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El minuto de Saint-Ex

Antoine de Saint-Exupéry, el renombrado autor de El Principito, desapareció el último día de julio de hace 69 años. Sobrevolaba la tierra, como él quería.
09 Saint-Exupery
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Entre y la búsqueda desesperada; entre la comunión humana y el egoísmo, tan humano; entre el cielo, rebosante de soledad, y la tierra, anhelante de ella. Pocos momentos de calma se le conocen. Los que existen, son fugaces sensaciones imposibles de retener no más de un minuto. Y la persecución de ese minuto puede durar una vida.

El aire aristocrático le venía de familia, aunque, a medida que se hacía adulto, iría desprendiéndose de toda ostentación de clase. En cierta ocasión le dijo a su madre que, en las cartas, no se dirigiera a él como conde de Saint-Exupéry. Que sobraba la nobleza. Que era un piloto como los demás. No obstante, los rasgos de distinción suelen ser membranas adheridas a los órganos vitales, por mucho que se escondan, reaparecen en ese gesto, en ese impulso, en esa actitud. Costumbres que permanecen pegadas a la piel. "En el extremo de la mesa, a varios metros de mi marido, yo seguía presidiendo cenas con invitados a los que no conocía. Hacia la medianoche, Tonio invitaba a algunas damas muy bonitas y a sus complacientes maridos, y todo el mundo se instalaba en nuestra casa hasta el amanecer. Cada noche las mismas historias del desierto contadas por Tonio que yo me sabía de memoria". Tonio es Antoine, Antoine Marie Jean-Baptiste Roger, conde de Saint-Exupéry. 

Nació en Lyon, con el siglo XX, un 29 de junio de 1900. Si nos dejáramos llevar por el espíritu de El Principito, diríamos: También fue como el siglo, arrebatado y utópico; cruel y compasivo; contradictorio, heroico y herido. Pero quién no es todas esas cosas en algún instante. Vivió en dos castillos, primero en el de su abuela y después en el de una tía, la condesa de Tricaud, al que se trasladó la familia tras morir el padre. Tonio tenía cuatro años y esa sería su primera pérdida. Una institutriz austríaca pasaría a formar parte de una red de apoyo que, poco a poco, aprendió a tejerse. A los doce años, impulsado por esa pasión aeronáutica temprana, consigue subir a un avión mintiendo al piloto sobre el incuestionable permiso de su madre. Vuela y, de algún modo, ya no quiere regresar. Aunque, obviamente, regresa, el conflicto entre el avión y la rutina terrestre permanecerá. "Consuelo, Consuelo, me aburro, me muero de aburrimiento. No puedo quedarme todo el día sentado en un sillón, ni en las terrazas de los cafés. Pequeña Consuelo, escúchame, quiero marcharme".

Como va con el siglo, estalla la Primera Guerra Mundial en 1914 y él cumple catorce años. Su madre es reclutada como enfermera jefa en un hospital de Ambérieu-en-Bugey, cerca de Lyon. Tiene dos hijos y tres hijas. A los dos varones los envía a un internado a Friburgo, en Suiza. Uno de ellos es Tonio y el otro, François, un hermano querido que acabará muriendo de pericarditis en 1917. Ese año también termina el bachillerato. De naturaleza soñadora, poco dado a los estudios, quiere ingresar en la Escuela Naval, pero suspende por tres veces el examen y decide, finalmente, matricularse en Bellas Artes. Se instala en París, en casa de una prima de su madre, Yvonne de Lestrange, quien le abrirá, por todo lo alto, las puertas de la intelectualidad francesa de aquel momento. Jean Prévost, André Gide, Gaston Gallimard, pasaban frecuentemente por allí. "Yvonne es caprichosa… Es exquisita, nunca te aburres ni un segundo con ella, te explica las cosas bonitas de París, qué alegría. Tiene ideas, le interesa todo, las matemáticas y todo lo demás, en fin, es la perfección". Se enamora de Louise de Vilmorin –futura esposa de André Malraux–, a la que escribe poemas apasionados que su prima Yvonne considera mediocres. Sin embargo, lo anima a seguir escribiendo, lo coloca directamente en la órbita de las letras francesas, con la crème de la crème. Pero él no quiere escribir. No en rigor. Lo que quiere es ser piloto. En 1921 inicia su servicio militar en el Regimiento de Aviación de Estrasburgo, como mecánico. Es en el Regimiento Aéreo de Marruecos donde aprenderá a pilotar. Entonces tiene un accidente. Sobrevive, pero se fractura el cráneo y es alejado de los aviones. Rompe su compromiso con Louise, cuya familia consideraba demasiado arriesgada la profesión de piloto. Se aburre. "Estoy demasiado sólo en esta habitación. No vayas a creer, mamá, que estoy pasando una crisis de melancolía insuperable. Siempre me ocurre lo mismo cuando abro la puerta, arrojo el sombrero y siento que un día más acaba de deslizarse entre los dedos". 

Entretanto, en Toulouse, Pierre-Georges Latécoère, ingeniero y propietario de la Compañía Aéropostale, acaba de ampliar la línea de correo aérea Toulouse-Casablanca. Dakar entra en el mapa. Pese al peligro de los viajes, el negocio funciona. Allí es donde entra a trabajar Antoine de Saint-Exupéry, que será conocido como Saint-Ex. Allí es donde empieza a volar. Cubre la ruta Toulouse-Senegal y pasa un tiempo en Cabo Juby, en Marruecos, como jefe de escala. De vez en cuando se detiene. Entonces necesita el silencio del mundo para ponerse a escribir. Correo del sur fue creado así. El centro de operaciones y recuperación de los viajes era Le Grand Balcon, el hotel refugio, el hotel fiesta, el hotel camarada. Allí tenía siempre su habitación. La número 32. Y allí es donde escribió El aviador, pensando en Louise, contando su vida de piloto. La habitación, hoy en día, sigue disponible. Cualquiera se puede alojar y recuperar la esencia de quien allí habitó.

En 1930, la línea continúa su expansión. Objetivo Suramérica. Saint-Ex es nombrado director de Aeroposta Argentina, la filial de la compañía francesa, y se instalará en Buenos Aires. Allí se encuentra con Consuelo Suncín, que se convertirá en su esposa un año más tarde. Ni el tiempo de noviazgo ni el matrimonio fueron apacibles. Tonio, Saint-Ex, era como un torrente desbordado, como un niño entusiasmándose a cada paso, a cada sueño, y aburriéndose del mismo modo, de la misma mujer, del mismo hotel, de la misma casa, de la misma ciudad, de la tierra entera. Era un hombre de absolutos. Consigue terminar otro libro, Vuelo nocturno y de Niza se van a París. Le otorgan el prestigioso premio Femina y su fama aumenta a medida que disminuye su dinero. La vida se convierte en cenas, celebraciones, encuentros que se alargaban hasta la madrugada. Su mujer lo espera en casa. Estalla, como estallan los seres insatisfechos, con daños colaterales.

No puede más y retoma su trabajo como correo aéreo. También escribe reportajes, vuela hasta el lugar, mira, escribe y vuelve. Va y viene como si la Tierra fuera una jaula. Cada vez que sale de ahí, lo hace con furia renovada sin importar ni a quién ni qué deja atrás. Para conseguir récords y más dinero participa en raids, rutas imposibles, extremadamente peligrosas. En uno de esos, destino Saigón, se ve obligado a aterrizar de emergencia en el Sahara. Sobrevive, junto a su compañero de vuelo, tras cuatro días de agonía en el desierto. No sería el último accidente. Otro en Guatemala le dejó secuelas eternas. Y en ese ir y venir, en esa búsqueda, con la vida siempre a punto de algo que no termina de llegar, es capaz de escribir Tierra de los hombres, premio de la Academia Francesa, y Premio Nacional del libro en Estados Unidos, en 1939. Entonces, la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes ocupan Francia y, ayudado por sus editores, se va a Nueva York. Publica Piloto de guerra, que se convierte en un best-seller. Consuelo, viajará más tarde a Nueva York porque él se lo pide insistentemente. Ella cree que va a reencontrarse con su marido. Pero las cosas no serán así. Saint-Ex vive con una periodista llamada Sylvia Hamilton y será a ella a quien le confíe el manuscrito de El Principito. Después se va a la guerra. El 31 de julio de 1944, emprende un vuelo de reconocimiento fotográfico desde Córcega para registrar los movimientos del frente alemán con vistas a la Operación Dragón –el desembarco del sur de Francia–. Y ya no vuelve nunca.

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