Opinión

La ira del unicornio negro

En una casa del barrio de Harlem, en Nueva York, y casi una década después del Crack del 29, una familia peleaba con la menor de sus hijas para que pudiese expresarse. No en el sentido emocional, sino en el físico. La niña, de 4 años, parecía muda por voluntad propia. Aquel silencio se rompió para dar paso a la voz única de la poeta y pensadora feminista Audre Lorde.
Audre Lorde
photo_camera Audre Lorde. EP

La poeta afroamericana fue una de las mentes fundamentales del siglo pasado que dio forma al pensamiento que hoy en día se ha heredado y que, de hecho, opera de manera común. La obra poética y en prosa de Audre Lorde ha sobrevivido al paso de las décadas gracias al activismo, las reediciones y el descubrimiento de sus versos por parte de las generaciones más jóvenes, que buscan la ira poética que bañó toda su obra.

Pese a todo, sus aportaciones a la filosofía feminista no han necesitado ser tan avivadas ni recordadas, por lo menos hasta ahora. De hecho, su pensamiento se ha integrado con tanta naturalidad en la corriente que su nombre prácticamente ha desaparecido, ha perdido el crédito de haber sido de las primeras y la más incansable defensora de la interseccionalidad.

Audre Lorde es, junto a Angela Davis y Bell Hooks, la mente detrás de las reivindicaciones del feminismo negro y racializado, así como de la lucha interconectada. Además de esto, Lorde defendía que una persona no es una identidad sino un cúmulo de ellas y sus discriminaciones. Por ello y desde que supo quién era realmente, la pensadora pasó a presentarse siempre con la misma frase: "Soy mujer, soy negra, soy lesbiana, soy madre, soy socialista, soy guerrera, soy poeta". Aunque previo a todo ello, hubo un viaje vital en zigzag.

Nació en 1934 y su llegada al mundo fue la culminación de una vida familiar de por sí complicada. Con la plena inconsciencia de un bebé, la poeta vino a completar una familia que ya contaba con otras dos hijas mayores y un negocio en serios problemas por causa de la Gran Depresión. Aunque daba para subsistir, lo cierto es que la barrera con la pobreza se volvía más fina en muchos momentos del año.

Audre Lorde es, junto a Angela Davis y Bell Hooks, la mente detrás de las reivindicaciones del feminismo negro y racializado, así como de la lucha interconectada

Lorde es hija de dos inmigrantes caribeños que habían acordado centrar sus vidas en el barrio del Harlem, un lugar mitificado a través de la cultura y que contaba con representación prácticamente global de cualquier cultura, en especial la de origen africano y latino. Allí se instalaron el padre de la poeta, nacido en Barbados, y la madre, cuyo origen estaba en la isla de Granada, uno de los países más pequeños del mundo.

Sin embargo, pese la posible similitud entre ambos por su procedencia, la realidad es distinta e influyó de manera íntegra en la vida de la poeta. El padre tuvo que convencer a sus suegros de que permitieran el matrimonio debido a un problema racial: la mujer era extrañamente pálida y podría pasar por hispana, mientras que la piel del hombre era oscura y no dejaba duda. El racismo estructural se había infiltrado hasta el sacramento.

El padre de Audre era conocido por su oratoria, capacidad que empleó para convencer a sus suegros y conseguir casarse con su esposa, quien luego se negó en Estados Unidos a ser vista en compañía de mucha gente negra y se manifestaba socialmente como hispana. A su vez, la madre de la poeta era una consumada amante de la literatura y apreciaba el don de la palabra como una artesanía.

La situación familiar derivó en un hogar silencioso en el que la ausencia del hombre se disimulaba por la constante presencia de la esposa, que desaparecía de igual modo en momentos de excesiva necesidad. En medio de una lucha por sobrevivir, desarrolló en sus primeros años de vida una miopía de tal gravedad que permitió catalogarla como ciega y dificultó muchos tipos de aprendizaje.

En paralelo, la lengua de Lorde no respondía y comenzaba a resultar duro de comprender que una niña de su edad no diese palabra, algo que exasperaba a su madre por el amor que guardaba a la literatura. Este resentimiento jamás desaparecerá y será la constante que determinará la relación entre ambas mujeres. De hecho, la madre de la poeta pasó a no hablar y ejecutar, en su lugar, un lenguaje propio no verbal a través de gestualidad, posiciones, vestimentas o, sencillamente, silencios.

La principal consecuencia de todo ello fue la conformación de una mente compleja, capaz de realizar un pensamiento en diferentes planos e ir más allá del significado mismo de las palabras, pero con numerosos problemas para afrontar un mundo real creado desde el funcionamiento común y corriente. Lorde no dio en vida ninguna muestra de afecto desmedido hacia su madre, nada salvo elogios tópicos y la certeza de que su educación en el hogar había allanado su camino para ser escritora.

Decide escribir su primer poema con 12 años para poder dar respuesta a las cosas con sus propias palabras y no con las de otra gente

Todavía en la infancia, Audre se deshace de sus ataduras y comienza a leer, escribir y hablar al mismo tiempo. Esto supuso un cambio en el paradigma de su educación, ya que pasó a conocer la poesía y a aprender todo sobre lírica. Tal fue el impacto de este tipo de literatura en su vida, que decidió expresarse exclusivamente recitando poemas. Se aprendía de memoria aquellos que incluían una frase que pudiese dar respuesta a preguntas tan sencillas como un ¿qué tal?. 

En estos momentos, Audrey Lorde, nombre con el que llegó al mundo y elegido con cierto mimo por sus progenitores, perdió su letra y para convertirse en Audre Lorde y ganar así un nombre equilibrado, según explicó la poeta posteriormente en su libro Zami, editado ahora en castellano y que califica como "biomitografía".

Tras una infancia de silencio, desconfianza, ya que su piel era demasiado oscura en su propio hogar, y relaciones sociales verdaderamente complicadas por la dificultad de Lorde de ejecutar conversaciones normales, la joven decide escribir su primer poema con 12 años para poder dar respuesta a las cosas con sus propias palabras y no con las de otra gente.

Lo extraordinario de su condición intelectual no pasaba desapercibido, ya que se trataba de un escollo y un don. Por ello, criada en el catolicismo practicante, acudió al Hunter College High School, un centro educativo específico para personas de altas capacidades. Allí se graduó con 17 años, la edad con la que uno de sus poemas fue rechazado en la escuela por ser demasiado explícito y, sin embargo, le valió su primera publicación editorial en la revista Seventeen.

A partir de entonces, Lorde toma consciencia de su condición natural de poeta y emplea lo aprendido en su hogar, la destrucción del significado único de las palabras. Tras el fallecimiento de su padre por un infarto en vísperas de año nuevo en 1953, Lorde vive durante un año en México, toma clases universitarias y se aproxima a una generación de artistas autoexiliados por motivos ideológicos y de índole sexual. En este ambiente, Audre admite su propio deseo y comienza a reivindicarse sin temor como lesbiana. 

En su retorno a Nueva York, ingresa en el Hunter College para cursar estudios literarios y se involucra de manera vital en la cultura queer del Greenwich Village, caldo de cultivo de muchos movimientos culturales posteriores. Durante sus años académicos compaginó la vida elevada de las artes con trabajos como operadora de fábrica, escritora fantasma, supervisora de oficios artesanales, trabajadora social, camarera o técnica de rayos X. 

En 1959 se gradúa, finalmente, en Literatura y Filosofía, y comienza a trabajar en una biblioteca, al tiempo que realiza un máster en bibliotecología. Esto garantizó su supervivencia, casi tanto como el matrimonio de conveniencia que había ejecutado con Edward Rollins, un abogado gay con el que llegó a tener dos hijos y que duró 8 años.

Dos años antes de su divorcio, en 1970, Lorde fue contratada como poeta residente en el Tougaloo College, en Mississippi, el puro sur conflictivo con las personas negras. Con temor, aceptó la oferta, que incluía además la posibilidad de impartir clases universitarias. Allí encontró la comunidad de cultura afro que había estado reclamando y sucedió su segundo gran cambio: el despertar de su ira contra el racismo. Desde entonces asumió vivir su vida no solo como lesbiana y mujer, sino también como negra y poeta.

En este periodo publica su primer poemario, Las primeras ciudades, y el segundo, Cables hacia el odio, no tarda en llegar. El especial modo de recrear el lenguaje poético y la precisión de su expresión emocional llaman la atención desde el principio, lo que permite a Lorde ser considerada como una literata de primer nivel. Sin embargo, sus fuertes posicionamientos identitarios causan fricción desde ese momento.

Durante la década de los 70 y con las brasas aún candentes del Movimiento por los Derechos Civiles, que buscaba el reconocimiento de igualdad racial en los Estados Unidos, no cesa en su actividad contestataria al tiempo que deambula por todo el país dando clase allí donde se le ofrece un espacio. Coordina su actividad académica con la promoción de nuevas asociaciones con base feminista y antiracista y, por supuesto, lucha por la creación de departamentos de estudios africanos y afroamericanos en el seno universitario.

Soy mujer, soy negra, soy lesbiana, soy madre, soy amante, soy amiga, soy superviviente, soy enferma, soy yo misma; una guerrera negra haciendo mi trabajo, que viene a preguntarles: ¿Están ustedes haciendo el suyo?

Sin embargo, lo más destacado de estos años es la proliferación de su literatura, desde la base erudita y activista hasta la fama absoluta. Lorde recibió en 1974 una nominación al premio National Book por su poemario Desde una tierra donde vive otra gente y el foco se ubicó sobre su mente, audaz y capaz de conformar imágenes de extraño simbolismo y simpleza a la vez. En este libro afronta lo que significa ser simultáneamente mujer, negra, poeta, madre, amiga y amante. Desde su paso por Mississippi, Audre mantuvo una relación amorosa con la doctora Frances Clayton, que duró hasta 1989.

Con la publicación en 1976 de Carbón, en todo mucho más confesional, la voz poética de Lorde se establece como una influencia clave en la creación de las artes afroamericanas gracias al uso de dos conceptos: la ira contra el racismo y la interseccionalidad de identidades en la comunidad negra. Dos años después, El unicornio negro rompió de nuevo sus propios límites y se convirtió en el libro de cabecera de los artistas afro, que encontraron una expresión única de misticismo y realidad.

Regresó al Hunter College para ocupar la cátedra del varón que daba nombre a la institución, la silla más codiciada, y desde ahí combatió las injusticias sociales que estaban a su alcance al tiempo que se revelaba contra el feminismo blanco imperante, que había olvidado a sus compañeras negras con necesidades adjuntas al sexismo y el patriarcado.

Gracias a su asentada posición ideológica, Lorde pudo desplazarse a vivir una época en Alemania y dar lugar a los denominados como Años de Berlín, una época vital en la que impartió clase en el país europeo y favoreció la aparición de conciencia antirracista en toda la geografía. Se convirtió en un icono intelectual capaz de encandilar a personas indiferentemente del color de piel.

Paralelamente, su salud se complicaba de manera veloz y preocupante. En 1980 un tumor había aparecido en su vida, experiencia que quedó plasmada en su libro Los diarios del cáncer, un ensayo sobre salud, belleza y enfermedad en Occidente. Sufrió la amputación de sus dos pechos y se negó a vestir prótesis para desmontar que la apariencia es una percepción externa que, a su vez, invalida la identidad de aquellos que deben disimular. A la retahíla de seres que vivían en ella, añadió una superviviente de cáncer de mama.

El cambio de condición de persona sana a persona enferma coincidió en el tiempo con su ruptura y aparición de un nuevo amor, que influyó en la aparición de un pensamiento más místico en la vida de Lorde.

Tras la aparición de La hermana, la extranjera, la obra fundamental sobre el pensamiento de la poeta y ensayista, se retira de la vida pública en la medida en que su activismo se lo permitía para intentar curarse por todos los medios de un cáncer hepático fruto de la metástasis. Sin cerrar su trabajo editorial, siempre con textos y publicaciones, decide emprender una mudanza a la isla de Saint Croix, en el Caribe.

Su pensamiento previo a su fallecimiento prematuro, en 1992, se plasmó en la obra Nuestra muerte detrás de nosotros, en la que reflexionó sobre el silencio como método de vida y barrera para permitir el cambio. La poeta afirmaba que el silencio, en último caso, no te libra de la muerte ni de la vida indigna.

En la isla caribeña llevó a cabo métodos medicinales de índole ritual y mística como intento de sanación, pero la muerte se hizo inevitable. Antes de fallecer con 58 años y laureada con el nombramiento de poeta anual de la ciudad de Nueva York, reformuló su identidad en un bautismo yoruba y pasó a llamarse Gamba Adisa, cuyo significado es guerrera que se hace comprender.

Consciente de su situación vital e incansable en la actividad intelectual, comenzó en sus últimos tiempos a reformular su clásica frase de presentación en la que enumeraba todas sus identidades. En el tramo final de entrevistas, dio la vuelta al espejo para disparar al periodista y al público: "Soy mujer, soy negra, soy lesbiana, soy madre, soy amante, soy amiga, soy superviviente, soy enferma, soy yo misma; una guerrera negra haciendo mi trabajo, que viene a preguntarles: ¿Están ustedes haciendo el suyo?".

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