Blog | Que parezca un accidente

Con dos hielos y en vaso de tubo

 
Imagen 'Con dos hielos y en un vaso de tubo', de Manuel de Lorenzo (25.05.18)
photo_camera Imagen 'Con dos hielos y en un vaso de tubo', de Manuel de Lorenzo (25.05.18)

UN AMIGO portugués me explicó hace muchos años que en Portugal no sabían poner copas. Era algo similar a lo que ocurría en Polonia, decía, donde pedías un vodka con limón y, con suerte, te servían un chupito de Zubrowka y al lado un vaso con limonada. O en Inglaterra, donde las copas solían venir cargadas de hielo picado y sólo un par de opciones para combinar. "No será para tanto", le contesté yo. Evidentemente, no era consciente de la gravedad de la situación.

La siguiente vez que estuve en Oporto quise comprobar su teoría, así que, después de cenar en un restaurante indio, pedí un vodka con limón. Al principio el camarero me miró extrañado, como si estuviese intentando calcular mentalmente la raíz cuadrada de dos. Se marchó un momento y regresó con la carta de cócteles. Me solicitó que señalase cuál quería, pero en la lista no había nada semejante a mi petición. Con algo de sarcasmo le expliqué cómo mezclar un poco de vodka con un refresco de limón en un vaso con hielo, pero entre mi portugués de Galicia y su portugués de la India fue imposible entendernos.

Para mi sorpresa, sin embargo, él creyó haberlo hecho. Volvió a marcharse y, sonriendo de oreja a oreja, feliz por haber acertado, me trajo un vaso ancho y una botella de vodka-lemon. No fui capaz de decirle que no.

En un primer momento le eché la culpa a las circunstancias. Iba por la calle pensando en la barrera del idioma, en las diferencias culturales, en aquella frase de Gandhi que define el alcohol como "un invento del diablo". Así que, aprovechando que se estaba jugando la final de la Taça de Portugal entre el Vitória de Setúbal y el Benfica, entré en un bar y pedí un whisky con coca-cola.

El camarero no movió un solo músculo. Se quedó observándome como si a mi frase le faltase una segunda parte. Como si, por si sola, equivaliese a no haber dicho nada. Repetí mi petición y, visiblemente desconcertado, me sirvió un chupito de whisky y colocó al lado una lata de coca-cola. Yo no daba crédito. Le pedí que me lo sirviese en un vaso de tubo y, con su jefe detrás apremiándolo, aunque tampoco parecía saber a qué me refería yo, el pobre chico trajo un vaso de caña, vertió todo allí dentro y lo empujó hacia mí muy despacio, suponiendo que estaba ante un loco.

Me parecía inconcebible. Mi amigo tenía razón. Comparado con Portugal, España era el paraíso de los alquimistas de barra. Aquí bastaba con imaginar una copa para que existiese. Daba igual lo que quisieses combinar. Todo valía. Todo funcionaba. Malibú con piña, licor de mora con calimocho, incluso Licor 43 con Cacaolat. No había líquido que no se pudiese mezclar. Beberse un cubata era, sencillamente, una cuestión de voluntad.

Han pasado trece años y la situación ahora es la contraria. Aquí uno no puede pedir un vodka con limón sin que se lo sirvan en una copa balón con rodajas de lima, granos de pimienta rosa, hielos de colores, el borde de la copa impregnado en almíbar e incluso arenas de sal. Estuve en Portugal hace unas semanas, pedí un cubata y me lo sirvieron como debe ser. Con dos hielos y en vaso de tubo. Me emocioné tanto al verlo que el barman me preguntó qué me ocurría. "En España no sabemos poner copas", le dije. "No será para tanto", me contestó él. Evidentemente, no era consciente de la gravedad de la situación.

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