La 'trampa' de las marcas para darte gato por liebre en los supermercados gallegos

La inflación ha provocado que las empresas busquen abaratar costes usando productos de menor calidad para vender los artículos al mismo precio. La 'cheapflación' ya hace mella en la economía de los consumidores
Un carrito de la compra. FREEPICK
Un carrito de la compra. FREEPICK

Las estanterías de los supermercados de Galicia siguen repletas de los mismos productos de siempre. La bolsa de patatas, el queso cremoso, la conserva de mejillones, el yogur griego que llevas años comprando... Pero, ¿y si te dijera que, sin darte cuenta, algunos de esos productos ya no son lo que eran? No es que hayas cambiado de marca ni que el envase haya variado demasiado. Sin embargo, la calidad, el ingrediente estrella o el material con el que se elabora han sido sustituidos por otros más baratos sin que nadie te lo haya advertido de forma clara. A esto se le llama cheapflación, y aunque suene a término técnico, es algo que está afectando de lleno a la economía de los gallegos.

La inflación ha empujado a las marcas a buscar maneras de abaratar costes sin subir precios de forma evidente. Porque claro, si los consumidores se las ingenian para que la compra no se dispare, las empresas también buscan su propia estrategia. Y aquí es donde entra la cheapflación. En lugar de subir directamente el precio de un producto, algunas empresas deciden cambiar su composición, recurriendo a ingredientes o materiales de menor calidad. Como resultado, el consumidor paga lo mismo por algo que ya no es igual. Lo que es, en esencia, un gato por liebre de manual.

Las marcas confían en que no te des cuenta. Al fin y al cabo, el envase sigue siendo el mismo, el nombre del producto no ha cambiado y la diferencia en el sabor o la textura puede ser tan sutil que, al principio, pase desapercibida. Sin embargo, con el tiempo, la realidad se hace evidente: la galleta de toda la vida es menos crujiente, el yogur menos cremoso, el café menos intenso. Y lo peor es que ya has pagado por ello sin posibilidad de dar marcha atrás.

Galicia, una víctima especial de la cheapflación

Pero, ¿cómo afecta esto a los gallegos? Galicia es tierra de buen comer y la calidad de los productos es casi una cuestión de pura identidad. No es lo mismo un queso gallego elaborado con leche fresca que uno que ha sustituido parte de su composición por suero lácteo de menor calidad. No sabe igual, no nutre igual. Ocurre también con las conservas, un sector clave en la economía gallega, donde la sustitución de aceites de calidad por otros más baratos puede alterar el sabor y la autenticidad de los productos.

El problema no solo afecta a la comida. La cheapflación también está presente en el sector textil, donde algunas prendas han cambiado su composición sin que el precio varíe. ¿Te ha pasado que una camiseta que antes te duraba varias temporadas ahora se deforma o se desgasta en pocos lavados? Esa es otra cara de la misma trampa. Lo mismo ocurre con productos de higiene, cosmética o incluso electrodomésticos, que ahora parecen fallar con mayor rapidez.

Un engaño silencioso en la letra pequeña del etiquetado

Esta práctica no es ilegal siempre que se refleje en el etiquetado, pero ¿cuántas veces te paras a leer al detalle los ingredientes de un producto que llevas años comprando? Ahí está la clave. Muchas empresas confían en que el consumidor no se fije demasiado en estos cambios y sigan comprando sin notar la diferencia hasta que ya es demasiado tarde.

La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha detectado que esto sucede, por ejemplo, con productos que antes contenían aceite de girasol y ahora incluyen aceite de colza, un cambio que puede pasar desapercibido para la mayoría. También se ha visto en chocolates que han sustituido la manteca de cacao por otros aceites vegetales, en productos de limpieza con menor concentración de activos y en bebidas que ahora contienen más agua y menos ingredientes naturales.

En otros países ya se toman medidas legales

En un país como Francia o Alemania, la legislación y las normativas ya han avanzado en este sentido, obligando a las marcas a indicar claramente cuando un producto ha sufrido cambios en su composición o cantidad. En España, la OCU ha propuesto medidas similares para garantizar que el consumidor no se sienta engañado. Mientras tanto, en Galicia, la solución pasa por afinar el ojo y revisar con atención cada compra.

Algunas cadenas de supermercados han comenzado a advertir sobre estos cambios con etiquetas informativas, pero la mayoría de los productos afectados no cuentan con esta transparencia. Es responsabilidad del consumidor estar atento y exigir una mayor claridad en la información. Si en otros países ya se están tomando medidas, ¿por qué aquí se sigue a merced de las estrategias de las marcas?

Revisar siempre la etiqueta, apostar por el producto local y denunciar

¿Cómo podemos evitar caer en esta trampa? Primero, revisando siempre el etiquetado, comparando ingredientes y materiales de los productos que consumimos con regularidad. Segundo, apostando por productores locales, aquellos que garantizan la calidad de siempre sin trucos ni atajos. Y tercero, denunciando las prácticas engañosas a las asociaciones de consumidores.

Otra clave es compartir información con nuestro entorno. Si descubres que un producto ha cambiado y ha perdido calidad, avisa a tus amigos, familiares o incluso en redes sociales. Muchas veces, la presión pública obliga a las marcas a rectificar o a ser más transparentes. No se trata solo de evitar el engaño a nivel individual, sino de crear una conciencia colectiva que exija productos de calidad sin trucos.

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