Opinión

Unamuno y Jiménez del Oso

"El ajedrez desarrolla la inteligencia, sí, pero solo para jugar al ajedrez" (Unamuno)

LLEVO UNOS dos años jugando casi a diario al ajedrez en línea, en la plataforma chess.com, que asegura tener más de cincuenta millones de usuarios. Y durante todo ese tiempo mi puntuación ha oscilado ligeramente —unos días más arriba, otros más abajo— en torno a la que tenía a la semana de inscribirme, cuando los primeros resultados me pusieron en mi sitio. Solo caben dos explicaciones: o no he mejorado nada, o los cincuenta millones estamos mejorando lo mismo, todos al mismo ritmo, lo que sin duda sería asombroso.

Parece ser que Unamuno dijo lo que dijo porque estaba harto del juego que le había arrebatado cientos de horas, y con el que estaba obsesionado. Solo a base de una gran fuerza de voluntad consiguió apartarse de él un poco, en favor de sus estudios y su trabajo como filósofo, profesor y escritor. No sé cómo se sentiría si supiese que un tataranieto suyo está entre los diez mejores jugadores de España. Tal vez no tan mal; al fin y al cabo, su última novela fue Don Sandalio, jugador de ajedrez, y en ella es amable con el juego. Y durante su breve destierro en Fuerteventura jugaba a diario con su traductor, que lo acompañaba.

En chess.com encuentro gente de prácticamente todo el mundo. Lo que más, de la India y Brasil, seguidos por Estados Unidos y varios países de Oriente Medio. Chinos no hay, imagino que por sus restricciones en el acceso a internet. En cualquier caso, es muy interesante, para mí, pensar que al otro lado del tablero, con su móvil en la mano, está por ejemplo un chico argelino, que sale con su novia en la foto de perfil, jugando desde su casa, en una ciudad que tendrá tan poco que ver con la mía. Y de vez en cuando incluso nos cruzamos algún comentario. Qué extraño es todo. Si uno lo piensa, es increíble, sigue siendo increíble.

Me acuerdo de la única vez que leí la revista Más Allá, en los años ochenta, cuando aún la dirigía Jiménez del Oso. Fue en casa de mis primos.

Casi tan increíble como la cantidad de gilipolleces que hacemos con todas esas herramientas maravillosas que hemos sido capaces de inventar.  Todos aquellos alienígenas que el Doctor Jiménez del Oso nos explicaba que habían venido a legarnos su tecnología, deben de estar tirándose de los pelos -o de algún otro apéndice que tengan-, pensando en la cantidad de planetas de otras galaxias, llenos de formas de vida inteligentes, que desecharon por nosotros. Que la capacidad de llevar imágenes a cualquier hogar del mundo acabase dando las Mama Chicho o Sálvame, o que una red mundial de comunicación con posibilidades prácticamente ilimitadas se utilice para enseñar cómo mueves el culo en tu dormitorio, es como para que los extraterrestres regresen, se lleven otra vez lo que nos cedieron, nos hagan un lavado de cerebro masivo y nos manden de vuelta a la edad de las cavernas. Y el lavado de cerebro a lo mejor hasta es innecesario.

Por cierto, me acuerdo de la única vez que leí la revista Más Allá, en los años ochenta, cuando aún la dirigía Jiménez del Oso. Fue en casa de mis primos. En la sección de Cartas al Director había una en la que preguntaban si era verdad que, en no sé qué planeta —desconocido, y desde luego de otro sistema solar—, los habitantes tenían los ojos como los de los gatos. La revista contestaba afirmativamente, le confirmaban que en efecto se creía, casi con total certeza, que así era. Y a correr. Pues la revista sigue publicándose. Ignoro qué nuevos límites del conocimiento estarán explorando a estas alturas.

En cuanto al ajedrez, hay que reconocer que entre sus aficionados hay algunos perfiles muy especiales, bastante alejados del glamur de Beth Harmon. Supongo que tiene que ver con su capacidad para abducir al jugador, que a menudo acaba obsesionado hasta el punto de tener que abandonarlo del todo, o casi, como Unamuno, para poder atender a otras actividades intelectuales.

Pero supongo que eso solo les ocurre a los que, al jugar, mejoran.

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