El mambo de las mentiras

Xavier Cugar, segundo a la derecha. AEP
Xavier Cugar, segundo a la derecha. AEP
Al pasear durante los años 80 por las inmediaciones del hotel Ritz en Barcelona, resultaba cotidiano encontrar un Rolls-Royce extravagante y de color dorado. Rara vez se movía más de una vez por semana porque su dueño lo había convertido en el pago por una estancia vitalicia. El músico Xavier Cugat (Girona, 1900-1990) llevó el show hasta sus últimos días.

El negocio del espectáculo solamente resulta duradero para aquellas personas capaces de convertir su vida en un propio número de entretenimiento. Esta afirmación pareció dirigir los pasos que Xavier Cugat tomó a lo largo de su vida, movido siempre por una ambición hacia el dinero y el reconocimiento. La frivolidad terminó por convertirse en su talento verdadero. El escritor Jordi Puntí solo ha necesitado ficcionar el 20% de la biografía del catalán que conquistó Hollywood en el siglo XX, el resto oscila entre la mentira incontestable y la verdad inverosímil. Lo recoge en su novela Confeti (Anagrama) el complemento perfecto para el documental Sexo, maracas y chihuahuas, también sobre el músico.

Aunque su origen se sitúa en Cataluña, la consciencia de Cugat se desarrolló en Cuba. La familia se vio forzada a abandonar su Girona natal por motivaciones políticas y necesidad económica. Los ideales republicanos del cabeza de familia valían muchos disgustos. La madre, de profesión costurera, animaba un cambio de vida. Así, embarcan en el buque María Cristina en Barcelona y con destino a La Habana.

En la isla, Cugat desarrolla un español tan particular que le servirá como herramienta y reclamo. Sin embargo, décadas después al ser preguntado por su idioma, afirmará que piensa y existe primero en inglés, después en catalán y casi nunca en español. Pasa gran parte de su infancia observando el trabajo de un luthier valenciano. En todas esas tardes entra en contacto con instrumentos de cuerda.

La Noche de Reyes de 1906 supuso el pistoletazo de salida. Sus padres le regalan un violín y al poco tiempo ingresa en el Conservatorio Peyrellade. Allí gana notoriedad por una facilidad innata para dominar el instrumento, también por su desfachatez e imaginación. Asomaba ya el mitómano que vivía en él. Dos años más tarde comienza a pasearse por los cafés tocando a base de monedas y recibe encargos para amenizar las películas mudas que se pasaban en los cines de la isla.

A la edad de 12 años, Xavier Cugat se convierte en el primer violín de una de las principales orquestas de ópera de Cuba. Este hito impresionó al tenor Enrico Caruso durante una visita para actuar en el Teatro Nacional, quien invitó al muchacho a mudarse a Nueva York y probar suerte en Estados Unidos. Siguiendo su consejo, Cugat se trasladó solo, con la mala suerte de que Caruso no se encontraba en la ciudad en ese momento. Durmió en bancos de Central Park durante días. Esto es lo que el propio Cugat contaba, una más de sus mentiras.

La realidad es bastante diferente. Hubieron de pasar tres años hasta que el joven violinista y toda su familia llegasen a Ellis Island, como el resto de migración de la época. Allí los esperaba el mayor de los hijos, que llevaba una temporada en la ciudad. Pasaron a vivir como las mareas de italianos e irlandeses, aunque su red de contactos los diferenciaba ligeramente. Caruso no se acordaba del muchacho y lo máximo que pudo hacer por él fue entregarle una carta de recomendación.

Estudiante del Carnegie Hall

A través de una mezzosoprano y la intervención de otros conocidos, Cugat ingresó como estudiante en el Carnegie Hall, donde también tocaba. Gracias a eso, logró salir de gira por varios países y recaló en Berlín durante dos años para perfeccionar su maestría musical. Su regresó a Nueva York marcó la vuelta definitiva. Se casó a los 18 años con Rita Montaner, una exuberante muchacha que le enseñó la importancia de la belleza incluso en las orquestas. La fama de la esposa era superior a la suya, lo que le causaba complejo a causa de las mofas. La revista como género teatral arrancaba su gran apogeo.

Soporta poco más y se marcha a Los Ángeles, en donde una incipiente industria cinematográfica se rumoreaba en los ambientes artísticos. Sobrevivía gracias a las caricaturas y dibujos que vendía al periódico Los Angeles Times. Así conoció a Rodolfo Valentino, el sex symbol italiano del momento, con el que entabló amistad al compartir un cierto modo de vida crápula. Este solicitó sus servicios como violinista para la película Los cuatro jinetes del Apocalipsis para aparecer en escena tocando para un baile del protagonista. Aquello lo introdujo de lleno en el mundillo.

Comenzó a actuar en las salas más influyentes de la ciudad californiana, aunque establecería una larga estancia ya como director de orquesta en la Cocoanut Groove, en el clásico Hotel Ambassador. Su olfato para la tendencia y en vista de cómo gustaban los bailes latinos, introdujo paulatinamente el tango, la rumba, el chachachá y la conga en su repertorio, además de contaminar las piezas tradicionales con maracas o timbales.

Quiso entregarse por completo a su visión. Para ello, levantó su propia banda, Xavier Cougar y sus Gigolós. Junto a ellos ahondó en la posibilidad del tango como siguiente gran género musical. Se arriesgó a grabar un cortometraje sonoro en 1928, yendo por delante de la propia industria de gran formato. Debido a las dificultades técnicas, esa cinta no pudo ser estrenada como la primera de tipo sonoro, algo que sí hizo El cantante de jazz, coetáena.

Una mujer guapa al frente de las orquestas

Después de divorciarse de su esposa Rita, se interesó más por la vertiente Hollywood de su vida. Para superar una primera falta de interés hacia su banda por parte del público, acostumbrado a otro tipo de registros, decidió poner una mujer joven y guapa a bailar. Había conocido a una muchacha llamada Margarita que trabajaba con su padre en un hotel. Ambos realizaban espectáculos de guitarra y baile. La fichó para su equipo y así Cugat vio florecer a Rita Hayworth.

Poco tardó en casarse con Carmen Castillo, una bellísima mujer que trabajaba como doble de la actriz Dolores del Río. De hecho, el propio músico las confundió al conocerla siendo caricaturista, para su suerte. Y con la entrada de los años 30, su carrera escalaría a niveles inesperados. Mostró a Charles Chaplin la canción La violetera y este la introdujo en Luces de la ciudad. Del mismo modo consiguió componer la banda sonora de otras pequeñas películas.

Cugat aspiraba a convertirse en el referente de la música latina en el cine. Las estrellas del cine mudo lo adoraban por su manera de ser tan abierta y dicharachera, mientras que los productores admiraban su tesón. Howard Hughes o William Randolph Hearst solicitaban sus servicios en privado, para conciertos más íntimos. Bing Crosby debutó como solista con la orquesta de Cugat y eso suponía el prestigio en sí mismo.

Una llamada fundamental lo llevó hasta el icónico hotel Waldorf Astoria, en donde se instaló para amenizar las fiestas de la sociedad neoyorquina durante 15 años. Sus ritmos caribeños se emitían sin parar por las cadenas de radio y competía con Glenn Miller y otros directores por convertirse en el más reconocido de su tiempo. Cugat popularizó La cucaracha o Tico tico entre las esferas elegantes e influyentes.

Nació lo que llegaron a denominar el estilo Cugat, es decir, un modo de interpretar que resultaba vibrante y alegre, desenfadado y muy contagioso. Esa manera de concebir el mambo y otras músicas llegó a convertirse en un género en sí mismo. La gente deseaba bailarlo.

Colaboración con Cole Porter

Después de divorciarse de nuevo y casarse con la cantante y actriz Lina Romay en 1935, Cugat inicia ciertas colaboraciones musicales que lo llevan a juntarse con Cole Porter, entre otros. De esa asociación surgirán grabaciones de clásicos como Begin the Beguine, hoy en día uno de los estándares del repertorio estadounidense.

Absolutamente consolidado, Hollywood abre sus puertas a Cugat, esta vez como personaje. Su nombre empieza a aparecer en carteles. La popularidad de las orquestas había alcanzado tal punto que el cine incluía escenas de baile solo para poder publicitarlas. De este modo, el músico catalán se impuso en ambas costas de Estados Unidos. Fred Astaire lo bautizó como Cugie después de coincidir con él en Bailando nace el amor (1942), junto a Rita Hayworth. También figuró en Escuela de sirenas (1944) o Fin de semana (1945), con Lana Turner, y un buen puñado de títulos más.

"Prefiero tocar Chiquita Banana y tener una piscina que tocar Bach y morirme de hambre", es una de las frases más recordadas de Cugat. Para elevarla a una potencia mayor, el músico catalán comenzó a atender peticiones de la mafia, que en aquellos años se instalaba en Las Vegas. Hizo muy buena amistad con el peligroso Bugsy Siegel y el gángster le entregó el privilegio de inaugurar el primer casino de la ciudad, El Flamingo. “Era el único lugar donde se pagaban cifras fabulosas", afirmó décadas después.

Otra de las mentiras coetáneas a esos hechos fue su estrecho vínculo con Al Capone, del cual Cugat presumía hasta de sentarse a la mesa y comer pasta cocinada por la madre del mafioso. El gángster había contado con sus servicios y sirvió como testigo para agilizar el divorcio que el catalán tenía en marcha, el cuarto después de haber dejado a Lina Romay por Lorraine Allen, y ya ambas exparejas.

Afianzó la infidelidad que lo había llevado a separarse. Una muchacha 32 años menor que él y que terminó convirtiéndose en Abbe Lane, cantante de éxito. Con ella emprendió una gira mundial que provocaba titulares en cada parada, inclusive los accidentes de tráfico en la Gran Vía madrileña al despistarse los conductores con el caminar de la cantante.

Absorbido por el personaje

Durante los años 50, Cugat cambia de registro y es absorbido por el personaje, algo que no le molesta en absoluto. Dicen que el consejo de Fred Astaire al músico de que use peluquín es el paso definitivo para entregarse a la caricatura. Al entrar en contacto con la televisión, el público lo idolatra y él recupera un poco del viejo brillo que había perdido a causa de la prensa rosa.

Gracias a eso su rostro se transforma en un reclamo publicitario. Él mismo realiza inversiones que no siempre terminan bien, como su salto a la industria del crecepelo o la venta de vino de origen español de ínfima calidad. Sin duda, su éxito de mayor calado fue la industria de los chihuahuas. Después de un viaje a México, en el que comprobó la popularidad de estos perros, regresó con uno y lo empleaba como atractivo mientras trabajaba como director de orquesta. Esa imagen tan cómica lo convertía en icónico. Invirtió importantes sumas de dinero en una granja de chihuahuas y obtuvo buenos beneficios al poner de moda esos perros.

Mentía también al afirmar que él y nadie más le había dado la primera oportunidad a Frank Sinatra. Es cierto que el cantante ofreció conciertos con su orquesta, pero no que lo hiciese a los 17 años, como él insistía. Sin embargo, gracias a Cugat, Sinatra cuenta con la canción My Shawl, cuya melodía es una versión de la canción popular catalana La mare de Déu. La relación entre ambos fue fenomenal durante décadas y se achaca la visita del cantante a España en 1992 gracias a la mediación de Cugat, ya que Sinatra odiaba el país porque le recordaba a Ava Gardner.

Tampoco hizo debutar en el teatro a Dean Martin o Jerry Lewis, o no como él lo narraba. Pero sí contó con ellos en múltiples ocasiones. Los cantantes de éxito entonces se habían sumado a Cugat y su orquesta en diferentes momentos por el éxito de sus grabaciones, en especial desde el bolero Perfidia en 1940.

En ese punto de su vida, se dedicó a vivir. Un nuevo divorcio agravado por un largo litigio menguó su fortuna y su paciencia. Decidió volver a España durante una temporada y refugiarse en la Costa del Sol. Allí encontró a una joven murciana llamada Charo, exhuberante y de 15 años, con gran talento para la copla, pero aún más para tocar la guitarra española. La llevó con él a Estados Unidos y con un acta de nacimiento falsa, se casaron. La mujer, décadas después, explicó que su matrimonio había sido un salvoconducto y la relación se establecía como maestro y alumna, más que algo afectivo. De hecho, ella disponía de libertad sexual y mantenía numerosos amoríos.

Cugat había inaugurado el casino Caesar’s Palace en 1966 con su propia boda con Charo y se jactaba de haber descubierto a Woody Allen, todavía comediante de monólogos, pero que nada tuvo que ver en el asunto. En 1971, el músico catalán sufre un infarto y decide retirarse de la vida pública para cuidarse. En ese momento, Charo ingresaba semanalmente el mismo caché que Sinatra o Ray Charles, 300.000 dólares a la semana, pese a que haya pervivido como la mujer de las maracas y el Cuchi cuchi.

Un Rolls Royce de regalo

En 1978, Cugat pone fin a su matrimonio, el último. Abandona Estados Unidos y se instala en Barcelona, en donde sobrevive con la fortuna que le quedaba y préstamos de Charo, quien además le regala el icónico Rolls-Royce como agradecimiento por todo lo vivido. Ese mismo año, el escritor Georges Perec publicó Me acuerdo, un tratado experimental sobre la memoria colectiva y cultural de los años 50, con el que pretendía concentrar toda una época. «Me acuerdo de Xavier Cugat», escribió para la posteridad.

No solo Perec, Woody Allen lo introduce en gran parte de sus películas, como Días de radio y Stephen King se asombra con la historia del músico catalán, al que nombra en su novela 22/11/63. Mencionan a Cugat en el libreto de Un tranvía llamado deseo y Paul McCartney lo homenajea en una de las primeras grabaciones de los Beatles, en Like Dreamers Do. Wong Kar Wai lo añadió en la banda sonora de dos de sus películas y Karl Lagerfeld contaba con un tema de Cugat en la colección de canciones de su vida.

La realidad del músico catalán en su última década, sin embargo, no gozaba de ese antiguo brillo ni el legado posterior que le sobrevino. La transición española no permitía el tipo de inversión arriesgada que Cugat proponía. Los divorcios, además, habían mermado su capacidad monetaria y confianza para terceros.

Por otra parte, su apoyo explícito al bando franquista desde Estados Unidos durante la Guerra Civil no le permitía gozar de buena posición. Cugat aplaudía fervientemente la lucha contra el comunismo. En su momento, Hemingway, John Dos Passos, Truman Capote y Humphrey Bogart habían combatido su postura desde lo intelectual. En el final, falleció casi en el anonimato y sustentado por antiguos conocidos. En su tumba puede leerse: "Xavier Cugat i Mingall, catalá universal, Cugat que vivió".

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