Caitlin Moran, manual de resistencia

Caitlin Moran. AEP
Caitlin Moran. AEP
O día 6 de xullo de 2023, decenas de usuarios de redes sociais comezaron a redactar críticas e ameazas nos seus perfís. Separábanos múltiples asuntos e uníanse por un só motivo. Chegara a librerías o último libro de Caitlin Moran (Reino Unido, 1975) e ese evento, como cada un das súas estreas, terminaría por converterse nun revés. Ela recibiu cada unha das súas palabras cheas de ira.

EN LA PRESENTE ola de feminismo que nos ocupa a nivel cultural, intelectual y sociopolítico, son múltiples las voces que se alzan para conformar un coro al que escuchar y seguir por sus opiniones. Gracias a la conectividad de internet y la globalización del pensamiento, las autoras ensamblan una fuerte red como nunca antes. Podrían señalarse nombres reanimados, como Vivian Gornick o Nora Ephron o Annie Ernaux. Sin embargo, existen mentes del inmediato ahora que disputan el altavoz. Caitlin Moran lleva varias décadas al frente y puede que se agote, o la extingan.

El caso de Moran es tan digno de relatar como ella misma lo hace con su biografía transformada en novelas. Su última novela, ¿Y los hombres qué?, acaba de llegar a España. En Reino Unido cuenta ya con un par de años de vida, en los que no ha dejado de provocar consecuencias. Algunas críticas, eso sí, justamente vertidas. En el panorama patrio, no ha supuesto ese alzamiento de masas. La mayoría de las comparencencias de prensa realizadas por la escritora fueron en Barcelona o en Mallorca, en homenaje a sus congéneres. Vapeaba, bebía y vestía sandalias Dr. Martens. Nada de eso extraña si se repasa su historia.

Caitlin Moran es el producto de un momento histórico muy concreto. La duración de los siglos supone de manera general un motor de cambio. Se inicia de un modo y desemboca de otro, a poder ser radical opuesto o en vías de ello. En el caso del siglo XX, la regla se cumple en su máxima expresión. Nacer en Brighton en un punto o en otro de la escala realmente importaba. La escritora llegó al mundo en 1975, por lo que su adolescencia culminó en los años 90. Ese es el catalizador de su historia.

La infancia de Moran es una cuestión que disecciona de puntillas en sus primeros trabajos y en algunos de sus artículos. Emplea una fuerte ironía, por momentos muy oscura, para poner de manifiesto lo que sucedía. Fue la pequeña de ocho hijos. Ahí comienza su configuración mental. Se crió en Wolverhampton, una ciudad cercana a Birmingham, y carente para ella de todo estímulo.

Criada en un bloque de viviendas sociales

La casa en la que creció también la diferenciaba. Su familia vivía en un bloque de viviendas sociales, aunque disimulada gracias al ladrillo visto británico. En el interior, la figura paterna se anclaba al sofá a causa de una potente y precoz artrosis, mientras se lamentaba de la vida de estrella del rock psicodélico que había vivido en los 60. Se consideraba a sí mismo un pionero. En general, todo se resumía con la palabra humildad, que ella misma exagera mediante lo grotesco. Compara su infancia con el libro Los juegos del hambre.

A los 11 años, cuando había iniciado el instituto, sus padres decidieron sacarla del sistema educativo público y formarla en casa. Aquel hecho la separaría de la masa y afectaría a sus vínculos en una ciudad que ya la limitaba. El consejo educativo de la ciudad no se opuso a la decisión, algo que Moran califica como un acto de respeto ante los únicos hippies oficiales del municipio. En realidad, tal educación no sucedía y los padres se desentendían con mucha frecuencia. Durante más mañanas de las debidas el único entretenimiento pasaba por gamberradas, como tirar barro a las casas, o juegos demasiado sencillos.

La realidad se imponía cuando su padre se emborrachaba cada vez con más frecuencia y la tristeza de su madre mutaba en depresión. Esos instantes la impulsaban con más intensidad a escapar de algún modo. Había intentado hacer vida cultural en su ciudad, pero de vuelta solo lograba burlas y críticas. Por eso, a pesar de la felicidad expresada por ella misma, abandonó su casa a los 18 años, tan pronto como pudo.

Puso el objetivo en Londres siguiendo su instinto y ciertos éxitos indicativos. Caitlin Moran sabía que quería vivir de la escritura. A los 13 años recibió su primer premio al explicar en un texto por qué amaba leer. Con 15, el periódico The Observer la reconoció como Reportera Joven del Año. Al año siguiente, la revista semanal Melody Maker la fichó como articulista musical. En paralelo redactó su primera novela, Las crónicas de Narmo, que explica la vida de unos adolescentes educados en casa. Adaptó una historia similar para televisión, la serie Raised by wolves. Creyó así que la literatura o el periodismo la sostendrían.

«Yo quiero escribir libros para chicas que se sienten solas, porque yo de pequeña no tenía ninguna amiga», ha expuesto en diferentes ocasiones. Su vida se expone de manera velada en Cómo se hace una chica, novela que se acerca con intensidad a su propia biografía. Sin embargo, el texto también sirve para leer la sociedad británica en la que se encontraba la autora y la ausencia de figuras femeninas a las que admirar o seguir. Solo se podía existir mirando hacia Estados Unidos.

Un Londres masculinizado

El Londres que Moran se encontró venía envuelto en tela vaquera y en las aberturas quedaban camisas ceñidas, pechos peludos al descubierto y un ego masculino desbocado. No guarda especial cariño a la década, aunque es la que la aupó. Detesta la actitud Gallagher que despliegan los Oasis, pero tampoco deja atrás a los Blur. En general, para ella el Britpop fue un error o incluso una deriva social fruto de las insolaciones.

Quizás los grandes méritos de Moran hayan sido la perseverancia, la prontitud y la falta de vergüenza. Escribir en Melody Maker cuando ella lo hacía resultaba algo anecdótico. Sin embargo, la publicación semanal terminó por convertirse en una biblia para aquella sociedad analógica que se comportaba con las manías y adicciones de la era digital. El imperio de la novedad surgía y Moran lo alimentaba.

Su nombre se diferenció pronto del resto gracias a una falta de filtro y una sinceridad política, anclada en una posición fresca y controvertida. Por eso, el diario The Times no dudó en contactarla para iniciar a la vez otra colaboración de opinión. Su presencia en medios aumentó, pero el techo lo rompió definitivamente al ser fichada como presentadora del espacio musical Naked City, para el canal de televisión Channel 4. En el escenario recibió a grupos que despegaban poco a poco, como Blur, y su perfil como crítica ganaba peso al mismo tiempo.

En 1999, se unió en matrimonio con el crítico de rock de The Times, por lo que la pareja se convirtió en una dupla reconocida para la industria. Los siguientes años sucedieron para Moran como una sesión de buceo profundo en las aguas del periodismo y la opinión. Su perfil solo aumentaba, hasta que la oferta editorial no soportó más y se lanzó a por ella. Así surgió en 2011 Cómo ser mujer, una recopilación de su pensamiento feminista y otras historias personales.

Problemas con el placer y el físico femeninos

El libro de Moran rápidamente se convirtió en un éxito editorial rotundo, ya que las ventas estimadas del primer año rondaban los 400.000 ejemplares en 16 países. El texto se ha calificado como un manual indispensable para conocer la identidad femenina de nuestro siglo, pero también los problemas estructurales que enfrente y la rutina en oposición a su bienestar. Moran pone nombre y apellidos a la problemática del placer femenino, del sexo, de la apariencia física, del maquillaje y la cirugía estética, de la discriminación laboral.

Este planteamiento lo amplió años después en Más que una mujer, una continuación en la misma línea que abordaba además la vida en hogar, la feminidad al margen de la maternidad, la existencia como madre o la muerte del sexo en la vida conyugal. “Muchas veces las mujeres se casan con su techo de cristal”, explica en sus líneas.

Ya sí al inicio de esa década, los premios a su trabajo de comunicación se sucedían, tanto por columnista como por entrevistadora y crítica. Los perfiles como el de Moran se multiplican en todo el mundo y afloran nombres: Lena Dunham, Amy Schumer, Laura Bates, Irantzu Varela, Lucia Lijtmaer, Isabel Calderón, Phoebe Waller-Bridge, Michaela Coel. El feminismo se mudaba al barrio de la comedia y la guerrilla social.

En 2014, la BBC introdujo su nombre en el de las mujeres más influyentes de Reino Unido y la agencia Reuters la consideró como la periodista británica más relevante de Twitter. En aquel momento digital, nadie la superaba. Decide entonces dar un giro y apostar por la novela con tintes autobiográficos. Inaugura una trilogía en 2015 con Cómo se hace una chica y, de nuevo, el público y la crítica caen rendidos. “El feminismo de Moran, imprescindible en la sociedad actual, no es pacato ni cristaliza en el uso de un lenguaje políticamente correcto. Mete el dedo en el ojo a los lectores. Al mismo tiempo, provoca carcajadas al contradecir algunos de los lugares comunes del feminismo sin dejar de ser feminista”, exponen en una reseña especializada.

'Y los hombres qué?', un giro en su carrera

La escritora dio forma a una segunda novela que exploraba la amistad, la fama, el apogeo y una nueva edad adulta empleando al mismo personaje. El trabajo de Moran no merma en importancia, aunque el mar informativo se llena entonces de perfiles similares y otras voces feministas que la apoya, o la contrarian, pero que amplían el foco sobre la problemática que ella denuncia. A falta todavía de una tercera entrega, Moran sorprende ahora con ¿Y los hombres qué?, un giro en su carrera.

Dentro de las muchas corrientes que conforman el feminismo, Moran cae de la parte creyente en la participación del hombre. Opina que destruir el sistema es más sencillo que reformarlo, pero las cartas son las que son. Por ello, quiere incluir al hombre en la ecuación y no perder la oportunidad de librarlo también a él de su propio yugo. Para ello, la escritora entrevistó a muchos hombres de varias edades para entender la problemática de su existencia y qué se esconde tras el nuevo movimiento reaccionario, una respuesta casi automática a la ola de feminismo.“Fue revelador. Hemos y estamos conquistando espacios de poder que antes les pertenecían a ellos. La historia de los hombres, sin embargo, no ha cambiado. No ha pasado nada. Nosotras hemos cogido parcelas de poder de los hombres, pero ellos no nos han cogido nada a nosotras. Lo que más me llamaba la atención es que hombres de toda edad y condición parecían coincidir en no encontrar sus vidas interesantes”, explicaba recientemente en una entrevista.

Su investigación expone cómo muchos hombres que entrevistó habían sufrido graves situaciones de abuso y desamparo, pero preferían charlar de otras cosas. A menudo, si juntaba a varios hombres, la conversación derivaba a lugares extraños, como quién ganaría a un tiburón en una pelea. Luego, esos mismos hombres reconocían que desde la escuela a hoy buscaban en las habitaciones a aquellas personas a las que podrían ganar en una pelea.
Moran busca salir del feminismo académico y de los círculos de retroalimentación o de las emisoras alternativas para intelectuales. Quiere dar nombres y soluciones. Este paso, sin embargo, ha resultado problemático en su fructífera carrera. La crítica la señala por su visión cercenada y por limitar tanto la existencia femenina como la masculina a su modo de percibirlas. Es decir, acusan a Moran de que los hombres se liberen adoptando libertades femeninas, y viceversa.

Por otra parte, el público ha correspondido en ventas, aunque sea para odiarla. Los primeros días después de la publicación, Moran recibió incontables amenazas de muerte, violación y palizas. “Todo el mundo estaba cabreado: las mujeres sentían que las había abandonado, los hombres de izquierdas me acusaban de condescendiente y estereotipada y los de derechas, de intentar convertirlos en mujeres. Me sorprendió, supongo que me han mimado demasiado. Aun así, llegó al número uno y reformé la cocina. Que se jodan”, ha comentado.

Moran aspira a jubilarse y tener un patio trasero en que, a la edad de 75 años, haya 1.000 árboles plantados por ella misma. Los verá crecer hasta ser maduros y así ganará más conciencia sobre la vida. Tiene la certeza de que una persona ha de ser al menos cuatro personas distintas desde su nacimiento hasta su muerte. Esta ha sido su nueva transformación.

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