Meditaciones bajo el Etna
En el año 1997, dos astrónomos italianos observaron un cuerpo en el cinturón de asteroides todavía no registrado. Apuraron para apuntarse el tanto y eligieron un nombre simple, 1997 CC7. Poco después, desde el Observatorio Astronómico Sormano propusieron llamarle Battiato. El homenaje al icónico cantante superaba lo meramente nacional. Existe un gran significado en dedicar a una figura como él un asteroide y no otro cuerpo celeste. Porque Franco Battiato no resultó una estrella o un astro, eso supondría demasiado tamaño o luz. Él orbitaba por la galaxia observando la vida, trazando el viaje propio y el universal.
Urge revisar el término vanguardista o al menos el uso que se realiza de él, ya que basta una rápida búsqueda entre la obra de Battiato para comprender que si bien no todo lo hizo él antes, al menos se aproximó o lo intentó. La inmensa filosofía detrás de sus letras se combinaba con sonidos provenientes de todo el globo e imágenes insólitas, inmensas. Trató de romper todas las fronteras, las físicas y las del alma, en la búsqueda incansable que determinó su destino.
Nació el año en que terminó la Segunda Guerra Mundial y en un lugar extraño, de toponimia mutante. Varias biografías ubican a Battiato en Riposto, aunque realmente es de Jonia, ambas en Catania. La dictadura fascista había cambiado sus nombres durante el conflicto bélico para unificar los núcleos.
La infancia del cantante italiano sonaba a Elvis Presley y Little Richard, el rock llegaba a Italia para terminar de revolucionarla, y todos los chicos, incluido él, pedía una guitarra para ser como las estrellas. Aprendió a tocarla, formó una banda con sus amigos y dejó que sus primeros años transcurriesen tranquilamente en la isla, sin destacar en ningún ámbito salvo la felicidad. No cabe otra teoría. El propio Battiato rara vez accedía a responder preguntas sobre su vida previa a 1970.
Sobre el padre apenas se ha dicho algo, una temporada trabajando en Nueva York como conductor y vendedor y un fallecimiento repentino, tajante para la vida de su hijo. Su madre, sin embargo, fue una figura central. Franco existía ligado a su matriz de manera existencial y 'mamma' Grazia ejercía un dominio absoluto, pacífico pero poderoso. El hijo sentía la obligación de cuidarla y protegerla, de mantenerse a su lado impertérrito. Esa fue la gran consecuencia de vivir una infancia sin su padre y de la muerte de este en 1963.
Battiato superaba ligeramente los 18 años de edad y todavía poseía su vocación de geólogo, pero el cambio en sus circunstancias vitales lo llevaron a la emigración. De Sicilia se marchó a Roma, en donde aguantó muy poco, y a continuación se dejó caer en Milán, núcleo en aquel momento tanto del dinero como de la ebullición artística. Llegó en diciembre del 64, un día de niebla espesa entre la cual reconoció, en sus propias palabras, el hogar. Allí trabaja como mozo de almacén y repartidor e intercala eso con tocar en verbenas y fiestas privadas, algún local de mala muerte incluso.
Su suerte cambia al integrarse en la banda del cabaret Club 64. Hace amistad con otros músicos y artistas que resultan cruciales para su trayectoria. Sus horizontes se amplían y asume poco a poco el rock progresivo, la psicodelia, la electrónica y, en resumen, lo experimental frente a lo establecido.
El cantante había probado suerte en algún concurso televisivo, como 'Un disco per l'estate', sin mayor resultado que una eliminación media. Pese a ello y el terremoto del 68 que agitó la cultura y la política en Europa, lo melódico lograba imponerse. Battiato también sucumbió. Un cazatalentos lo convenció para publicar una canción romántica, de bajo nivel lírico y poco inspirado. Después graba 'La torre', su primer sencillo en sentdo estricto, y después, 'El amore'. No fue hasta 'Fumo di una sigaretta' que conoció el éxito verdadero. La discográfica Philips vendió 100.000 unidades del tema.
Toda aquella masa y el éxito no perseguido ejercen sobre él un poder terrible, un grandísimo dolor. Battiato no reconoce aquel mérito y lo envenena lentamente hasta caer en una crisis personal, traducida en forma de depresión. La música banal y la industria estúpida rompen su voluntad. En 1969 decide cortar los hilos, pues se reconoce una simple marioneta.
Entonces se aleja, desaparece del foco y también desenfoca su presente. La experimentación es su único objetivo. El histórico guitarrista y cantautor italiano Giorgio Gaber decide apadrinarlo. Le convence para invertir en su visión. Así, Battiato se va a Londres para conocer instrumentos y nuevas tecnologías. Llega a una tienda de sintetizadores y le ofertan uno del que solo hay dos modelos porque todavía se encuentra en prueba. Él se lleva un prototipo, el otro fue para Pink Floyd. Edita de golpe cinco discos difíciles de rastrear, todos ellos combinando electrónica con música de cámara y rock, y encuentra el camino.
En 1971 lanza su primer álbum propio, el primer Battiato en toda su expresión. Titulado 'Fetus', este se considera el primer disco de vanguardia musical en Italia. Está dedicado a Aldous Huxley, autor de 'Un mundo feliz', y fue prohibido en varios puntos de venta por exhibir un feto humano en su portada. Pese a ello, consiguió vender varios miles de ejemplares y destacar.
Por primera y única vez se deja influenciar por la cultura anglosajona, de la que siempre renegaría por su falta de alma y paulatinamente se acercaría a posturas africanistas y orientalistas, de marcada influencia mediterránea. Coloca sobre su nariz unas enormes gafas de sol, deja que le crezca su pelo rizado y su armario se vuelve más excéntrico. Trabaja el misterio como una forma más de carisma. En 1973 lanza 'Pollution'.
La gran revolución en su vida estaba por llegar. La crisis mental experimentada atrás solo pudo ser superada al encontrar la meditación, una práctica espiritual que transformó su existencia por completo. Comenzó en los años 70 y cada día practicó acorde a su doctrina. Buscaba el silencio interior y terminar con los pensamientos parasitarios, llegar a un lugar de gracia y calma en relación con el hecho intelectual, pero no con el acto. Es decir, meditaba para elevarse sin ejecutar o responder a un estímulo, solo mediante la abstracción y en búsqueda de la reconexión, por ínfima que fuese, con un todo.
La espiritualidad de Battiato funcionaba para él como un músculo progresivo, una parte de su ser que debía entrenar y alimentar con perspectivas, autores y diferentes posturas. No solo eso, Proust y San Juan de la Cruz, la amistad con múltiples sacerdotes y compañías religiosas, los retiros en lugares y sociedades alejadas del ruido moderno; todo ello conjugaba parte de un total que canalizaba a través de dos vías: la meditación y la creación artística.
El autor consideraba la revolución interna un acto auténtico, una condición que no podría heredarse ni comprarse. La progresión espiritual, según Battiato, sucede como un hecho radical y solo accesible desde una honestidad absoluta e indefensa, desde la confrontación frecuente de las propias debilidades y las ilusiones. Enfrentar la esencia con la personalidad.
La experimentación musical y el modo en que compuso sus letras sucedieron a la par que su exploración espiritual, por ello es posible trazar una línea en paralelo entre ambas trayectorias. Battiato orquestaba confesiones eróticas y biográficas, grandes pesares e inquietudes políticas entre reflexiones citando a autores, a pueblos y tribus; una avalancha masiva de conocimiento presentado con liviandad, como quien solo conoce la etiqueta y no la composición de la fórmula.
Avanza la década de los años 70 con un goteo de lanzamientos, cambio de discográfica mediante y en un trasvase de ritmos hacia la música concreta, como 'Clic' (1974), 'Battiato' (1977), 'Juke Box' (1978) o 'L'Egitto prima delle sabbie' (1978). La elevación absoluta de su obra comienza con 'L'era del cinghiale bianco' (1979) y en el paso a la siguiente década toma la decisión de abandonar paulatinamente el rock progresivo para adentrarse en el pop, aunque sin renunciar a sí mismo. Así, con 'Patriots' (1980) llegó 'Prospettiva Nevskij', su primera canción de amplia aceptación.
En un giro de fuerza inesperado, la atención se fija sobre él y aquellos artistas que huyen de lo establecido. A base de talento y vanguardia, Battiato logra desplazar la tradición musical italiana del epicentro para imponer al público su visión amplia en cada escenario, en cada escaparate que busca sentirse moderno. Así, el lanzamiento del disco 'La voce del padrone' supuso un hito histórico. Franco Battiato se convertía en el primer artista italiano en lograr un millón de ventas en el primer mes del lanzamiento. Para la posteridad queda el himno 'Centro di gravità permanente'.
No afloja la producción y de nuevo triunfa al año siguiente con 'L'arca di Noè', del cual se extraen más canciones inmortales, como 'Voglio vederti danzare'. Los siguientes lanzamientos superan igualmente los cientos de miles de ventas, ensalzándolo como una rara figura de arte y popularidad, quizá surgido como el líder espiritual de un país que iniciaba su crisis todavía latente. 'Orizzonti perduti' (1983), 'Mondi lontanissimi' (1985), 'Echoes of sufi dances' (1985) y 'Genesi' (1987), 'Nomadas' (1987) y el grandioso 'Fisiognomica' (1988) cierran una década histórica, de altísimo nivel y de recuperación de música sacra con letras en persa o sánscrito.
Parte del arrasador éxito de Battiato fue su persona pública, el modo en que no temía a la televisión y no se esforzaba por ella. Pese al misticismo, sudaba italianidad por los cuatro costados y se plantaba tanto en programas de variedades para hacer 'playback' como en pasarelas a lucir atuendos horteras. Esa vanidad no chirriaba con su filosofía. Así logró ganar el Festival de San Remo con Alice, amiga y colaboradora, y quedar en quinta posición en Eurovisión con la deliciosa 'I treni di Tozeur', en 1984.
Los siguientes años sucedieron con un retorno a la experimentación y un viaje más allá, con óperas y música sinfónica incluida, además de la colaboración y el apadrinamiento de nuevos artistas. Su encuentro y profusa amistad con el filósofo nihilista Manlio Sgalambro supuso una revolución para su lírica, de la cual se extrae su canción más reconocida y un icono romántico, 'La cura'. De toda la restante trayectoria pueden destacarse su trilogía 'Fleur', 'Come un cammello in una grondaia' y 'L'imboscata'.
Atendiendo a su propia biografía, dejando a un lado lo artístico, quizás son dos actos cruciales los que marcan su porvenir. A finales de los años 80, Battiato se retiró para estudiar la doctrina sufí y acercarse más al orientalismo. Como respuesta a la cercana operación militar Tormenta del Desierto, el italiano aceptó cantar en Bagdad en un concierto que lo marcó para siempre. Con la barba de un eremita ortodoxo, sentado sobre una alfombra turca que, según testigos, ocultaba un ataúd sin cadáver, Battiato interpretó sumido en un poderoso trance junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Irak.
El otro acto definitorio fue la compra en su isla natal del castillo de los Moncada, una rama noble italiana de la familia catalana Montcada y poderosos terratenientes de Sicilia. Se instaló en Milo, en la restaurada Villa Grazia, en homenaje a su madre. Allí reposó sus últimas décadas en las laderas del Etna. Bailaba en el enorme salón, rezaba en la capilla, meditaba dos veces al día entre árboles japoneses, palmeras y su huerto con vistas a Taormina. Se dormía pronto, madrugaba muchísimo e incluso pintaba.
Su voz se había registrado por última vez en 2018, antes de un par de caídas graves. Luego se recluyó durante tres años en su casa, ahora se sabe que debido a un mieloma múltiple. Pasó el tiempo con su hermano, su sobrina y con los escasos invitados que le discutían sobre filosofía, no otros. Carente de familia propia, solo le quedaba su espíritu. La prensa, que nunca antes lo había cuestionado, mantuvo la forma por respeto.
El día en que Franco Battiato murió, el volcán Etna entró en erupción por el lado opuesto a Villa Grazia. Pocos asistentes fueron permitidos al cortejo fúnebre y toda la isla se llenó de carteles anunciando el luto oficial. Sicilia perdía a un poeta, Italia, a la vanguardia viva. La ceniza cambió el paisaje por completo y solo en aquel funeral el cielo fue rosa.