Opinión

Estar mal en paz

Yo lo que quiero es poder estar mal tranquilamente.

TODO EL mundo ha dicho alguna vez, o por lo menos ha oído, eso de que no tienes verdadera confianza con alguien si no sois capaces de estar los dos juntos en silencio sin sentiros incómodos. Y yo estoy de acuerdo. Y además creo que eso incluye, sin duda, a tu pareja. Es más, yo creo que es con tu pareja con quien más a gusto deberías poder estar callado.

Pero lo que se dice poco es que también hace falta poder estar mal. Hace falta poder estar mal a su lado, y seguir los dos tan tranquilos. Eso ya es otro nivel de confianza, y ya pasa menos.

Aunque viendo el tono jovial y despreocupado de estas columnas no se lo crean, yo tiendo al desánimo y a la melancolía. Cuando no me angustia la muerte, me deprime no sentirme realizado; y si no me aburro existencialmente es porque estoy pensando que todo esto para qué. Soy así. Siempre presumo de que el mal tiempo a mí no me afecta, que la lluvia no me entristece en absoluto, pero lo que no digo es que normalmente ya no hace falta, porque el desánimo lo traigo incorporado de serie. Lo cierto es que a lo que soy inmune es al chute de optimismo de la vitamina D.

En fin, es lo que hay.

Es lo que tiene el amor, que se siente responsable de la felicidad del otro y la asume como una de sus tareas

Y resulta que ese malestar, tan del primer mundo, si no es grave, lo digiero bastante bien cuando estoy solo. Me dejo invadir, me pongo mustio, y leo, ando o, las más de las veces, me siento mirando al frente sin hacer nada. Me hago mucho caso. Y lo llevo bien. Si es grave, si de verdad hay algo que me preocupa, la cosa cambia, claro, y entonces estar solo es, por descontado, peor; pero cuando solo se trata de bajones filosóficos, de esa desazón que no se sabe si es desconcierto o mimo, spleen parisino o desasosiego lisboeta, la soledad es una situación óptima para atravesar la ventisca.

En cambio —y aquí quería llegar—, la cosa no funciona si estoy en casa con mi familia. Y, más concretamente, si estamos en pareja. Porque, cuando sucede eso, da igual la buena intención, la comprensión y la empatía que encuentre en mi mujer —y las encuentro, vive Dios—: que yo esté mal deja de ser algo que me está pasando a mí, para convertirse en un motivo de malestar ajeno. Es lo que tiene el amor, que se siente responsable de la felicidad del otro y la asume como una de sus tareas. Que si tu mujer o tu marido están mal a tu lado, es que algo pasa. Pero no a ella o a él, sino a vosotros. Se confunde estar mal a mi lado con estar mal conmigo. Y no debería.

No debería, porque, si ya estabas mal, así te pones aún peor. Porque, donde solo había un sentimiento trágico de la vida, ahora se le suma la tensión de que nos pasa algo. Y uno ya no puede acercarse a la ventana y mirar con expresión dramática la puesta de sol, ni suspirar por el pasillo como seguro que suspiraba el joven Werther, ni sentirse culpable de todas las decisiones tomadas desde los dieciséis años hasta ahora, sin que se le acerquen y le pregunten qué tiene, o —lo que es peor— le insistan, con toda la buena voluntad del mundo, en que se ponga bien.

Que lo entiendo, ¿eh? Lo entiendo, porque al revés también ocurre, y yo me siento, no solo lógicamente preocupado, sino incómodo e intranquilo si quien está mal es ella. Y, exactamente igual, suelo interpretarlo como el síntoma de un problema entre nosotros. O incluso peor, porque, además de a todo eso que he dicho antes, tengo tendencia a pensar que el malestar de la gente se debe, en un noventa por ciento de los casos, a que sus relaciones de pareja son malas. Así que imagínense si me ocurre. Pero tampoco debería.

Un alto, es lo que tendríamos que pedir. Un alto, un descanso, tiempo muerto: que durante el rato que estamos así, meditabundos y sin ganas de nada, nos dejen tranquilos, solos. Quizá, por si acaso, asomándose a mirar de vez en cuando, no vaya a ser, pero sin preguntas. Para que así podamos poder seguir con nuestra cara compungida y nuestra apatía, ensimismados dando vueltas en nuestro laberinto sentimental, tan contentos.

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