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Todavía puedo aprender

Celebramos el centenario del nacimiento de Elizabeth Jane Howard, escritora inglesa amenazada por la invisibilización. Nadie logró silenciarla.
Elizabeth Jane Howard. EP
photo_camera Elizabeth Jane Howard. EP

Su padre, el seductor. Su madre la intelectual. Él, hijo de un exitoso comerciante maderero que entraría en el negocio como quien entra en el siguiente estadio de una existencia programada de antemano por otros. Ella, hija de un compositor, bailarina retirada bruscamente por la eventualidad del casamiento. De las madres de ambos se sabe siempre menos, con descripciones que discurren entre la belleza, el carácter y la importancia de un matrimonio equilibrado, que suele responder o bien a la suerte o bien al sacrificio, circunstancias no especialmente interesantes a la hora de escribir biografías para la posteridad.

Marcada por este andamiaje social y moral, la niña Jane, larguirucha y aturdida, se parece más a alguien que no acaba de lograr el privilegio de la pertenencia, alguien que vive su infancia como un ser más de fuera que de allí. Su familia está circunscrita a la clase media-alta, según los estándares de la época y el lugar; de aquel arrebatado comienzo de siglo XX, en un Londres construido y destruido, una y otra vez, sobre escombros, amenazas y, sobre todo, urgencia de vida, manifestada de modos variopintos y, a menudo, escandalosos.

Para la tranquilidad y la desmemoria, tenían el consuelo de la campiña inglesa, con sus edificaciones características, sus espacios para la servidumbre, su morada para el jardinero y esposa, sus aposentos para las cuidadoras y tutoras, y sus estancias nobles, asumidas por todos como las correspondencias adecuadas al derecho de la estirpe. Aun con todo, la pequeña Jane creció en desventaja flagrante: "…Aprendí mi primera lección. Robin era más joven, infinitamente más atractivo y un chico; de hecho, la juventud, la belleza y su sexo eran ventajas inconfundibles, y a su lado me sentía inferior en todos los aspectos". Su hermano Robin, dos años y medio menor, representaba el ideal de clase, la respuesta a por qué las cosas han de seguir siendo como son y por qué no caben cuestionamientos absurdos sobre movimientos de tierra social. A cada uno lo suyo. Solo que, a veces, alguien nace, y es superada por los siguientes nacidos. "Sabía muy bien que él era el favorito, con nuestra primera niñera, con la cocinera de Yorkshire que lo adoraba, pero sobre todo con nuestra madre. Todo lo que recuerdo sentir sobre esto es una sensación de inferioridad".

Hubo un matrimonio y varios amantes que dejarían más zozobra, más culpa

Estos oleajes sacudían a una niña de seis años en 1929 que, además, no contaba con amistades poderosas. Salvo los breves contactos con las criaturas de las «fiestas de té para los niños», su red de conexiones se limitaba a las niñeras, a las tutoras que se encargaban de su educación en casa, y a una madre huidiza con las preferencias inclinadas hacia el lado varonil. A la edad de nueve años ingresó en el colegio y su vida empeoró ostensiblemente. "¿Qué hace a los matones convertirse en matones y cómo seleccionan a sus víctimas? En ese momento no tenía ni idea de esto. Estaba demasiado ansiosa por complacer y tenía una experiencia considerable en fallar. Yo era una aduladora sin éxito. Esto puede encender a cualquier matón, y ciertamente lo hizo".

Las consecuencias del acoso se manifestaron en forma de infecciones recurrentes de garganta que la confinaban en casa durante largas temporadas hasta que, finalmente, su familia decidió organizar de nuevo la educación en el hogar. Contrataron a una profesora que advirtió la curiosidad innata de una aspirante a trabajar —en algún momento— con las palabras, y refinó lecturas y conocimientos. Poco a poco, se fue admitiendo más alumnado en las clases y Jane comenzó a relacionarse en igualdad de condiciones con niñas y niños de su edad.

Hasta los quince años, su vida transcurre sin más sobresaltos: "Llevé una vida tranquila y contenta". Clases en Londres, estancias en la campiña con los abuelos, reuniones familiares en las que su padre poseía la capacidad mágica de conformar el universo preferido de los más pequeños; sus aventuras lo convertían en el más deseable, el más excitante, el más divertido de todos los adultos. Sin embargo, aquel brillo derivó en agujero negro el día en que la adolescente Jane dejó de ser considerada, al tiempo, niña e hija, por el apuesto padre, David Howard. "No recuerdo las circunstancias exactas del primer asalto. Debíamos de estar a solas y era por la tarde. En un momento él estaba señalando lo rápido que estaba creciendo y al minuto siguiente estaba atrapada en sus brazos, una mano lastimándome mi pecho y sofocada por lo que después supe que era un beso francés. Hubo una lucha interminable hasta que conseguí liberarme y huir. Esto ocurrió varias veces hasta que aprendí a no estar nunca a solas con él. Nunca se dijo nada al respecto".

Jane siguió escribiendo hasta su muerte, a los noventa años

Un año más tarde ingresaría con una amiga en lo que por entonces se llamaba la universidad de ciencias domésticas, saldría de la atmósfera hogareña viciada y empezaría a pensar en escribir, todavía en forma de aspiración lejana, pero, poco a poco, con una convicción más profunda. Se inició en el teatro, participó en representaciones provinciales y trabajó también como modelo mientras se iba gestando en ella la necesidad de la literatura. Se casó a los diecinueve años, en plena Segunda Guerra Mundial, con un hombre mayor que ella, Peter Scott, que servía en la Marina Británica y casi nunca estaba en casa. Tuvieron una hija, Nicola, que, tras su divorcio, se quedó a vivir con su padre. Este pertenecía a una familia aristocrática, con una matriarca ruda, que ocupaba el día entero defendiendo su territorio, haciendo saber a los inferiores que no eran bien recibidos. Así las cosas, Jane decidió marcharse y empezar a vivir. Mientras trabajaba de secretaria, publicaría su primera novela, The Beautiful Visit (La hermosa visita), que ganaría, además, un prestigioso premio literario para menores de 30 años. Ella tenía 28 y, oficialmente, comenzaba su carrera como escritora. Entre libro y libro hubo un matrimonio cuasi fugaz y varios amantes que dejarían más zozobra, más soledad, más culpa. "¿Por qué me casé con mi segundo marido, Jim? No había una sola razón, más bien una colección, ninguna de las cuales, por sí sola, me hubiera convencido. Pero juntas, se convirtieron en una razón formidable para el matrimonio".

Durante la preparación de las novelas, escribía guiones, y de este modo se mantenía a flote. Cuando comenzó a escribir la que, para gran parte de la crítica, es considerada su mejor novela, After Julius (Después de Julius), ya se había separado de su segundo marido y había conocido al que sería el tercero y último: el escritor, crítico y profesor, Kingsley Amis, ya por entonces mundialmente admirado por su gran sátira del antihéroe, Lucky Jim. Su matrimonio se prolongó durante 18 años. Los seis primeros fueron, aparentemente, bien. Pero aquello no duraría. Pronto el: "Tengo una vida tan hermosa contigo, decía repetidamente", se convirtió en: "Dependía cada vez más de la compañía de otras personas. Solo, no tenía mucho que decirme, y su incomodidad lo llevó a un sinfín de críticas". Finalmente, lo dejó. Era el año 1982, tiempo en que empezaría a escribir la primera parte de la crónica de los Cazalet, que marca, definitivamente, un antes y un después en la vida de Elizabeth Jane Howard.

Tenía 67 años cuando se editó The light years (Los años ligeros), el arranque de esta novela río, que narra la vida de una familia —su familia— inglesa a lo largo de los años más convulsos del siglo pasado. Los cinco volúmenes de los Cazalet fueron publicados en España por Siruela y se convirtieron en el boom editorial de la temporada. Jane siguió escribiendo hasta su muerte, a los noventa años. Sus memorias, tituladas Slipstream (Estela), las cierra así: "…Todavía puedo aprender. Poco a poco he aprendido algunas cosas significativas, quizás sobre todo la virtud, la extrema importancia de la verdad, que, ahora me parece, debe buscarse y atesorarse continuamente cuando se encuentra alguna parte de ella". Aún se puede.

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