¿Sirve de algo escribir una tesis doctoral?

Además de para encontrar la rana en la famosa fachada salmantina (si tienes la mente lo bastante despierta para aprobar una tesis, se considera que tienes la vista igualmente ágil para encontrar al diminuto anfibio), la tesis doctoral es para muchos alumnos una experiencia que marca su vida. Para bien y para mal.

No se trata solo de buscarse las castañas para conseguir sobrevivir (sin trabajar) como un universitario más pero un poco pasado de años, sino de aprender a moverse para buscar los recursos necesarios para conseguir investigar con dignidad y saber cómo tirar de contactos con tus superiores para que te acaben admitiendo en el exclusivo club académico al que pertenecen.

A nivel práctico, conseguir el título de doctor tiene ventajas directas además de “rellenar la casilla” de requisitos imprescindibles para optar a determinados puestos y ventajas económicas. Más que por amor a la ciencia, intentar conseguir el título de doctorado cumpliendo con todos los requisitos que explican en esta página, tiene sentido si forma parte de un plan específico en lo personal (pocas veces) o en lo profesional (las más de ellas).

Lo que sabe un doctor (que otros no)

Aunque la estadística habla de un índice de ocupación que ronda el 90% entre las personas que alcanzan el grado académico más alto que existe en la educación oficial en España, esto puede entenderse de varias maneras. Si el lector ha estado en el brete de hacer una tesis, probablemente esté de acuerdo con nosotros en que “Más vale el diablo por viejo que por diablo”. Que traducido al título que nos ocupa, sería algo así como “Más vale el doctorando por viejo que por doctor”.

Es cierto que tener un doctorado permite cobrar más a los profesores universitarios que no tienen plaza, da puntos en las oposiciones de secundaria de algunas comunidades, y suma categoría a cualquier proyecto que se presente a concurso y en su portada diga que ha sido elaborado por tres licenciados (ahora graduados), dos master y un doctor.

Pero hacer el doctorado es, sobre todo, una experiencia vital que (se lea la tesis o no) marca al alumno porque le obliga a desenvolverse en un mundo tan complejo como el de la investigación científica, sin apenas recursos y en inferioridad categórica respecto al resto de doctores, que allí son mayoría.

Por qué ser doctor marca la diferencia

Un doctor es mucho más que un especialista: es la persona que más sabe (y probablemente la única, si no consigue que le publiquen la tesis) sobre su tema de investigación. Esto le convierte en alguien excepcional a muchos niveles, no solo académicamente.

Hacer una tesis supone seguir estudiando mientas los compañeros de carrera tratan de incorporarse al mercado laboral. Se da la paradoja de que mientras se cursa (y se pagan) el master y los años de doctorado, otros graduados dedican este tiempo a preparar una oposición, trabajar en el extranjero o simplemente adquirir la experiencia que muchos puestos exigen como imprescindible.

Para cuando uno aprueba la oposición y el otro acumula los dos años de experiencia demostrable, el que se decidió por el doctorado lee la tesis. Para entonces no solo está exhausto por el esfuerzo y el aislamiento que le ha supuesto, sino que además ya ha comprobado que trabajar como profesor en la universidad sin plaza no es una opción económicamente viable. Y en el caso de las mujeres, la vida personal se complica aún más: nadie lo dice pero los óvulos entran en descuento y continuar dentro de la vida académica supondrá (en muchos casos) renunciar a una parte de la vida personal importante para muchas.

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