Opinión

Un tren para la mujer azul

A mediados del siglo pasado, una ola de polio azotaba Canadá y sembraba el terror entre la población, especialmente en familias con hijos pequeños. Los contagios se contaban por decenas. Una niña rubia de 9 años debe toda su carrera a ese momento, a esas semanas ingresada. La polio fue el origen de Joni Mitchell (Canadá, 1943). La cantautora es reconocida como un icono de los 70, pionera de la canción confesional y un punto de inflexión en cómo se construye la identidad femenina. Su aportación es fundamental para entender las carreras de Prince, Elvis Costello, Kate Bush o Pink Floyd. Mitchell es catalogada como la música de los músicos, es decir, la inspiración original.
Joni Mitchell /AEP
photo_camera Joni Mitchell (AEP)

NADA EN LA carrera de la cantautora habría sucedido si el contagio de polio no hubiera pasado en el momento y lugar que ocurrió. La madre de Mitchell era profesora, descendiente de irlandeses y escoceses, por lo que su trabajo podía ejercerse donde su marido fuese destinado como piloto instructor de las fuerzas aéreas canadienses. Al término de la Segunda Guerra Mundial, la familia se instaló en Saskatchewan y el patriarca se convirtió en dependiente de ultramarinos. Roberta, que aún no se hacía llamar Joni Mitchell, conoce a Schubert y Mozart a través de una amiga. Comienza a sentir un despertar artístico multidireccional que la hacía soñar con ser bailarina, pintora y, en último lugar, cantante. Sus primeros versos los dedica al paisaje, a lagos y a lo que los bosques significaban para ella. Pero el contagio de polio cambió todo.


Mitchell fue ingresada con 9 años en un área hospitalaria que trataba la dolencia. Era un caso raro, ya que se sabía que estaba contagiada, pero no mostraba signos de gravedad. Fue forzada a estar inmóvil en la cama durante semanas, para evitar, según teorías de entonces, que se propagase la polio por su organismo. La niña descansaba frente a una ventana por la que veía pasar el tiempo y los trenes. Esta estampa caló y comenzó a preguntarse a dónde iban esos vagones, qué mundo existía y por qué ella solo podía ser espectadora. Del pensamiento pasó a la voz y comenzó a cantar en el hospital, lo que provocó las quejas del niño que dormía con ella en la habitación.


Durante su estancia en el hospital, un invierno y parte de primavera, su padre jamás la visitó y su madre tuvo el detalle de pasarse a verla por Navidad. Ellos confiaban en que salvarían a su hija, pero no eran parte de la terapia. Tras recibir el alta, comprobó que sus pies no funcionaban igual, eran lentos, y su mano izquierda no respondía porque estaba dañada. Su carrera de bailarina y de pintora fueron fulminadas, que aupó su espíritu de cantautora.
Para espanto de su madre, la joven comenzó a tocar el ukelele, un instrumento barato, a través de un libro de música infantil de Pete Seeger, icono de la música folk norteamericana. El rock languidecía y la moda era el folk. Era vital aprender a tocar la guitarra. Los daños de la polio forzaron a Mitchell a trabajar en otros registros y afinaciones, unos que no supusieran un problema para su mano zurda dañada. La joven dio rienda suelta a una sensibilidad que afloraba bajo la identidad de una adolescente rebelde, que se fugaba de casa, que se juntaba con delincuentes por diversión y que recitaba en fogatas de campamentos improvisados

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En lo académico, todo había dejado de tener sentido; solo existían las artes para Mitchell. Versionando a Édith Piaf y Miles Davis consiguió su primera actuación pagada en Halloween de 1962, con 18 años. Tras graduarse en el instituto, Mitchell fue alumna de pintura expresionista y abstracta para, posteriormente, ingresar en la escuela de artes de Alberta. El disgusto no tardó en llegar. El claustro de profesores otorgaba prioridad a la técnica y la ejecución por encima de la creatividad, y la salida comercial era un tema recurrente, todo ello en el auge de la abstracción radical, corriente que Joni detestaba. Con este cúmulo de situaciones adversas, la cantautora abandonó la universidad y propició un golpe en la moral de sus padres, que habían afrontado tiempos duros en la Gran Depresión y creían que formarse era importante. Tras una serie de trabajos sin calado, Joni emprendió una mudanza a la otra esquina del país, Ontario. En el viaje en tren de ida escribió su primera canción, Day after day.


La ciudad no la recibió de buenas maneras. Pese a ofrecer pequeños conciertos, Joni debía trabajar en puestos de reponedora o dependienta, y cuando podía actuar, los problemas se acumulaban por el carácter territorial de los artistas folk, que no permitían que los clásicos fueran tocados por aspirantes. En medio de esta inestabilidad, Joni descubrió que estaba embarazada. El padre era un chico de su etapa universitaria con el que había perdido la virginidad. Al enterarse, el joven desapareció y Joni se vio sola, sin dinero y con el invierno llamando a la puerta.


Tras dar a luz en febrero a una niña porque el aborto era inviable, la cantautora decide dar en adopción al bebé al verse superada. Esta brecha pasaría a acompañarla toda la vida. Sin tiempo para curarse de la pena, Mitchell engancha actuaciones en clubs de toda la ciudad. En una de ellas, un cantautor estadounidense de mala muerte se queda prendado de una muchacha que ya había madurado, cuyo cuerpo se movía como empujado por el aire, con un cabello rubio como trigo y las facciones de la cara capaces de cortar el viento. Ella se enamoró del sueño prometido por su verborrea. Creyó poder ser estrella del rock cuando ni siquiera eso quería, solamente ansiaba una salida.


Bajaron a Estados Unidos a las pocas horas de conocerse, se acercaron a la ciudad natal de él y se casaron en 72 horas. Roberta, canadiense, acababa de recibir su nuevo apellido y así, con prisas y hormonas, surgió Joni Mitchell. Tras una mudanza a Detroit, el matrimonio comenzó a actuar como dúo. A las tres semanas la pareja se había disuelto, pero tenían compromisos profesionales. En 1967, el divorcio se ejecutó y Joni se mudó a Nueva York. La voz comenzó a correrse por los locales que había una muchacha que cantaba temas propios similares a diarios con una voz que paralizaba el mundo y un modo de tocar la guitarra innovador. La industria no prestaba atención, pero los artistas acudían a verla. Joni había heredado la presencia escénica de los crooners y la habilidad de estos para transmitir letras directas y claras al público, el artificio era un estorbo del ego creativo. Bob Dylan era una fuerza que había devuelto el folk norteamericano al centro de la cultura con un lenguaje renovado, ampliado y que coqueteaba con el rock. Mitchell construyó el puente entre ambos mundos y no renunció a hacerlo como altavoz, pero también como sujeto.


La calidad de Joni era tal que sus canciones fueron grabadas primero por otros nombres, algunos grandes, del country y el folk. Both sides now era una composición compleja para una novata y en su repertorio, que presentó en bucle en el Greenwich Village, ocupaba un lugar especial que el público sabía reconocer. En esa marabunta se ocultaban los emergentes y los nuevos talentos, la primera y la segunda ola de cantautores. Both sides now cuenta con más de 1.000 versiones registradas y las primeras ocurrieron a finales de los 60; en especial la de Judy Collins, que fue un éxito en las radios mientras su autora no poseía ni un contrato.


El azar quiso que en un concierto de Joni en Florida el público se emocionase al unísono, entre ellos David Crosby, icono musical del folk y la psicodelia. Crosby no dudó en y ofrecerle que intercedería con la industria para conseguir un trato justo y libertad creativa. Una filial de Warner ofreció a Joni la posibilidad de grabar un disco. Crosby aconsejó a la cantautora que se liberase del momento y renunciara al sonido común, que apostase por lo acústico.

Song to a seagull fue el título del debut, que funcionó sin resultar un éxito, e inició el gusto de Joni por crear sus portadas, dando rienda suelta a su vena de pintora, más propia para ella que la de cantante. Este disco ha pasado a la historia con el nombre de su autora.


Las entrevistas no tardaron en llegar y las respuestas resultaban encantadoras por la dulzura aparente de Joni, pero había dureza en sus palabras. Reconoció que había comenzado a fumar con 9 años, al tiempo que padecía polio, y que su abuela fue obligada a renunciar a su vocación como cantante por la familia, por eso ella carga con la obligación de hacerlo por dos. En poco tiempo, Mitchell se había labrado la categoría de celebridad, aunque solo entre compositores. Profesionales asentados acudían a ella en busca de letras, rimas y metáforas que desatascasen su creatividad. Su carrera funcionaba y fue motivo para recibir luz verde a su segundo disco, tras una gira bien recibida.


En 1969, estrena Clouds, un álbum en el que se desvela como autora de éxitos ajenos y que recoge el talento disgregado por los clubes que formaron parte de su ascenso. Todo funciona, resulta agradable; pero en Los Ángeles enloquecen con su arte. Por ello, emprende una mudanza a la otra esquina del país para vivir en Laurel Canyon, el lugar en el que alguien como ella debía estar en ese momento. Con su primer Grammy gracias a Clouds, decide expandir su universo y narrar lo que ocurre en su vida. Su casa era el centro de reunión de los grandes cantautores del momento y las noches eran libertinas. Las guitarras y las drogas se intercambiaban con facilidad para comprobar los diferentes efectos. Todas esas experiencias se fabricaron en un lugar donde los vecinos eran Carole King, Jim Morrison, Cass Elliot, Frank Zappa, Neil Young o Brian Wilson, entre otros. El momento resultaba único.

De todo ello surgió Ladies of the Canyon, el primer éxito comercial de Mitchell, con medio millón de ventas, y lo más importante: su salto al futuro. La canadiense dejaba atrás el sueño hippie, reconocía la derrota, y se negaba a continuar cantando sobre la Guerra de Vietnam. Acababa de expandir su sonido y el de todo un movimiento artístico.


Ahora la soledad, la creatividad y las relaciones pasan a ocupar el espacio central de la música desde lo íntimo, lo confesional. Joni había superado a sus afamados compañeros por haberse negado a ser musa y hablar sobre ello. En cierto momento, el éxito fue demasiado y Mitchell se alejó. Su situación personal y sentimental, el ascenso a la fama, la exposición, la insatisfacción con las artes y la música; todo ello había conducido a un viaje de huida e introspección. Joni era una figura reconocida mundialmente, pero se negó a ser una estrella. En su apogeo, se fugó a Europa y pasó por España, Francia y Grecia.Decidió asentarse en Creta. En una localidad pesquera llamada Matala, se exilió del ruido ajeno. Allí se reencontró con su voz y el calor de ser humana, de ser algo más que una artista forzada a hablar. Envió un telegrama escueto a su pareja, que se había quedado en la casa que compartían en California. "Si se mantiene la arena de manera apresada en la mano, se deslizará a través de los dedos".


En Creta tomó nota de sus sentimientos y recuerdos, entregó su cuerpo a otros y su mente a sí misma. Dormía al raso y buscaba zonas desérticas para calmar un extraño dolor en la piel, que con los años fue diagnosticado como enfermedad de Morgellons. Esta dolencia provocó que sintiera bajo su piel la aparición de llagas y fibras, lo que responde a sus quejas constantes sobre que algo le reptaba por dentro y le provocaba picores y heridas.


Finalmente, Joni regresa y edita su primer disco producido por ella de manera integral. Blue fue un éxito inmediato, un hito en la música contemporánea cuyos ecos pueden apreciarse hoy. La revista Rolling Stone considera que es el tercer álbum más importante de la historia y el New York Times lo incluye entre los 20 discos que cambiaron el modo en que se concibe la música. Las canciones de amor no son simples dedicatorias, sino una confesión de larga duración que conecta con algo común a los humanos, a esa huella innegable de los sentimientos. En todo el disco no hay una nota deshonesta, una palabra accidental ni un trino en la voz de Joni que no salga de su alma.


En esta ocasión, Mitchell no huye y acata con su deber artístico. Tras una exitosa gira, estrena un quinto disco y, al año siguiente, el sexto, Court and spark, considerado otra obra magna de los años 70. La cantautora parecía inagotable, nada lograba rozar las cotas de Blue; pero no se frustraba. Su trabajo era excelente. Pero, como era previsible, termina por aburrirse de sí misma y se decanta por jugar con el jazz, aprender de él y trabajarlo. Se adelantó a la moda de los 80 y el actual escenario al introducir el primer sample en una canción, un recurso prestado de otra canción ya existente, en The Jungle Line. Así inició un ciclo que fue odiado por la crítica y que ayudó a Joni a perder lastre, que eran en realidad los fans que se sumaron a su cresta de fama y no correspondían a su genuino arte. Luego de una gira en compañía de Bob Dylan y Joan Baez, The hissing of summer lawns vio la luz y despertó desencanto entre los expertos, sin llegar a gozar tampoco del gusto del público. Décadas después, es considerado como otro tótem indispensable. A este disco le siguió Hejira, su trabajo más experimental y en el que confirmaba su dirección hacia el jazz. De nuevo, la recepción fue nefasta y el tiempo lo ha revalorizado como fundamental.


En plena renovación, con giras y más lanzamientos, el icónico Charles Mingus contacta a Joni para trabajar en un disco de experimentación melódica y poética. Mingus no obtuvo ningún éxito. El propio Charles no llegó a verlo terminado al fallecer de manera repentina y, sin embargo, Mitchell lo ha defendido como un exponente de su libertad y capacidad creativa. El cambio de tendencias musicales apartó a la cantautora del foco mediático, la relegó a un plano secundario y la forzó a tratar de ser otra cosa, sin éxito durante años. La aparición de su hija dada en adopción y el reencuentro entre ambas hizo que el mito vital de Joni volviese a la conversación a mediados de los 90, propiciando que nuevas generaciones descubrieran su carrera musical y trascendencia.
Sin haber llegado a extinguirse, Mitchell realizó un último esfuerzo y en el año 2000 estrenó Both sides now, un disco con el que cerró sus obligaciones contractuales y se encumbró como un talento único a través del tiempo, capaz de transportar una voz clara y personal hasta el nuevo siglo. Tras ello, renunció a su vocación, anunció su retirada y se declaró en enemistad con la industria musical, la cual le asqueaba por haber intentado sustituirla sin haberla enterrado.


Momentáneamente rompió su silencio para crear la música de un ballet, reinterpretarse a sí misma o aparecer en conciertos como invitada, nunca de estrella. Sufrió un aneurisma en 2015 que la obligó a aprender a mover sus manos, a caminar y a controlar su voz, como una segunda polio al final del camino. Además, su música es difícil de encontrar al completo porque se niega a participar de plataformas que dan voz a la mentira y el odio. En sus últimas entrevistas, antes de actuar por sorpresa y prometer su primer concierto titular en décadas, ha reconocido que todavía intenta curarse, como la niña que veía pasar los trenes en el hospital. Recientemente en un restaurante, un pianista hombre y negro se decantó por tocar una pieza suya sabiendo que estaba allí. Al terminar, la cantautora se acercó para agradecérselo. Recibió de vuelta una frase lapidaria: "Joni, tu música no entiende de género ni de raza". Mitchell resumió su carrera en su respuesta: «Esto, para mí, ha sido un honor».