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El grito resistente de Gingsberg

Un mes de junio de hace 96 años, nacía el poeta Allen Ginsberg, líder de la Generación Beat, adorado y repudiado con idéntico entusiasmo. Dentro del nuevo orden imperialista americano surgido tras la Segunda Guerra Mundial, comenzaba a aullar una nueva cultura. Aquel rugido, si se presta atención, aún puede escucharse hoy
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AGOSTO DE 1944, Nueva York. Las aguas del río Hudson discurren, quedamente, hacia el sur. A la altura de la calle 77 se forma un remolino, en apariencia inexplicable. Algo impide que la corriente fluya siguiendo la dirección marcada. Este hecho se puede ver como el empeño del ser humano por violentar a la naturaleza o, de modo más simple, como un obstáculo cualquiera en ese discurrir. Lo que frena al agua, marcando unas ondas concéntricas y, si se quiere, psicodélicas, es un cadáver.

Pocos días antes, la vida parecía no tener fin para unos jóvenes universitarios de Columbia, decididos a ser parte significante de un país poco dispuesto a cederles el paso. Dos de ellos, tras un intento infructuoso de embarcar en un mercante con destino a Francia, recalaron en el bar de siempre, el West End, sin saber que, en ese mismo instante, alguien estaba al acecho.

El perseguidor se llamaba David Kammerer; el perseguido, Lucien Carr. Se habló de búsqueda enajenada, de acoso, de perversión homosexual por parte de un adulto en la treintena, obsesionado hasta la desesperación con aquel muchacho de 19 años, belleza imponente y familia respetable. Se dijo que Kammerer, conocido de William S. Burroughs, profesor y, años antes, monitor en un campamento estival, se había precipitado hacia su propia muerte por cuchillo de boy scout. Se comprobó que Carr, compañero de Allen Ginsberg en la residencia estudiantil, alumno brillante, provocador, a punto de salir rumbo a Europa junto a Jack Kerouac, sin pagar pasaje y, tiempo atrás, niño angelical asistente a un campamento de verano, era el dueño del arma homicida.

Tras el apuñalamiento, llenó de piedras los bolsillos de Kammerer y arrojó su cuerpo al Hudson. Luego fue a buscar a Borroughs, el cual le aconsejó que se entregara a la policía, no sin antes destruir alguna prueba. Después fue a buscar a Kerouac, que se lo llevó a distraerse un poco, no sin antes ocultar alguna prueba. Seguidamente fue a casa de su madre, quien lo acompañó a la oficina del fiscal. Estuvo retenido hasta la aparición del cadáver flotando en el río. Fue acusado por asesinato en segundo grado, alegó defensa propia y la opinión pública se cebó con la víctima.

Finalmente cumplió condena dos años en un reformatorio. Kerouac y Burroughs fueron arrestados como testigos materiales. El padre de este último pagó su fianza y el de Kerouac, no. Allen Ginsberg iba a ver a los detenidos a sus respectivas prisiones. Les llevaba libros, les escribía cartas. Seguían siendo jóvenes y, aunque desde lugares distintos a las aulas universitarias, la vida prometía -o así lo creían- esperar por ellos.

Ginsberg tomó las riendas y no las soltó hasta que solamente quedó él. Así se convertiría en el gurú pop por excelencia

 Todos ellos tenían un destino al que denominaban Nueva Visión. Lucien Carr había sido el aglutinador del grupo hasta el asunto del asesinato. Entonces, Ginsberg tomó las riendas y no las soltó hasta que solamente quedó él. Así se convertiría en el gurú pop por excelencia. Nació el 3 de junio de 1926 en Newark, Nueva Jersey, en el seno de una familia judía. Su padre, profesor, y su madre, maestra, le aseguraron una educación cultivada. Su posterior activismo político pudo haberse despertado de niño cuando, agarrado de la mano materna, asistía a las reuniones del partido comunista, al que ella pertenecía y defendía con fervor. Posteriormente sería internada en un psiquiátrico y su tragedia viviría en los versos de su hijo, que le dedicaría el libro titulado Kaddish, considerado, junto con Aullido, lo mejor de su obra. Era un chico tímido. Trató, en un primer momento, de adecuarse a los convencionalismos, concertaba citas con chicas de su edad y condición y obtuvo una beca para Columbia con el objetivo de estudiar abogacía, pero pronto, todo eso, quedó atrás. La universidad le sirvió para conocer a los que serían sus amigos, amantes, y compañeros de una generación que pasaría a la historia como la Generación Beat. Lo que el mundo académico calificó de excesos y motivo inexorable de expulsión, ellos lo llamarían arte, éxtasis, lenguaje vivo, desorden. Una nueva forma de expresarse que tenía como aliados las drogas, el sexo, el alcohol, la transgresión de unas leyes puritanas que dejaban fuera a las grandes masas de los márgenes.

A mediados de los años 40, leen, viajan, escriben, se aproximan al budismo, trabajan en lo que encuentran, van y vienen en un continuo delirio creativo, etílico y existencial. En los 50 se mudan a San Francisco. Y en el devenir de esa atmósfera palpitante, sudorosa, jazzística, llega a la Six Gallery de la calle Fillmore, la noche del 7 de octubre de 1955. Nada hacía pensar que fuera a ser una noche tan diferente. Allen Ginsberg llevaba tiempo tanteando locales para organizar una lectura poética. Por consejo de Kenneth Rextroth (considerado más tarde el padre de la contracultura), recala en la Six. Se imprimió un folleto que decía: «Seis poetas en la Six Gallery. Kenneth Rexroth, M.C. (maestro de ceremonias). Una destacable colección de ángeles que se reúnen al mismo tiempo y en el mismo lugar. Vino, música, baile, poesía seria, satori libre. Un maravilloso acontecimiento». Ginsberg comienza a leer el famoso inicio de su libro elemental, ‘Aullido’: «Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,/ hambrientas histéricas desnudas». Poco a poco se va emocionando, su voz se altera, se eleva, las vibraciones de la sala empiezan a expandirse, a rebotar en las paredes, a generar una corriente única, irremediable. Los testigos lo recuerdan así: «Fue increíble». Y ver a Ginsberg, cada vez más animado, a medida que leía, tenía algo de terrorífico. Aquella lectura supuso una ruptura para todo el mundo». «Habíamos llegado a un punto de no retorno y nadie quería volver a los silencios grises y casi militares, al vacío intelectual, a la tierra sin poesía». Los medios de San Francisco llamaron a esa noche Renacimiento Poético. Después de eso, nada sería igual. 

Dos años antes de renacer, al poeta Lawrence Ferlinguetti y al profesor Peter Martin se les ocurrió abrir una librería que fue inaugurada con el nombre de City Lights, en homenaje a la película de Charles Chaplin. Su intención era financiar la editorial que tenían en el sótano del mismo edificio y una revista que publicaba poesía. Allen Ginsberg llevó allí su Aullido, se lo dio a Ferlinghetti, quien lo leyó y, seguidamente, lo publicó. 

El poema era obsceno y había que retirarlo de las librerías. Sobre Ferlinghetti y otro librero recae la culpa y ambos son arrestados

Y entonces llegó la orden del fiscal. El poema era obsceno y había que retirarlo de las librerías. Sobre Ferlinghetti y otro librero recae la culpa y ambos son arrestados. A los cuatro meses, no obstante, el juez dictamina que el poema es un ejercicio de libertad de expresión y la sentencia crea jurisprudencia de la que se beneficiarán muchos autores americanos posteriores.

Ferlinghetti, en una entrevista, lo contaba así:  "La policía entró a la librería y nos acusaron de vender material lascivo y pornográfico por ese libro. En el juicio nos defendió la Unión Americana de Defensa de las Libertades Civiles, no teníamos ni un duro para abogados, siempre les estaré agradecido. Al final ganamos, en un juicio en que poetas, profesores y lingüistas declaraban como testigos, y demostramos ante el juez que una palabra no podía ser considerada obscena por ella misma y que lo que prevalecía era el valor literario y el significado social". 

En esa época Ginsberg conoce al que sería su pareja hasta su muerte, Peter Orlovsky y, es también en ese tiempo, cuando su fama se extiende por todo el mundo. Los hippies de los 60 lo consideran su mentor, los intelectuales de distintos países le organizan encuentros literarios y políticos; toda causa justa busca en él su portavoz. Y él nada rechaza. Poco a poco los beatniks se disuelven, por desaparición o por alejamiento de su doctrina.

Atrás queda una generación que no sobrevivió al impacto de su propio ritmo. Sin embargo. Como un faro o como un refugio o como un río. Dejándose llevar por la corriente de cada época, resistió Ginsberg hasta formar a su alrededor ondas concéntricas o psicodélicas, frenando el agua y llamando, quedamente, a la muerte.

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