Puertas del Camino: Sintra

Ni iglesia, ni Pantocrátor. Esta vez nos espera un palacio, guardada su puerta por el temible Adamastor, mitológico personaje creado por Camões en Os Lusíadas
Quinta da Regaleira. VIAMAGICAE
photo_camera Quinta da Regaleira. VIAMAGICAE

Hay que reconocer que Sintra es una pasada. Quizá un tanto kitsch, pues casi todo es una imitación de épocas ya pasadas cuando se levantaron palacios y se diseñaron espacios. Pero este anacronismo da a Sintra un especial encanto, como si fuera el decorado de una película de Sissi o El rey loco –si no se equivoca, Luis II de Baviera–. Para completar su retrato conviene decir que Sintra entera está marcada por la Orden del Temple, que tuvo aquí uno de sus principales feudos.

El palacio da Pena, en rocosa y dominante posición, quizá sea el más relevante de todos, incluso más que el palacio Nacional o da Vila, que tampoco es moco de pavo. Mezcla de neogótico, neomanuelino y hasta neoislámico, toma elementos de otros muchos monumentos portugueses. Asombrosamente, tan abigarrada superposición de tan dispares piezas logra una rara armonía de indudable espíritu romántico. El palacio Nacional o da Vila, en pleno casco urbano, eleva al cielo dos altas chimeneas gemelas de forma cónica que lo hacen inconfundible. De nuevo está pensado como la unión orgánica de estilos distintos y hasta antagónicos, y de nuevo logra combinarlos con singular acierto. Un poco cansado ya, el viajero no quiere dejar de visitar el palacio Quinta da Regaleira, un pintoresco y fastuoso capricho del muy millonario Carvalho Monteiro que, a finales del siglo XIX y principios del XX, concibió una serie de construcciones cargadas de elementos exotéricos y simbólicos que reflejaban su fascinación por ese nebuloso mundo oculto y pasado; entre ellas hay que destacar el abismal Pozo Iniciático, inspirado en la Divina comedia y en cuyo fondo aparece una cruz templaria, como no podía ser menos.

Pese a que las piernas ya le pesan, el viajero da un paseo nocturno por la ciudad, lo que no deja de ser extraño, pues se tiene por un animal esencialmente diurno. Las calles están animadísimas y los edificios lucen de maravilla: mereció la pena. Ya en el hotel, entabla conversación con Jacqueline, una empleada nacida en Cuzco. Y como él estuvo y se demoró en la fascinante ciudad andina camino de Machu Picchu, hablan de lugares que, a cada uno a su manera, les traen agradables recuerdos.

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