. A un lado, el puente viejo sobre el Bernesga, por donde se marcha el viajero.

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