Opinión

Buenos deseos

Si nuestros deseos nos definen -y lo hacen-, está claro que he llegado a una edad muy discreta.

LAS NAVIDADES pasan con más días de lluvia que de sol. Al principio no me doy cuenta, porque acabo de operarme y no estoy en condiciones de salir, pero luego, en cuanto puedo pisar la calle, me da rabia perderme este ambiente, el más animado del año. La operación ha sido de hallux valgus, común juanetes. Que es toda una operación, y más en mi caso, en que han tenido que recolocarme cuatro de los cinco dedos, cortando huesos y atornillando fijaciones; pero el nombre le falla: no se puede ser menos glamouroso que un juanete, que la mayoría de la gente mete en el saco de los callos, los padrastros, los papilomas o las uñas encarnadas. Menos mal que en el postoperatorio no estoy teniendo un solo minuto de dolor y lo explico de buen humor.

Aprovecho para leer, y tengo mi segundo contacto con José Jiménez Lozano. Concretamente con Los tres cuadernos rojos, el primero de sus tres libros de diarios. Y de nuevo me deslumbra. Estoy maravillado por su sapiencia, entendida como la suma de erudición, por una parte, inteligencia y sensatez, por otra, y sensibilidad. Habla de las noticias de su época —desde principios de los setenta a los ochenta, en este tomo—, de cuadros, de literatura y de lugares, de los pueblos de su región, pueblos castellanos pequeños y ya entonces muy despoblados, a los que solo les queda la Historia y el nombre, que es lo mismo; y de sus vecinos, ejemplos de lo mejor, de lo peor y de lo más común.

Y precisamente es lo común lo que Jiménez Lozano subraya y valora, cuando habla de un cuadro y de un poema. El cuadro es ‘La Magdalena penitente’, del pintor francés del siglo XVII Georges de La Tour, y, más concretamente, dentro de esas variaciones sobre el tema que pintó, La Magdalena penitente de la lamparilla, o Madeleine Terff. En él, Magdalena es una chica pálida de pelo negro largo y liso, embarazada. Está iluminada por una vela, en medio de la penumbra. Pensando, ensimismada, apoya la barbilla en la mano izquierda y con la otra sostiene, sobre el regazo, una calavera. Es una imagen de recogimiento absoluto, de introspección, de detenerse. Y resulta más fácil de entender cuando se enmarca en esa atmósfera aldeana de noches largas y poca compañía, de la que tanto habla Lozano y todavía recuerda mi padre de su infancia. En nuestro entorno, ahora, es casi inimaginable: no sé quién se detiene ya a pensar a solas. Cuesta incluso pensar en eso como una posibilidad, y menos aún una opción voluntaria. El cuadro me encanta.

Y el poema es Resurrección, del poeta checo del siglo pasado Vladimir Holan, y me parece una maravilla. En él, el autor se niega a creer que para la otra vida nos despierten trompetas y clarines, y se consuela, en cambio, pensando que será un gallo, y que nos quedaremos un rato más en la cama, y al poco oiremos a nuestra madre, que se habrá levantado la primera y habrá encendido el fuego para preparar el café. Y será entonces cuando sabremos que estamos de nuevo en casa. Lo que me parece una forma preciosa de resucitar, que yo también preferiría. Y me recuerda a cuando mi hijo Carlos, bien pequeño, me decía, no que quisiera vivir eternamente, que era algo que ya para él presentaba muchas y evidentes desventajas, sino que ojalá nos quedásemos todos siempre como estábamos: en aquella edad, bajo aquellas circunstancias, haciendo lo que hacíamos. Uno y otro, Carlos de manera intuitiva y Holan desde sus años, en cualquier caso, pensaban en la niñez; era la niñez donde querían vivir o a la que querían volver. No deja de ser significativo, aunque nada sorprendente.

Y es esa quietud de la Magdalena, contemplando la vela mientras piensa en el niño que espera y en esa calavera final y, sin embargo, aparentemente, tranquila y serena, la que yo querría. Como querría, cuando el olor a café desde la cama y los ruidos del desayuno me despiertan, sentirme en casa; y que eso me alegrase.

Supongo que esos son —ahora que toca tenerlos— dos buenos deseos para este nuevo año: estar a gusto cuando estoy solo, y estar contento de estar en casa, cuando no. Por debajo de las circunstancias y del momento, y a pesar de los anhelos y de algún lamento, querer ser quien soy y estar donde estoy, con quien estoy.

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