Opinión

Lo opuesto a vivir

Se hace complicado determinar en qué momento vivimos, si en un inmediato presente a causa de Internet y las redes sociales o si en un constante mañana por la presión del calendario y el consumismo. Puede que lo hagamos en ambas y una de las pocas personas que puede relatarlo con concisión es Joan Didion (Estados Unidos, 1934)

LA REVERENCIADA escritora y periodista, o mejor dicho recuperada y restaurada, acaba de publicar una nueva colección de textos bajo el título Lo que quiero decir, en la cual incluye escritos de sus inicios y algunas de sus primeras crónicas, previo a lo que ella considera el declive. Es otra de esas compilaciones de autores tan del gusto actual, pero sirve como introducción a una autora que muchos aguardan como receptora del Nobel de Literatura.

Antes de recibir medallas y ser nombrada doctora honoris causa en Letras por prestigiosas universidades, de la leyenda popular que desayuna desde hace seis décadas Coca-Cola Light casi helada y almendras saladas, e incluso de la fragilidad del enfermo, hubo una persona, una niña efímera, que dudaba de cada letra escrita y que, bajo ningún concepto, podía ser leída en alto.

Nacer en California, en Sacramento y en 1934 concretamente, fue el primer acto determinante que vivió Joan Didion. Estar sin querer en donde muchos aspiraban llegar. Como hija de militar del Cuerpo Aéreo sufrió los vaivenes, los traslados casi mensuales, y no acudió a lo que se considera una escuela hasta los casi 10 años. Ser soldado durante la Segunda Guerra Mundial la había llevado por medio mundo, en lo bueno y en lo malo.

Mucho antes de cumplir su primera década ya había hecho su acto inaugural como escritora, siendo previamente una voraz lectora que necesitaba de permisos parentales para acceder a libros de adultos con su carnet infantil. Tentada por la curiosidad de saber qué era escribir, comenzó a adornar los márgenes de sus diarios con ideas más líricas, pensamientos que sobrepasaban lo cotidiano. Y con cinco años, escogió un camino.

Didion concibe ya en un principio, y como una máxima que mantiene, que el lenguaje es un artefacto y logra refinarse hasta el punto de que si fuese música, podría tocarla de oído

Sin embargo, su recelo a mostrar lo que escribía era tan grande como su timidez, como el pánico que sentía a la comparación y la crítica. El amor que sentía hacia las Letras la obligaba a reverenciarlas, a no sentirse parte del cuerpo de artistas. Por ello durante su adolescencia replicó frase a frase toda la obra de Ernest Hemingway, aprendiendo y entendiendo cada estructura de frase y su uso, para después trabajar su deformación.

Conocer todo lo habido acerca de la sintaxis y ortografía inglesa era de una necesidad apremiante si quería dedicarse a la escritura. Así lo pensaba, no podía dejarse arrastrar por la simple pasión de escribir. No eran márgenes de diario, era una vocación. Didion concibe ya en un principio, y como una máxima que mantiene, que el lenguaje es un artefacto y logra refinarse hasta el punto de que si fuese música, podría tocarla de oído.

La privacidad de sus letras en la época del instituto ayudaron a su entrada en la Universidad de Berkeley, manteniéndose fiel a su California natal, y allí formó parte de un programa educativo en Artes y Letras, menor a lo que conocemos como grado y superior a un bachiller. Destacaba entonces por la importancia de un ‘yo narrativo’ que no se molestaba en ocultar pese a lo impopular que resultaba. Quién era ella para opinar de nada.

Eran casi los años 60, en concreto 1965, cuando recibió un trabajo en concepto de premio al haber ganado un certamen de la revista Vogue. Buscaban nuevas voces que, efectivamente, opinasen. Allí empezó como escritora rasa en los mejores días, redactora de textos publicitarios en la mayoría de ellos.

Mientras la Contracultura ocurría, eso llamado Movimiento hippie que agrupa otros tantos diversos movimientos, Didion se expandió hasta la saciedad.

Su implicación y perspectiva única en el panorama de entonces le habían dado la oportunidad de ir creciendo, paso a paso, llegando convertirse en directora adjunta y crítica de cine en un plazo de siete años. También entonces colaboraba con otros medios como The National Review o Mademoiselle, coincidiendo con Sylvia Plath. La diferencia en Didion era latente; era como esos hombres que aplaudían en las grandes cabeceras, pero a la edad precoz que ellos desearían.

Mientras Estados Unidos enloquecía en unos irrepetibles años 60, Joan solo pudo sufrirlos. No era hippie ni lo deseaba, no significa que estuviese a favor de la guerra ni las masacres, tampoco el racismo ni la segregación. Pero la enajenación que para ella suponía el consumo masivo de drogas o la normalización en la destrucción o señalación de lo tradicional, hicieron que una demócrata convencida —en términos políticos— coquetease con la idea de acercarse al Partido Republicano, algo que pagaría hasta el siglo XXI.

Tampoco se considera, o al menos no hasta hace poco, feminista. Sin embargo, lo es, de palabra, acto y omisión. No lo es tanto parecerse a lo que habían construido sobre el feminismo para desacreditarlo, pero sí en lo que sostiene. Algo similar a su posicionamiento respecto a todo.

Mientras la Contracultura ocurría, eso llamado Movimiento hippie que agrupa otros tantos diversos movimientos, Didion se expandió hasta la saciedad. Publicó Río salvaje, su primera novela, se instaló en California y empezaba vida nueva con su marido John Gregory Dunne. Una mansión en la playa, cócteles a deshora, visitas estelares, un coche amarillo pastel de grandes dimensiones y un porche de madera hecho por el aún carpintero Harrison Ford.

Las escenas que pudo contemplar eran diversas en contenido y protagonistas, también en glamour y horror

La firma de Joan se hace famosa, tanto que la comienzan a agrupar por estilo y temática con el Nuevo Periodismo de Tom Wolfe, Gay Talese o Hunter S, Thompson. Contaban historias sobre ellos mismos que eran, a su vez, un nosotros general. La sociedad en un individuo. Y en el caso de Didion, el prisma era diverso y diferente al de sus colegas no tan amigos. Eso entonces, porque durante décadas la difuminaron, siendo ella la única entre ellos, como deja constancia el libro La banda que escribía torcido de Marc Weingarten.

En el año 68 publica Arrastrándose hacia Belén, un conjunto de textos en el que desmonta y reflexiona todo aquello de la Contracultura, pero también la idea de Hollywood en una época en la que ambos mundos eran todo lo que inundaba Estados Unidos. Esta exposición de lo que ocurría donde un periodista común no podía llegar la convierten hoy día en una de las mejores cronistas de fin de siglo pasado.

En este libro, que es el primer hito de su carrera y el motivo por el cual pudo continuar escribiendo, es un análisis en primera persona de lo que ocurría con los valores culturales y las experiencias colectivas durante aquella década. Describía el caos individual en aquella percepción del mundo, rompiendo la norma madre del periodismo convencional al no ocultar su implicación en la información.

Las escenas que pudo contemplar eran diversas en contenido y protagonistas, también en glamour y horror. Este es el libro sobre el fin del cine musical, del ocaso de Charles Manson y cía, de las cenas en las que cocinaba tardes enteras para cincuenta personas mientras todos los invitados, de Janis Joplin a Brian de Palma, se drogaban esperando por la comida o de la tétrica imagen de encontrarse a una niña de 4 años comiendo LSD en un cuarto lleno de abrigos, ropa de asistentes a la fiesta que los padres de la criatura estaban dando.

Se alejó del mundo, no le gustaba lo que ocurría. Se convirtió en la periodista de los periodistas, observadora de los medios y amante de la investigación ajena a la escritura. Todo ello en una barca para dos que era la relación junto Dunne, siendo compañeros de trabajo durante tantos años que muchas de sus obras están entrelazadas. Pero la voz de Didion no solo era mejor, sino fácilmente reconocible en los textos que hacían como par.

En la década de los 70 se entrega como nunca más haría en su carrera a la ficción y por influencia de sus amigos cineastas, a las adaptaciones de libros y biografías para la gran pantalla, incluso de uno suyo: “Según venga el juego”. Pero también llegó el dolor médico, las migrañas que la tumbaban durante días, la infertilidad y la precoz esclerósis múltiple.

Las múltiples entradas en sanatorios mentales tras brotes de ansiedad no le impidieron confeccionar El Álbum Blanco, obra de referencia para las mujeres de este siglo y que ya alcanza la categoría de icono, siendo en realidad una colección de textos publicados en The New York Times, Life, The Post o Esquire, entre otros.

Su hija luchaba por sobrevivir en el hospital, víctima de un shock séptico a causa de una neumoní

En décadas posteriores su trabajo la lleva a El Salvador para explicar la guerra civil y su implicación con Reagan -provocando los insultos públicos de Nancy Reagan-, las migraciones cubanas a Miami, la debilitación paulatina de la democracia, la criminalidad médica en Estados Unidos con su sistema de la salud o sucesos populares como el Crimen de los 5 de Chicago, siendo ella la primera en posicionarse mediáticamente sobre la inocencia de los jóvenes y la corrupción del proceso.

Y a medida que podía opinar en muchos medios, publicando prácticamente lo que quisiera, también se fue haciendo invisible, encerrada en su apartamento de Nueva York junto a su marido y la hija que adoptaron, en un estado físico liviano con menos de 50 kilos de peso e imperceptible públicamente. Didion se desintegró. Pero en el apacible momento vital que había encontrado, casi a los 70 años y con una salud de suspiros, sufrió dos golpes de consecuencias incalculables, en positivo y negativo.

El primero de ellos fue en 2003 mientras montaba una ensalada en su piso, escuchó un golpe seco y encontró a su marido en el suelo. Regresó a las horas al mismo apartamento y donde había un poco de sangre del golpe, con la ropa de su marido y un estatus de viuda. La ensalada seguía allí pero el tiempo se había parado, ya no era hora de cenar.

Simultáneamente su hija luchaba por sobrevivir en el hospital, víctima de un shock séptico a causa de una neumonía. Esperó por ella para enterrar a su marido, un funeral que tardó casi tres meses en llegar y frenó el proceso de luto. Por todo ello decidió escribir ‘El año del pensamiento mágico’, su obra cumbre donde disecciona el dolor para poder arrancárselo.

El segundo revés que sufrió no tardó en llegar. Al volver del funeral de su padre, la hija de Didion se cayó en el aeropuerto provocando un hematoma cerebral grave

El segundo revés que sufrió no tardó en llegar. Al volver del funeral de su padre, la hija de Didion se cayó en el aeropuerto provocando un hematoma cerebral grave que la llevó a una rehabilitación de casi dos años, para morir finalmente por una pancreatitis en 2005. Sin marido ni hija, la escritora quedó sola en el mundo.

El tiempo dejó de existir para ella, algo que ya había experimentado y explicado en frases como: “La Guerra de Secesión fue ayer, pero de 1960 hace un siglo”. No había noches ni horarios, ni tan siquiera días. Había jornadas y paseos, momentos de recuerdo y de silencio. En su soledad la escritura se convirtió en terapia y logró convertirla en rehabilitación emocional. 

En el libro Noches azules, donde narra el luto de su hija, explica que ha acabado aprendiendo a no llorar con el final de las cosas. Durante muchos años no pudo vivir experimentando por dedicarse a observar y explicar. Ahora prosigue haciendo precisamente lo opuesto a vivir, que no es morir o intentarlo, sino proseguir observando y escribiendo para poder olvidarlo todo.

Comentarios