Las consecuencias del galán

Marcello Mastroianni, en una escena de 'La dolce vita' /AEP
Marcello Mastroianni, en una escena de 'La dolce vita' /AEP
El 19 de diciembre de 1996, la Fontana de Trevi apagó sus luces durante la noche. El monumento, Roma y todo el país enmudecían ante el fallecimiento de uno de sus iconos, Marcello Mastroianni (1924-1996). Aún sin luces, nadie podría olvidar el baño del actor junto a Anita Ekberg en ‘La dolce vita’ y ese grito que es historia del cine: "Marcello, come here!"

La creación de los mitos necesita de la emoción de un pueblo, algo como la ira o la esperanza. Después de la Segunda Guerra Mundial, vencidos y ganadores debían empujar en la reconstrucción. Sin embargo, con el ánimo se podían hacer relatos dispares. En Italia, la comedia fue la aliada del neorrealismo y en ese género, Marcello Mastroianni se alzó. Su rostro pasará a la historia porque su éxito se desarrolló simultáneamente al milagro económico de la posguerra italiana y los cambios sociales y éticos de la república.

Mastroianni fue un actor fundamental en el siglo XX, quizás el mayor de su país, y uno de esos galanes de la gran pantalla que moldearon la pasión masculina. Siempre con una estrella femenina al lado, a poder ser con Sophia Loren, el actor participó en más de 150 películas de todo tipo, mostrando un gran rango e interés artístico en lo que para él solo fue un oficio. En la vida de Mastroianni, muchas cosas fueron meras consecuencias.

Pese a haberse criado en Turín y Roma, el actor y su familia proceden de Lazio, de un pequeño municipio llamado Fontana Liri. Su origen humilde se resume en el hecho de que hasta los 27 años, Mastroianni compartía cama con su madre, según sus propias palabras. El padre se dedicaba a la carpintería y la madre mecanografiaba por encargo, aunque ella prefería decir de su marido que era ebanista o restaurador de muebles. Por urgencia de mejorar sus vidas, se desplazaron en varias ocasiones hasta llegar a la capital del país cuando Marcello aún no superaba los 9 años.

Los padres de Mastroianni habían previsto para él una formación técnica que le permitiese ascender socialmente con rapidez. Así, el joven se propuso ser arquitecto, aunque terminó trabajando como dibujante técnico para el municipio de Roma y, posteriormente, para el de Florencia. Cuando formaba parte del Instituto Geográfico Militar, su institución se fusionó con la Organización Todt, de la Alemania nazi. Algunas fuentes indican que fue retenido en un campo de trabajo forzoso, pero lo único seguro es que logró fugarse a Venecia.

En la ciudad de los canales vivió oculto en una buhardilla con trasfondo junto a su íntimo amigo, el pintor Remo Brindisi. Para sobrevivir, se dedicaron en cuerpo y alma a la pillería. Su especialidad fue pintar paisajes de la ciudad en pañuelos y vendérselos a turistas por precios muy elevados. Sin embargo y pese a lo granuja de la experiencia, aquellos tiempos marcaron profundamente al actor. Su hija Chiara recuerda que su padre mencionaba la guerra con mucha frecuencia.

Pese a haber visto partisanos ahorcados y haber sufrido el horror directamente, Mastroianni nunca mostró un posicionamiento político en vida, salvo en el acompañamiento fúnebre al entierro de un líder comunista italiano. De hecho, llegó a frivolizar socarrón:  «Soy el antihéroe por excelencia. A mí, el fascismo solo me molestaba porque el sábado me llamaban a las reuniones».

Una vez depuestas las armas e iniciado el tránsito a la democracia, Marcello regresó a casa. Durante esa década, al igual que en parte de la anterior, el actor y su madre se prestaban a formar parte de películas italianas. Su primera experiencia con el cine había sido a los 15 años y en un contexto nuevo, con la comedia disputando al neorrealismo, el gusto por la interpretación renacía en el cuerpo del joven.

Se libró de trabajar en una oficina durante toda su vida

El empujón, sin embargo, no vino por su parte. En cierto momento, Marcello se dedicó simple y llanamente a la contabilidad de una oficina. Vivía angustiado y solo los pequeños talleres de teatro a los que acudía representaban un respiro. Un día como otro cualquiera, se rebeló contra su jefe y discutieron con dureza. "Me despidieron. Sentí que inmediatamente me pasaría algo en el buen sentido. Era un triste destino la idea de continuar trabajando en esa oficina toda la vida. Quizás nunca hubiese tenido el coraje de irme solo", reconoció el actor en más de una ocasión.

La madre de Marcello lo había animado en su juventud a formarse en el Centro Universitario de Teatro y lo había probado. Allí conoció a Silvia Mangano y mantuvieron una relación ilegal por edad, ya que ella sacaba 6 años a un Mastroianni aún menor. Aquello no funcionó, pese al puñetazo que el joven asestó a un voyeur que los acosaba. Aunque sí tuvo resultado esa pequeña formación junto con los talleres, ya que después del despido, el teatro fue su oficio.

La estrella de Marcello no puede explicarse sin el teatro; fue su inicio y su fin. Antes del cine, hubo años de pequeñas partes y roles anecdóticos. Fue descubierto por Luchino Visconti sobre las tablas y recibió de él sus primeras grandes oportunidades, así pasó a formar parte de piezas de Shakespeare o un recordado montaje de Un tranvía llamado deseo, en 1948. Durante el trabajo en esta última obra, conoció a Floriana Clarabella, su única esposa y el punto de referencia al que volvería después de cada amorío.

Los intentos de introducirse en el cine por parte de Mastroianni habían resultado casi estériles, salvo por apariciones mínimas bajo las órdenes de directores que ni lo recordaban, como Vittorio de Sica. A partir de 1950 y gracias a Luciano Emmer y al grupo de cineastas de la commedia all’italiana, Marcello se abre un hueco en una industria por entonces muy sobrepoblada.

El despegue de su carrera

El verdadero despegue en su carrera llegó La ladrona, su padre y el taxista, en 1955. En esta cinta, basada en relatos de Alberto Moravia, Mastroianni se encontró por primera vez con Sophia Loren y profundizó con Vittorio de Sica, que también actuaba. Meses después, Loren y Marcello se reencontraron rodando La suerte de ser mujer y La bella campesina, patentándose así una de las parejas doradas del cine, que llegó a trabajar como tándem en 14 ocasiones. En 1957, Visconti cuenta con Mastroianni como protagonista en la adaptación de Noches blancas, de Dostoievski, su primer rol dramático y un primer destello de su gran talento.

Tras formar parte de la película Rufufú, considerada como la quintaesencia de la commedia all’italiana, la carrera de Marcello parece más que consolidada. Lo único necesario era ascender, superar una barrera de gusto e intelectualidad. En el teatro, su dupla con Visconti era un reclamo propio en adaptaciones de Goldoni, Chéjov o Arthur Miller. Por su parte, la comedia había sido un campo de entrenamiento y ya la había conquistado, solamente quedaba captar y proyectar todo ese poso dramático que supone lo italiano.

Con la llegada de los años 60, la carrera de Mastroianni estaba a punto de revolucionarse. Fellini se encontraba produciendo una película que él intuía podría ser un éxito sin precedentes, por lo que estaba solicitando a Paul Newman como protagonista. El personaje principal, un periodista, era una réplica del director y su intérprete era un punto importante. Sin embargo, la esposa del director insistió sobre el fichaje de Mastroianni para el rol, ya que habían trabajado juntos y conocía su valía. Fellini cedió y convocó a Marcello para conocerlo.

Cuando ambos hombres se vieron, Fellini advirtió al momento lo que más tarde definió como "rostro terriblemente ordinario". Comprobó su carácter y quedó satisfecho, aunque faltaba una última prueba. El director ofreció el guion al actor, que lo abrió delante de él. Su sorpresa al pasar página a página fue que todas estaban en blanco, salvo la última. En esa hoja figuraba un dibujo de Fellini nadando en el mar con un enorme pene erecto y, a su alrededor, sirenas nadando. Era la esencia del filme. Marcello, aturdido, empató el órdago: "Muy interesante, ¿dónde hay que firmar?".

Encabeza el podio actoral

Marcello Rubini, el cronista de los escándalos sociales de la Via Veneto romana, fue el papel que cambió la vida de Mastroianni y cuando Anita Ekberg gritó Marcello, pareció como si fuese el resto del mundo dirigiéndose al actor. La dolce vita se convirtió en un éxito absoluto en todo el mundo y Cannes o los Oscar se rindieron a los genios italianos. En ese momento, Mastroianni encabezaba el podio actoral de su patria, de la mano de Sophia Loren.

Al año siguiente, Antonioni cuenta con el actor para La noche, lo que supone su introducción en un cine autoral que ya nunca abandonará, y retoma su trato con la comedia con Divorcio a la italiana, que resulta otro éxito rotundo. En 1963, Fellini cuenta de nuevo con él para 8½, otro filme clave en la historia del cine que logró una gran acogida y revolucionar el propio arte. Desde entonces, el camino de actor y director se cruzó en más ocasiones, como La ciudad de las mujeres, Ginger y Fred y Entrevista.

Tras dos nuevos estrenos, uno de ellos Ayer, hoy y mañana de Vittorio de Sica, la vida personal de Marcello recibe un revés. Su esposa le anuncia su intención de separarse, aunque no divorciarse por el catolicismo interiorizado del actor. Desde que la fama de su marido había comenzado, las infidelidades también habían aparecido. El crecimiento de ambos fenómenos sucedieron en paralelo. La lista era grande y llena de titulares, como Jeanne Moreau o Anouk Aimée, pero nunca Sophia Loren, con quien solo hubo una fecunda amistad.

El gran amor de la vida de Mastroianni fue Claudia Cardinale, quien nunca sucumbió a sus encantos por determinación, no por falta de deseo o correspondencia emocional, como luego se supo. Se conocieron en 1959 durante el rodaje de El bello Antonio y la locura se hizo patente rodando 8½. Desde entonces, Marcello lo intentó sin cesar. El envío de flores a casa de la actriz resultó rutinario. En el final de su vida, el actor se refería a su amor por Cardinale citando a Proust, comparando su posible relación con un paraíso perdido, aún más bello por no haberlo vivido.

El desastre personal de Marcello quedó maquillado por el éxito de Matrimonio a la italiana, un título fundamental en su obra y, de nuevo, junto a Sophia Loren. Visconti, De Sica y Ettore recurrieron también de nuevo a él en una década solo definible como prodigiosa y que servía de antesala a los años 70, en los cuales también brilló. En otra fecunda era del actor, de Mastroianni en ese momento cabe destacar tres cuestiones: la película Una jornada particular, junto a Loren y probablemente su cinta más valiente, la pasión con Faye Dunaway y su relación afianzada con Catherine Deneuve.

Dunaway y Marcello habían coincidido en rodaje y caído mutuamente en sus redes. Todo se torció ante la negativa del actor a divorciarse. Durante dos años mantuvieron un amorío definido por ambos como "delirante". En sus encuentros más habituales, la actriz aterrizaba en Fiumicino con una peluca castaña y mirando hacia al suelo hasta encontrarse con su amante.

Una hija con Catherine Deneuve

De distinta clase fue su relación con la francesa Catherine Deneuve, de quien se enamoró también en rodaje. Gracias a ambos, la pasión dio lugar a la estabilidad, aunque ambos estaban casados. Esta infidelidad fue la última que Flora Carabela vivió como esposa, porque zanjó su matrimonio de manera interna y se mantuvo solo como amiga. Deneuve y Mastroianni tuvieron una hija, Chiara, y entre todos formaron una peculiar familia que definían como “clan”.

Sobre su carácter de ligón y los amores que le surgían al paso, Marcello siempre se mostró reacio y rechazaba las etiquetas. En su etapa más madura, se abría emocionalmente con facilidad. "No me gusto. Nunca me gusté, ni tampoco físicamente. No me gusto cuando me observo en el espejo. Más lo pienso, y más me pregunto cómo es posible que una cara así me dé de comer", confesó en más de una ocasión. Preguntado en sus últimos años qué le faltaba por conquistar, fue rotundo: "El respeto profundo de mí mismo. Eso no lo tengo. Ya ve, no es tanto lo que he conquistado".

La carrera de Marcello prosiguió vertiginosa, insistiendo con los años en una perspectiva más autoral del cine. Se había posicionado contra la nueva escuela del método y el estilo yankee, como su reproche hacia Robert De Niro. "Esa historia de vivir el personaje a fondo se ha convertido en un chanchullo y con ella ganan un montón de dinero. Yo no sé; a mí no me pasa. Me estudio el guion un par de días, recito mi parte y se acabó", espetó en una entrevista.

Haciendo recuento, el actor trabajó con nombres como Fellini, Scola, Antonioni, Robert Altman, Tornatore, Nikita Mikhalkov, Polanski, Mario Monicelli, Marco Ferreri, Jacques Demy, Louis Malle, Vittorio De Sica, Agnes Varda o Dino Risi. Su última película, un viaje al pasado casi proverbial, la rodó junto a Manoel de Oliveira.

Mastroianni nunca abandonó su pasión y mantuvo lo que llamó "dieta teatral". Cerró su carrera sobre las tablas y con una comedia italiana crepuscular, Las últimas lunas de F. Bordon. Heroicamente, su última actuación la realizó sentado por condiciones físicas. Semanas después, Marcello Mastroianni, el hombre que contenía en su mirada la melancolía, el desencanto poscoital y a Italia, moría en París por causa de un cáncer de páncreas.

Antes de fallecer, Mastroianni dio una entrevista al fundador del diario La Repubblica, con quien se confesó. "Si quiere saber qué pienso del amor, se llevará una desilusión. No lo conozco bien. A veces creí sentirlo, pero quizás era mi sufrimiento al sentirme rechazado". Aquel 19 de diciembre de 1996, la Fontana de Trevi se apagó, en Roma resonaban los compases de y Sophia Loren declaró a la prensa: «Hoy es el día más triste de mi vida».

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