Red de seguridad
Alla pór la década de los 80 se esperaba con fervor o quizá con cierta ansiedad poco o mal disimulada, una narrativa estadounidense que se encarnaba en jóvenes brillantes, dispuestos a mostrarnos la realidad norteamericana en su crudeza, su afectación y sus torpes intentos de salir airosa de vergüenzas colectivas. Fue reunida así una generación que rondaba la veintena, que deslumbró con sus primeros libros y que crearía universos con los siguientes, publicados ya en los 90. Bret Easton Ellis, Jeffrey Eugenides, Jonathan Franzen, entre otros, y David Leavitt. Este último tenía 24 años en 1987, acababa de publicar su tercer libro y ya se había convertido, en el mundo literario, en el muchacho al que no se podía perder de vista. Sobre todo, por sus relatos. Y por la inclusión en la trama de personajes homosexuales, que siempre puede venir bien a la hora de reivindicar la apertura de mente de la editorial o la revista de turno. Y, como no, por esa escritura satírica y punzante, esa manera especial de mirar. "Muy pronto tuve la ocasión de tener esta visión irónica y distanciada de las cosas que luego permaneció en mí".
Varias décadas y libros después, con un posicionamiento literario afianzado y polémica por plagio incluida, Leavitt regresa con la novela ‘A resguardo’, editada, como el resto de su obra, por Anagrama. Y trae con él la visión irónica y distanciada de las cosas que de joven había conseguido abrirle hueco en el panorama de las letras estadounidenses. En un artículo publicado en El País, en 1987, escribió: ¿Qué hay tras esa amargura y este escepticismo? Creo que hay una necesidad de estabilidad, de seguridad. Nuestros padres creían poder satisfacer esta necesidad casándose y criando niños; nuestros hermanos mayores, mediante la vida comunitaria y la revolución. Nosotros hemos visto adónde llevan estas alternativas. Nosotros tenemos confianza en nosotros mismos y en el dinero”.
Pues bien. Es 2024 y el libro, cuya historia nos traslada al año 2016, concretamente al primer sábado después de las elecciones presidenciales estadounidenses, comienza así: "— ¿Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump?”. Es 2024 y, a pocos días de las elecciones presidenciales estadounidenses, Trump ha sobrevivido a dos intentos de asesinato y va declarando por ahí, entre vítores desenfrenados de personas, cuando menos, lo suficientemente enfadadas como para escucharlo y creerle, que los migrantes haitianos que viven en Springfield, Ohio, se comen a las mascotas —a los perros, a los gatos— de sus vecinos. La realidad siempre ha dado mucho juego a la ficción.
Es una trama coral, con un personaje principal que desencadena la narración al hacer esa pregunta. Es una historia en la que todo parece ir bien hasta que un elemento exterior, pero no ajeno, se cuela en las vidas seguras de los protagonistas. Y entonces todo se vuelve amenazador, peligroso, incierto y sospechosamente falso. Los paralelismos con la época actual y, concretamente, con los hilos con los que se está tejiendo el inquietante telar norteamericano hoy en día, resultan sorprendentes, aunque no tanto como para no reconocerlos a primera vista. La sorpresa no viene por lo inesperado, sino por lo obvio. Llamémosle, si se quiere, incredulidad.
Lo que les ocurre a los personajes de Leavitt, con casi toda probabilidad, es lo mismo que le ocurre a Leavitt y a las amistades de Leavitt y a los que no son Leavitt, pero son muy parecidos a él. Viven en las mismas casas, en los mismos barrios, hacen compras en los mismos supermercados y cenan en los mismos restaurantes. Tienen las mismas profesiones liberales y se mueven en una zona perfectamente delimitada, en la misma dirección y con una cadencia que se ha ido acompasando a lo largo de los años, fruto de la costumbre. Tienen, podríamos decir, la misma red de seguridad. "Una red de seguridad rodea mi vida sofisticada y, naturalmente, me pregunto: ¿Cómo se formó?, ¿La creé yo mismo?, ¿La dejaron para mí? A veces me parece que vivo en una habitación de paredes recubiertas de espejos y me imagino que el pequeño espacio que ocupo es en realidad infinito y que constituye un mundo real".
Zonas confortables, amables y productivas
Es un relato que, como en sus libros anteriores, resulta un híbrido entre su biografía y la observación de una realidad que le resulta cercana. A través de un tono característico se va desplegando una historia en la que los personajes, tras la victoria de Trump, entran en una espiral que tiene mucho de monstruo y mucho de devastación, y se abre ante ellos un espacio en el que el silencio significa tantas cosas como la palabra. Paradójicamente, intentando huir de la Norteamérica negra que ellos auguran con un Trump presidente, se enredan en su propia telaraña, que, efectivamente era una red, pero no segura. Todos esos personajes confundidos, que son demócratas, que sabían hasta ese momento lo que decir y lo que pensar, que estaban a salvo en sus zonas confortables, amables y productivas, de pronto, se enmarañan, se enroscan, y de tanto retorcerse para liberarse, se aprisionan más y más. Es ahí y así cuando comienzan a caer las máscaras. Y los conceptos. La libertad en la que creían no era tal, la seguridad tampoco. Y las mentiras con las que fueron construyendo la red, creadas con cosas como las ideas fiables de felicidad, familia, amistad, matrimonio, trabajo, dinero, casa con jardín, de repente se hacen tan evidentes que resulta difícil ignorarlas. Seguir con la vida de antes se convierte en una tarea imposible, y cada personaje, en función de su propia angustia y de su propio vacío, intenta mirar más allá de la red y dirigir hacia allí sus pasos.
Por lo que sabemos, el Trump del 2024 sigue una narrativa idéntica a la del 2016, repitiendo una y otra vez las fórmulas falsas que lo llevaron, en aquel entonces, a la Casa Blanca. Los analistas políticos no lo tienen claro. Y tanta gente, entre la que podría estar este grupo de personajes de ficción porque se parece enormemente a cualquier grupo de personas reales, en este preciso instante, está pensando en hacerle una pregunta a Siri. "—¿Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump?".
La sátira de la que se sirven los personajes es el disfraz que les ayuda a enfrentarse todos los días al abismo que tienen delante. La sátira que utiliza el autor podría valer para lo mismo. Porque, no vamos a engañarnos, las encuestas van mal. Mucha gente se cree los bulos del candidato republicano: Un 49% de sus votantes cree que los inmigrantes de Haiti se comen a las mascotas del vecindario. Tras el huracán Milton que asoló el territorio, el 83% afirmó con rotundidad, después de que el candidato difundiese el bulo, que las ayudas destinadas a paliar los daños irían directamente a los inmigrantes ilegales. Y también creen que los inmigrantes que entran al país por la frontera sur "llegan a nuestro país desde prisiones y manicomios". Así las cosas, sí, la sátira no parece mal plan.
"Hay ventajas en haber crecido, como nos sucede a nosotros, entre dos épocas tan azarosas. Las ventajas de tomar conciencia mientras una época está a punto de agotarse y otra está surgiendo como un ave Fénix de las cenizas de su disolución o desilusión. Si los años 60 fueron una época de ingenua esperanza, entonces los años ochenta son una época de irónica desesperación, su perfecto complemento, su escéptica progenie. Nosotros somos los hijos de ese escepticismo. Lo hacemos todo de modo mecánico y carente de sinceridad”. Estas palabras fueron pronunciadas por David Leavitt hace cuatro décadas. Su última novela podría ser una reafirmación o la búsqueda de una salida. Por si gana Trump y la red de seguridad salta por los aires.
