Opinión

Grandes éxitos

Le digo a mi hijo que, en la vida, antes de coger fuerzas para andar tu camino debes encontrarlo.

FUE EL éxito, eso que se supone que de un modo u otro buscamos, es algo por definir. Qué significa, en qué consiste para cada uno de nosotros. Esa es la gran cuestión, o como mínimo una de ellas: a dónde queremos llegar. Luego, ya veremos cómo lo hacemos y si somos o no capaces. Pero debe de ser terrible escalar una montaña y darse cuenta, una vez arriba, de que tú a esa cumbre no querías subir.

A mis alumnos les explico, sin encomendarme a nadie, que hay tres formas, a cada cual más sutil y compleja, de poder, de dominio. La más elemental y evidente, en un juego, es jugar mejor que los demás: ser el mejor jugador. La segunda, más elaborada y segura, es tener la capacidad de definir las reglas del juego; a tu propia conveniencia, por supuesto, y así establecer la relación de fuerzas que te beneficia. Y por último, la más sofisticada y eficaz, que consiste en convencer a todos los demás de que ganar a tu juego es lo deseable. Marcarles sus objetivos, moldear sus gustos: explicarles, precisamente, en qué debe consistir para ellos el éxito. Definir qué quiere decir bueno.

Mi hijo me contesta que eso de saber qué queremos no es tan fácil. Y yo le doy la razón. Cómo no se la voy a dar. Y aprovecho para hablarle del Oráculo de Delfos y de la famosa frase escrita en su pronaos, y le confirmo que sí, que conocerse a uno mismo es una ingente y dificultosa tarea, pero necesaria, indispensable.

Hablo con él, por enésima vez, de los estudios, de estudiar, de las notas y la loca carrera por la carrera: si quiere elegir, tiene que estar en una posición que se lo permita, etc. Pero antes, de nuevo, le pido que aproveche estos años que aún le faltan para tratar de saber qué quiere. ¿Qué le pides al trabajo, tú?, ¿qué te gustaría que te diese?, ¿qué crees que va a significar para ti? Porque no es lo mismo, no es lo mismo buscar un medio de vida, sin más, que un modo de vida; no es lo mismo buscar una buena relación entre tu esfuerzo y tu sueldo, que añadir, a eso, otras satisfacciones. De hecho, no tiene nada que ver pedirle satisfacciones al trabajo con no esperar de él más que el sustento. Nada.

Me dice que sí, que quiere que le guste. La siguiente pregunta es, por tanto, qué le gusta a él, con qué disfrutaría, cómo le gustaría que fuese su vida, su vida laboral, cómo se la imagina. Y me contesta que no tiene ni idea, y le digo que entonces hemos hecho bien en tener esta charla ya, porque tiene por la proa dos años para darle vueltas. Y que si esos dos años pasan y sigue dudando, si sigue sin saber por dónde ir, tendrá todo el tiempo que le podamos dar. Es un buen regalo, todo un privilegio, el tiempo. Y, obsesionado con ese punto como estoy, todavía le dejo claro que siempre podrá rectificar. Que lo único que le pido es que le dé importancia, que se lo tome en serio y sea responsable.

En este tema, como en casi todos, por suerte no nos movemos entre dos únicas alternativas, una perfecta y otra deleznable. Hay formas y formas de educar

Por supuesto que educar es, en parte e inevitablemente, adoctrinar. Y por supuesto que se hace desde una posición de poder, que tratas de aprovechar para establecer un marco, unas referencias, que te parecen deseables. Cómo no va a ser así, si te importan.

Pero eso no nos convierte en manipuladores. O no tiene por qué. En este tema, como en casi todos, por suerte no nos movemos entre dos únicas alternativas, una perfecta y otra deleznable. Hay formas y formas de educar, y tantos puntos de equilibrio —entre la doctrina y el pensamiento crítico, entre las reglas y los consejos, entre los sentimientos y la razón, entre la guía y la libertad, entre llevar de la mano y caminar junto a ellos— como padres, como hijos, como relaciones hay. Y, aunque a menudo la caguemos, cada buen paso también cuenta.

En qué consiste una buena vida. Cómo es, para cada uno de nosotros. Conocerse a uno mismo incluye llegar a saber responder esa pregunta: qué queremos. Y no es nada fácil.

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