Opinión

El síndrome del divorciado

En las últimas semanas la gente no ha dejado de hablar de profecías autocumplidas, predicciones que hacen reales solo por ser pensadas. Lo interesante es lo contrario: las mentiras que nos contamos para mitigar la verdad. El mayor ejemplo son esas cosas en las que decimos no ser igual que nuestros padres y, sin embargo, sí somos. Esto, más que como una profecía, ha sido una maldición para el director de cine Noah Baumbach (Nueva York, 1969).

EL CINEASTA estrenó en 2004 The Squid and The Whale —una historia por momentos autobiográfica sobre el divorcio de sus padres— y activó sin saberlo una cuenta atrás. El amor moderno en todas sus vertientes —incluidas las rupturas— se convirtió en obsesión hasta terminar por afectar a su vida personal, ya de por sí ligada a sus obras. En el año 2013 se separó de su esposa, la actriz Jennifer Jason Leigh, y el pasado viernes la profecía se completó.

Con el estreno de Historia de un matrimonio (Netflix), Baumbach se ha convertido en sus padres del 2004. La cinta narra el proceso de cómo muere el amor en una pareja de artistas. Se documentó hablando con jueces y abogados pese a que el testimonio decisivo provenía de él mismo y, aunque los críticos se han rendido a su nueva película, la aprobación más importante era la de su exmujer. "Le gusta mucho", confirmó Baumbach, al mismo tiempo que intenta convencer que no se ha inspirado en hechos reales.

El cineasta lleva toda su carrera haciendo una diferenciación entre lo autobiográfico y lo que bebe de su propia experiencia. Insiste en que no puede evitar plasmar la realidad a la que se expone, pero que eso, en cierto modo, no se trata de un retrato de su vida. Son puntos de partida que conoce y desde ellos crea caminos ficticios. Al más puro estilo de Paul Auster o Maya Angelou, el cineasta imagina biografías complementarias a la suya.

En estos guiones se suceden personajes similares en situaciones parecidas, como en las obras de buen neurótico. El cineasta utiliza el humor como una navaja que talla madera, perfilando historias dramáticas protagonizadas por jóvenes no mayores de 30 años. Baumbach es hijo de un escritor y una columnista del Village Voice, de ahí su fijación por representar la nueva burguesía que conforman intelectuales y artistas.

El director ha logrado con ‘Historia de un matrimonio’ su mejor trabajo hasta el momento gracias a cumplir otro requisito de bohemio: enamorarse de su musa y formar un tándem creativo. Tras colaborar en diversas ocasiones en calidad de actriz y guionista, la ahora también directora Greta Gerwig —que estrena este mes una nueva versión de Mujercitas— es un impulso innegable en la obra del neoyorquino.

Los personajes, incapaces de gestionar sus vidas, representan el sueño de mediocridad al que muchos aspiran

Tanto Baumbach como Gerwig son figuras relevantes del cine independiente, en concreto, del movimiento mumblecore. Sus cintas se caracterizan por el uso del lenguaje natural frente a los guiones rígidos, siendo el diálogo la parte fundamental por encima de otros aspectos. Los personajes, incapaces de gestionar sus vidas, representan el sueño de mediocridad al que muchos aspiran; una suerte de rutina cotidiana para evitar el dolor.

Baumbach profundiza en sus propios traumas a través de su obra, como un proceso de investigación y expiación. A los 27 años el cineasta ya había estrenado dos cintas, sin embargo, tardó siete más en poder realizar la tercera. Su crisis creativa fue el germen de quien es ahora mismo y, tras haber aunado vida y obra, comenzó a sentirse satisfecho.

Durante el rodaje de Historia de un matrimonio, la implicación personal de Baumbach alcanzó cotas desconocidas para él mismo hasta el momento. Adam Driver —hijo de divorciados— y Scarlett Johansson —en proceso de divorcio— estaban interpretando el punto álgido de la película, una escena demasiado emocional como para ser falsa, que obligó al director a abandonar el estudio y pasear por varias manzanas de la ciudad.

A diferencia del mundo francófono donde cada cierto tiempo surge un nuevo enfant terrible del cine, Baumbach no está destinado a sustituir a nadie. Aunque la influencia de Woody Allen sea innegable en su obra y mantenga una amistad cercana con Wes Anderson, el neoyorqino no pretende nada salvo elaborar disecciones de las emociones en una sociedad de adultos adolescentes.

Tras intentar comprender en Frances Ha la fuerza de la madurez o el significado de la familia en The Meyerowitz Stories, Baumbach reflexiona ahora sobre el divorcio como un triunfo del amor para poder cicatrizar sus propias heridas. Aplicando la lógica de la Costa Este que aprendió en su infancia y la del Oeste en su estancia en Los Ángeles, el cineasta repite las mentiras que cuentan las parejas para convencerse de que «no son como los demás» y alejar así las dudas razonables.

Baumbach firma una de las mejores películas del año y con ella recogerá todos los premios a su alcance. El cuento de un fracaso matrimonial une al cineasta y a Greta Gerwig —que triunfará con su Mujercitas— en su camino hacia los Oscar, con los ojos puestos en si esta relación dejará una historia para cualquiera de los dos cineastas.

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