"Llevo 70 años hablando cuatro idiomas al día"

De joven el misionero Andrés Díaz de Rábago se marchó al otro lado del planeta para ayudar al prójimo. Hoy, con 100 años, lo recuerda con una memoria prodigiosa

Andrés Díaz de Rábago (A Pobra do Caramiñal, 1917). ARCHIVO
photo_camera Andrés Díaz de Rábago (A Pobra do Caramiñal, 1917). ARCHIVO

SI SE pregunta hoy en día a un niño qué quiere ser de mayor es probable que diga futbolista, médico, bombero o incluso ‘youtuber’. En cambio, las opciones de que sueñe con ser misionero son remotas, y eso que se trata de una labor que implica recorrer el mundo y vivir experiencias en culturas distintas. Pero en la década de 1920, cuando Andrés Díaz de Rábago era un crío y jugaba en las calles de su pueblo natal, A Pobra do Caramiñal, ya tenía claro que quería dedicarse a llevar la fe de Dios a otros rincones del planeta.

¿Cuándo despertó en usted la vocación por Dios?

En mi familia empecé a oír pronto hablar del sacerdocio y la vida religiosa, igual que luego, en el Colegio los Jesuítas de Vigo, donde entré en 1925. Me sentí identificado con el Evangelio de San Mateo.

¿Cómo recuerda la Galicia que vivió en su infancia y juventud?

¿Sabe de una cosa de la que me acuerdo mucho? De las noches sin luna en la entonces fosforecente ría de Arousa. Una noche llegó al muelle de la fábrica de conservas de mi padre una trainera a motor. El patrón saltó a tierra y le dijo al encargado de la fábrica: ‘ Van polo mar vinte caixas de sardiñas. Quérenas?’. Respuesta afirmativa. No había pasado una hora cuando volvió el barco y descargó veintidós cajas. ¡Se habían equivocado solo en dos! Había calculado la cantidad por el tamaño de la fosforescencia que producía el banco de sardinas en el agua. Hoy la fosforescencia ha bajado y sería imposible ese cálculo.

¿Por qué optó en su momento por China para ir de misión?

Cuando empecé a escuchar hablar sobre misiones, tanto en mi familia como en los Jesuitas, siempre era alrededor de San Francisco Xavier y de China, porque los Jesuitas de Galicia estaban encargados de una misión allí.

¿Fue una decisión difícil marcharse? ¿Cómo se la tomaron sus padres?

Cuando me fui, en 1947, hacía tiempo que la decisión estaba tomada y también asumida por mis padres. En aquella época ir a una misión era para no volver. A ellos les decían que era una satisfacción sin alegría, porque entregaban su hijo a Dios pero era una separación de por vida. Mi madre, cuando me despedí de ella en Santiago, me dijo: ‘Tú no te preocupes por nosotros’. Fueron las últimas palabras que le oí. A mi padre lo volví a ver veinte años después, pero mi madre ya estaba en el cielo.

¿Le resultó sencillo adaptarse a una nueva cultura?

Somos diferentes, pero más iguales de lo que pensamos. Cambian los nombres, pero el ser humano es el mismo y pasar de una cultura a otra es mas fácil de lo que se piensa. En Taipei éramos quince de doce nacionalidades. Alguien me preguntó: ‘¿Y cómo os arregláis?’. ‘Mejor que quince españoles’. Y se echaron a reír, pero era verdad.

"Los padres de los misioneros tenían una satisfacción sin alegría: nos entregaban a Dios pero no nos volvían a ver"

 

¿Sabía que China estaba en guerra cuando se marchó para allí?

Es la primera vez que me hacen esta pregunta. Cuando yo fui a China en 1947 poquísima gente en el mundo sabía que la guerra civil china continuaba y, por supuesto, nadie sospechaba que el resultado de esta guerra iba a tener tanta influencia en el mundo.

¿Se fue de China continental a Taiwán por la victoria de Mao?

No y sí. No porque me mandaron a Filipinas en 1952, después de varios años bajo el régimen de Mao Zedong, y más tarde pasé a Taiwán. Y sí, porque sin la victoria de Mao yo no hubiese salido de China continental. Suelo decir que gracias a Mao estoy en Taiwán.

¿Le resultó sencillo adaptarse? ¿Y aprender el idioma?

He repetido muchas veces: ‘Ama el país donde vives;, enamórate de la gente de ese país’. Y esta actitud no tiene excepciones. Lo del idioma es capital. Desde que llegué a China hace 70 años he tenido que hablar cuatro lenguas diarias. El más difícil fue el chino y es el que he hablado más horas en mi vida.

El cristianismo es la religión minoritaria en el país. ¿Cómo se lleva?

Siempre fui tratado con mucho respeto. Por otra parte, en China y en otros países comunistas hay muchos mas católicos y cristianos que hace medio siglo. ¿Es que el ateísmo oficial no llena las aspiraciones humanas? Yo respondo con un gran no. Y por eso se busca la solución en el cristianismo.

¿Qué trabajo desarrolla en las misiones?

Mi trabajo además del ordinario de misionero, que se resume en ayudar, fue el de maestro. Impartí desde Ética Médica a Latín pasando por Antropología.

¿Qué es lo más gratificante de su profesión?

Saber que estás haciendo lo que Dios quiere que hagas y que todo es para el bien de los demás.

¿Siente morriña de Galicia? ¿Nunca pensó en volver?

Llevo más de 70 años fuera de España. Como antes ir a misiones era para no volver jamás, psicológicamente me ayudó a vencer la morriña. Y cuando cambiaron las cosas y se empezó a poder viajar más fácil ya estaba yo muy ajustado a mi nueva situación. No tengo tiempo para morriña, aunque se me nota el acento gallego [ríe].

¿Cuál es su secreto para llegar tan bien a los 100 años?

No creo que lo haya, pero es cierto que en la familia de mi padre y en la de mi madre ha habido centenarias, aunque el primer centenario soy yo. Siempre he tenido una vida ordinaria, sin excesos de ninguna clase, y duermo bien. Y creo que a mi cabeza le ha ayudado hablar cuatro idiomas diarios.

¿Piensa en retirarse o aún le queda cuerda para rato?

No me preocupa. ¡Dios dirá! Yo vivo el hoy. Y muchas gracias por leerme. Que Dios bendiga a los lectores de Diario de Pontevedra.

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