Pontevedra

Más que portada, pétreo y monumental retablo de motivos sacros y profanos. En él trabajó Cornielles de  Holanda, autor de los retablos de las catedrales de Lugo y Ourense
Basílica de Santa María la Mayor de Pontevedra.
photo_camera Basílica de Santa María la Mayor de Pontevedra.

Cruza la ría de Pontevedra y del Lérez por el puente del Burgo que, según dicen, sería el romano pontem veteram, del que deriva el nombre de la ciudad. Y llega a su simbólico corazón, a la iglesia de la Peregrina, tan curiosa, tan redonda, tan barroca. Con ese nombre y con la planta en forma de vieira es todo un referente para cualquier peregrino jacobeo, especialmente para los del Camino Portugués, que aquí tienen parada obligatoria. Y no cabe duda de que el viajero, a su peculiar manera, es peregrino. Enfrente de la iglesia, saluda a su amigo Ravachol, aunque sea en estatua. Ravachol fue un loro que había en una botica y que se hizo enormemente popular entre los pontevedreses por haber muerto en los Carnavales de 1913, se le sigue recordando en cada Entroido

El casco viejo de Pontevedra solo cede en Galicia ante el de Santiago. Callejas, plazas, soportales, iglesias, rincones. Hay muchas cosas que visitar, pero todas tan cerquita que sobra tiempo para paladearlas. Escogerá algunas a su libre capricho, aunque seguro que no va a ser nada original en la elección. Empieza por las ruinas góticas de Santo Domingo, que serían un buen marco para un episodio de cualquier novela de Walter Scott. Y de ahí, al convento y a la iglesia de San Francisco, un poco en alto sobre una gran plaza en la que estaba –ya no, ay– el emblemático café Carabela, donde gustaba sentarse el viajero. El convento alojó –no sabe si sigue estando allí– la delegación de Hacienda, qué cosas. La iglesia, básicamente románica y gótica, era el lugar preferido por la nobleza de la ciudad para su último y definitivo descanso. 

Vagando sin rumbo, pues de eso se trata, avanzando y retrocediendo, pasa por la placita de la Leña, tan típica como acogedora, por la de la Verdura y por la del Teucro. Echa un vistazo al museo, una casona de categoría. No se olvida del teatro Principal ni del Parador. Por fin, la basílica de Santa María la Mayor, financiada en el siglo XVI por el poderoso Gremio de Mareantes. Entra por la plaza y, con gentil permiso del padre Javier, sale a hacerse una foto por la gran portada renacentista, plateresca y manuelina, que da a una escalinata por la que se sube a la iglesia. El interior es de un espléndido gótico tardío. Al despedirse, el padre Javier insiste en que visite al archivero, que le dará información del templo. Pero el viajero, que está ya un poco cansado, se resiste, quizá pecando de descortesía.

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