Puertas del Camino: Portomarín

La portada principal de San Nicolás tiene interés y atractivo por sí misma, pero es obligado elevar la vista hasta el gran rosetón y las inesperadas almenas
Iglesia de San Xoán de Portomarín. AEP
photo_camera Iglesia de San Xoán de Portomarín. AEP

La etimología de Portomarín nada tiene que ver –sería surrealista que lo tuviese– con puerto marino, pues el Miño queda muy lejos de ser un mar, pese a su importancia y a estar hoy y aquí transformado en el amplio embalse de Belesar. El origen de la palabra parece que tiene que ver con el paso de una orilla a otra del río, por puente o en barcazas, proviniendo lo de marín de un nombre propio, un tal Marino o algo así. Al menos esto es lo que recuerda el viajero cuando va acercándose a su destino.

Los pueblos que han quedado sumergidos por la construcción de embalses siempre producen una sensación de melancolía. Pero en este caso tal sensación se atenúa por el florecimiento del actual Portomarín, importante parada y fonda de los peregrinos a Santiago. Y no solo de los peregrinos, sino de visitantes varios que se alojan en el parador, comen en cualquiera de los restaurantes y compran unas botellas del celebérrimo aguardiente o una de las típicas tartas. Sin embargo, cuando las aguas bajan mucho de nivel y dejan ver allá abajo los restos del antiguo pueblo y del puente, no puede uno dejar de sentir una punzadita en el pecho, pues allí vivieron, trabajaron y murieron generaciones y generaciones de portomarinenses.

Las iglesias de San Pedro y San Nicolás o San Juan (con los dos nombres se la conoce) estaban situadas en el antiguo Portomarín, cada una en una orilla del Miño. Y las dos fueron trasladadas piedra a piedra a su ubicación actual. Las dos son importantes monumentos románicos, la de San Pedro pequeña y la de San Nicolás, grande e impresionante por su aspecto de fortaleza, papel que, indudablemente, también desempeñó. El viajero visita ambas, aunque se las sabe de memoria, y pasea un poco por las calles, sin saber bien si el sabor que desprenden está logrado o no, si es acorde o no con lo que se puede esperar de un pueblo o una villa de Galicia. En todo caso el paseo, agradable y acogedor, lo lleva hasta la orilla del embalse, al sitio exacto donde pasó tantas horas observando los halcones que anidaban en aquella roca de la orilla de enfrente. Hoy no los vio, pero promete volver pronto, pues nunca está mal volver a Portomarín.

De regreso a casa, se desvía al castro de Castromaior, valga la redundancia, que confiesa que no conocía. Es un castro magnífico, parcialmente excavado y en situación privilegiada, con amplísimas vista todo alrededor. Es un buen sitio para terminar el viaje de hoy, y aquí lo termina.

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