Opinión

Músicas del Nuevo Mundo

Desde hace unos cuantos meses hay un nombre en todos lados, da igual el momento y el lugar. Ella es sinónimo de una vanguardia y una conquista a nivel mundial. Se llama Rosalía y ha dado palmas desde pequeña, aunque ahora las suyas son las más importantes sobre la faz de la Tierra. O eso creen muchos.
Natalia Lafourcade. EP
photo_camera Natalia Lafourcade. EP

LOS SEMIÓTICOS como Umberto Eco y compañía dicen que para crear una lucha o un movimiento son indispensables los símbolos, los mártires y los héroes. A nadie se le escapa que una revolución requiere unos muertos, que una generación de artistas necesita una cabeza más alta que las demás. Y, en cuanto a lo que la música española significa, ahora le toca a Rosalía. Aunque no con menos obstáculos que los demás.

Desde hace unos cuantos meses hay un nombre en todos lados, da igual el momento y el lugar. Ella es sinónimo de una vanguardia y una conquista a nivel mundial. Se llama Rosalía y ha dado palmas desde pequeña, aunque ahora las suyas son las más importantes sobre la faz de la Tierra. O eso creen muchos.

Dicen los semióticos como Umberto Eco y compañía que para crear una lucha o un movimiento son indispensables los símbolos, los mártires y los héroes. A nadie se le escapa que una revolución requiere unos muertos, que una generación de artistas necesita una cabeza más alta que las demás. Y, en cuanto a lo que la música española significa, ahora le toca a Rosalía. Aunque no con menos obstáculos que el resto.

La principal roca con la que carga es que su reinterpretación de algo tan rígido como el flamenco lo hace a costa de los símbolos gitanos, vaciándolos del significado de una lucha y de la historia de un pueblo.

La salida de su segundo disco, El mal querer, fue tanto una grieta como una bendición. Rosalía se confirmó como una estrella mundial que renovaba el flamenco, pero sus privilegios étnicos —la cantante es paya y catalana— pesaban. Con las uñas postizas de escándalo y las amistades en Estados Unidos también llegó la destilación, esa unión a la música urbana latina que hacía preguntarse: "¿Para qué tanto símbolo si al final no hay nada?".

Pero antes de todo esto hubo otra Rosalía, una que en las palmas no encontraba billetes tan fácilmente y con la que tantos renovadores de los muchos folclores mundiales pueden identificarse. Es cierto. Una nueva ola de artistas vive bajo el asfalto de la tendencia, aguardando a salir por una alcantarilla y enseñar lo que se hace con la música que forma parte de la genética.

Los Ángeles fue la primera toma de contacto que la catalana tuvo con la industria. Aquí el dogma flamenco se impone sin rastro de alguno de baile, de modernidad. Parece que no hace nada nuevo, pero hay un caldo de cultivo y en parte es culpa de Raül Refree, que coproduce y acompaña a la guitarra.

Raül Refree y Rodrigo Cuevas crearon Manual de cortejo, una reinterpretación del folk asturiano o gallego 

Este olfato de Refree ha ido más allá con el tiempo y puede que entre sus fetiches se encuentren estos renovadores del folclore, que experimentan con algo tan antiguo como las costumbres. Este mismo año unía fuerzas con Rodrigo Cuevas, una de esas figuras que en el norte de España ha luchado por nuevos significados, y juntos crearon Manual de cortejo, una reinterpretación del folk asturiano o gallego, entre otros.

Cuevas podría ser visto como un provocador, alguien que de los zocos hace tacones y mientras baila muiñeira reivindica su rol de casamentera, su derecho a ser sumiso como las mujeres que buscaban matrimonio. Aunque no se trata de algo tan simple como una suplantación.

Uno de los procesos indispensables para trabajar bien el folclore es la asimilación, la comprensión de la cultura a la que está sujeta una música. Cuevas parte con la ventaja de haber mamado el bable y las mitologías del norte de España desde la cuna. Por eso hace de la figura de la buena muyer algo tan erótico como fúnebre y de las meigas —o bruxas— un ente femenino persuasivo y convincente, restando magia a la leyenda.

Sin embargo, Manual de cortejo es, más que un disco, un objeto que ronda y ronda sin un rumbo fijo. Algo así como una falda al vuelo en medio de una muiñeira, una figura que engatusa y atrapa a quien se expone, deseando que vuelva la forma a flotar en el aire y ver ese cuerpo extraño pero placentero a la retina.

El cabaret folclórico de Rodrigo Cuevas se aproxima al amor entre hombres, el mar, el viento y el rural. Esta argamasa de obrador toma la forma que Mercedes Peón o Baiuca también lograron previamente: un homenaje a la aldea y a aquellos que nunca entraron en la tradición de manera explícita. Las voces y la retórica costumbristas tejen ahora una obra compleja, casi como un archivo del folclore asturiano, gracias a un sonido fresco.

"No tiene por qué haber pena/ Si se muere este que canta/ No tiene por qué haber pena/ Cántenme coplas alegres/ No me recen la novena/ Si se muere este que canta", pide Cuevas a medio lamento en la canción Muerte en Motilleja.

La  formación musical de Lina era clásica, pero el profundo conocimiento y devoción que tenía por Amália Rodrigues

Este trabajo de recopilación e interpretación en Manual de cortejo es una redención a lo ya hecho, admitiendo que mejorarlo es algo trabajoso pero no imposible. En este caso, se trata de enfrentarse a un espacio físico con sus tradiciones y sus gentes. Algo diferente es lo que hace también el propio Raül Refree junto a Lina, una cantante portuguesa muy prometedora.

Se conocieron en Clube de Fado, un local de Lisboa donde ella actuaba para ganar dinero y un poco de reputación. Su formación musical era clásica, pero el profundo conocimiento y devoción que tenía por Amália Rodrigues y su obra es lo que hizo que el español encontrase en ella algo especial para crear.

Juntos comenzaron a trabajar con las mejores canciones de la diva portuguesa por excelencia, dotando al fado de una dimensión nueva gracias al uso de sintetizadores y un ambiente electrónico, casi etéreo. En este enclave, las letras plañideras de Amália no suenan a muerte ni a puñal en el pecho, sino que remiten a algo tan moderno como un llanto cantado a alguien que acabas de conocer en el metro camino a casa.

El tándem de ambos creadores germina en un disco titulado Lina_Raül Refree, una obra más allá del homenaje y un popurrí de versiones. El propio nombre remite a algo único e irrepetible, aleja la sombra más clásica de Amália y aproxima la nueva idiosincrasia de un Portugal renacido.

Esta recuperación de la figura de Amália es un fenómeno que ya se había visto en el habla hispana con sus iconos propios, no solo como esos discos homenaje que cada determinado tiempo aúnan a artistas de varias décadas

En esta ventana especial que ambos han construido, Lina y Refree miran las gaviotas sobre el río Duero a su paso por Oporto, recuerdan a un amor pasado frente a los palacios de Sintra y admiran las ruinas de una Lisboa aún sin reconstruir, como el ser humano tras una ruptura. Y de vez en cuando, entre ecos a Amália, se escucha ese lamento que ella conserva por ser de donde es aunque traducido a un nuevo lenguaje minimalista.

"Pupilas negras, tão lassas/ Raízes iguais às minhas/ Meu amor, quando me enlaças/ Porventura as adivinhas", canta Lina en Cuidei que tinha morrido tal y como su icono lo habría hecho.

Sin embargo, esta recuperación de la figura de Amália es un fenómeno que ya se había visto en el habla hispana con sus iconos propios, no solo como esos discos homenaje que cada determinado tiempo aúnan a artistas de varias décadas.

Durante las múltiples dictaduras simultáneas en el continente americano en el siglo pasado, nació una generación de cantautores y artistas a mediados de los años 60 que luchaban contra la imposición bajo la etiqueta de Nueva Canción Latinoamericana. Allí militaban Mercedes Sosa, Silvio Jara o Chico Buarque, entre otros tantos.

Se trazó un inicio que recoge Natalia Lafourcade en una colección llamada Musas, un conjunto de piezas atemporales y tradicionales cantadas por las mujeres más importantes de la música latinoamericana

Ese sonido casto de cada país, de zamba argentina a vals chileno, no era más que el folclore que cada cual usó para llenar de nuevos mensajes, de una revolución latente que pedía libertad en corcheas. Aquí se trazó un inicio que recoge Natalia Lafourcade en una colección llamada Musas, un conjunto de piezas atemporales y tradicionales cantadas por las mujeres más importantes de la música latinoamericana.

Lafourcade es una persona que, a diferencia de los anteriores, ya es un icono en sí mismo. Asumiendo una función de faro orientativo hacia las nuevas generaciones, reivindica canciones como La llorona, Luz de luna o Duerme negrito junto a Los Macorinos, esos guitarristas que Chavela Vargas hizo suyos.

No innova en forma ni contenido, tampoco reutiliza símbolos ni reimagina el folclore. Lafourcade simplemente se sirve de las letras de otros y unas melodías propias para hacer valer —casi puño en alto— las múltiples identidades que conforman algo tan abstracto como lo latino y, en especial, a las mujeres. Musas es, en sus dos partes, una colección que une el preciosismo de Rubén Darío con la crudeza de la huella de Pinochet y el pasado tan lejano como próximo.

"No quiero volver a ser lo que fuimos, reivindico volver a ser lo que somos", son las palabras del escritor Antonio Manuel que abren el disco Puerta de la Cânne de  Califato ¾, otros renovadores. Estas representan bien lo que tantos artistas como Soleá Morente, Niño de Elche —un genio— o Tanxugueiras llevan haciendo en el universo Antes de Rosalía: honrarse a sí mismos tanto como a los antepasados, la esencia final del folclore.

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