Opinión

Dar palmas después de Rosalía

Después de un lustro he vuelto Madrid para visitar amigos. En una de las tardes en las que todos seguían con sus vidas, me vi obligado a entretenerme paseando por la ciudad. Terminé en una pequeña sala de conciertos en Callao, donde me encontré con alguien que no conocía de vista pero sí de oídas, por su voz. Estaba delante de María José Llergo.

EN EL LUGAR había la gente justa para ocuparlo, de hecho me quedé de pie, lo cual provocó que me mirase un par de veces y me hiciese sentir especial. Para el mundo que continuaba moviéndose fuera, María José es una desconocida todavía. La mayoría diría que ella es "una nueva Rosalía", sin embargo, ambas son voces de un nuevo cante. El folclore vive un renacer a lo largo y ancho de toda la geografía española.

En Galicia tenemos a Baiuca o Tanxugueiras; en Andalucía, a Rocío Márquez o Soleá Morente; en Cataluña, a María Arnal y Marcel Bagés, y en Madrid tienen incluso a De La Puríssima. Son ejemplos de que todo es renovable, incluso en un momento en la música latina que podría denominarse como A. R. (Antes de Rosalía) y D.R. (Después de Rosalía), pues ella es la vara de medir en cuanto a novedad y calidad para muchos.

María José Llergo es la más reciente miembro de esa new wave folclórica gracias a su disco Sanación (Spotify). Su vena artística fue engendrada sin desearlo por su abuelo, quien cantaba fandanguillos y coplas mientras trabaja en el campo y cuidaba de su nieta. Cantaba al aire, mezclando la voz con el sonido de azada en la tierra. Llergo es una mujer rural, gitana, joven y formada en conservatorio; aunque educada al calor de los ancianos.

María José nació en Pozoblanco, lugar maldito por la muerte de Paquirri, y cree fielmente que tu tierra es la que te coge, te dice «sigues siendo mía». Por eso se mantiene fiel no solo a las enseñanzas de su abuelo —que llamó a una cabra igual que a su nieta—, sino a su filosofía personal de mantenerse cristalina para canalizar el arte. Pero ella ha utilizado el dogma flamenco, lo casto, como un material que modelar.

Así surge Sanación, un punto de encuentro entre la historia de un pueblo y la necesidad de mirar al futuro. Llergo se sirve de percusiones, sintetizadores, guitarras y de su potente voz para transmitir unos valores extraños, rara vez presentes en los folclores. Cree en el matriarcado y la clase obrera, de hecho son indivisibles en su vida, pero también en metáforas que suenan a poesía de Garcilaso de la Vega, llena de símbolos que representan miserias muy actuales.

"Lloran los cielos, aúlla el mar. Mueren los sueños en ultramar. Las olas sellan su tumba. Europa pierde las uñas", canta Llergo en Nana del Mediterráneo, un tema que dedica a todos los menores fallecidos en las rutas migratorias de aguas sureñas. Aunque con un concepto menos pulido que Rosalía —con quien siempre será comparada—, es capaz de transmitir algo más ligado a la canción protesta.

La sombra del abuelo es alargada en el trabajo de Llergo, como el ciprés del que hablaba Delibes. "Canta, cobra; pero no te vendas", le decía a su nieta. Ella, haciéndole caso, ha trasladado todo aquello que el anciano soltaba al aire pensando que no lo escuchaban: desde las historias de la Guerra Civil, cuando encontraba tobillos asomando de la tierra o gorras sin dueño, hasta el castigo y persecución de su pueblo.

En el hogar de María José le enseñaban el contenido que en sus clases de violín no se podían aprender. No había música, había sabiduría popular cantada. Era necesario que entendiese que los gitanos llevaban una marca a ojos de los demás, difícil de romper. Pero Llergo más que eliminarla, la quiere reformar y librarla de cargas.

No permite separar arte de historia y reivindica al flamenco como parte de la identidad calé. Si alguien toca por el palo de galeras, ha de saber que surgieron de las condenas a galeras que sufrió el pueblo gitano, o el palo de minas, que nacen del trabajo forzoso de su etnia en las minas donde fueron separados por género para provocar la extinción. Y eso debe plasmarse con respeto, aunque sea en la melodía.

Esta distinción es lo que hace de la música de María José algo tan especial, porque la floritura esconde verdades duras más allá de un corazón roto. Es de las que creen que al trauma no se le rinden homenajes. Fue víctima de acoso escolar por negra y gitana, y años después perdonó a aquellos que la atacaron, todo con un objetivo: seguir hasta ser cristalina.

En este su disco debut no olvida estos tiempos pasados, por eso incluye Soy como el oro, una canción popular que la mantuvo a flote cuando el destino apretaba. Es un cante de faena, de la trilla concretamente, que tiene la letra de una toná, un palo matriz del flamenco. Llergo repite aquí su mantra grabado a fuego: "Cuánto más me desprecies, más valor tomo".

A María José la vi llorando de manera sincera al terminar su breve concierto por conseguir unos aplausos, en un escenario de un Madrid cambiado, en el que venden mandalas en el rastro —al mismo precio que dos pares de medias— y los turistas hacen cola por bocadillos de calamares. Llergo es así en cierta manera, pura en el contenido pero novedosa en la forma, aunque les pese a quienes ven en ella a "otra Rosalía".

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