Opinión

Jarros de agua fría

He leído Correo literario, de la escritora polaca Wislawa Szymborska. Me he reído mucho y he aprendido un poco.
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UN LECTOR le comenta que, a la vista de los textos que ha enviado, se podría deducir que el idioma polaco tiene unas doscientas palabras; es decir, que es la lengua menos desarrollada del mundo. A otro, que, si el alcohol realmente ayudara a escribir, como sostiene, uno de cada tres de sus conciudadanos sería un Horacio. 

El libro es una selección de respuestas, dadas por la Nobel desde la revista Vida Literaria, de Cracovia, a los envíos de los aspirantes a escritor que le mandaban poesía, en su mayor parte, y algún que otro relato. Y sus comentarios mordaces valen mucho la pena. Todos los poemas sobre la primavera quedan descalificados automáticamente, le suelta, por ejemplo, a uno. Y a lo largo del libro van desfilando no pocos acusados de plagio, de sensiblería, de juntar palabras rimbombantes sin sentido ninguno, de no saber ortografía, de ser anticuados, de vagancia o, directamente, de no tener talento literario. Lo cual, por otra parte, deja claro que no es ninguna deshonra, sino algo que les sucede a muchas personas inteligentes, ilustradas, nobles y dotadas en otros campos. El talento literario no es fenómeno de masas, aclara.

Pero el libro es más que gracioso, claro, e incide una y otra vez en varias ideas que me han encantado. La primera es precisamente esa, que el talento es una cualidad innata y que, como tal, se tiene o no se tiene. Y es tan clara a ese respecto que incluso lo atribuye a la genética. La segunda, que, aun en los casos en que ese talento existe, de poco vale sin preparación y trabajo: advierte de la necesidad de pasar horas ante el papel perfeccionando la idea inicial. Y la tercera, para mí, es que un escritor se distingue, sobre todo, por su manera, diferente, propia, de mirar lo que lo rodea; por ser capaz de ver lo extraordinario en aquello que para cualquier otro no es más que la corriente realidad. Antes de ir a Capri, le aconseja a un lector, párese en cualquier pueblo insignificante del camino y, si no ve en él nada digno de ser contado, no siga, porque no habrá grutas azules que valgan. Ah, y hay una cuarta recomendación que no deja de salir a lo largo del libro: leer. Leer más y mejor.

A mí no me cabe ninguna duda de que se trata de un mensaje completamente infantil, pero, aun así, goza de un enorme éxito. Será que somos infantiles.


Pero me gusta especialmente la idea de que el talento se tiene o no se tiene, y punto. Sin con esto querer decir que el trabajo, la actitud y el empeño no den sus frutos —no sé si alguien podría pensar que no son absolutamente decisivos en cualquier ámbito de la vida—, me alegra que Szymborska contradiga el mantra de moda, eso de que todo es cuestión de intentarlo, y que llega con querer algo para lograrlo. A mí no me cabe ninguna duda de que se trata de un mensaje completamente infantil, pero, aun así, goza de un enorme éxito. Será que somos infantiles.

La autora polaca, con más o menos sorna, sigue insistiendo en más requisitos que debe cumplir quien pretenda escribir: hacerlo apasionadamente, aun al escribir sobre el aburrimiento; espiar a sus personajes, saber de ellos más que ellos mismos; no confiarlo todo al tema, porque el tema por sí solo no vale gran cosa, y únicamente cobra interés cuando la experiencia del autor se lo da, cuando somos capaces de explicarle al mundo qué lo hace extraordinario, qué hace, por ejemplo, que ver a una anciana caminando, o una hierba que se agita, lo sean; concebir la escritura como un paseo en solitario; no querer ser escritor, sino querer escribir; y siempre, siempre, preguntarse por qué, tener curiosidad y preguntarse el porqué de todo, hasta del acto aparentemente más irrelevante, porque es ahí donde está la literatura.

El libro se lee en menos de una hora y deja buen sabor de boca. La claridad siempre es de agradecer. Hasta cuando el veredicto es duro, hay cierta tranquilidad, cierto apaciguamiento en la seguridad. Puede serenar, e incluso reconfortar más, un no franco que una respuesta ambigua que nos deje dándole vueltas a nuestras dudas. Incluso cuando la buena de Wislawa dice que, antes de ponerse a juntar palabras, lo honesto hacia uno mismo y caritativo hacia los demás sería pensar, primero, si se tiene algo que decir.

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