Comida en la bodega

LA ESCARCHA seguía en el suelo de un día para otro. Un frío de invierno duro convertía en tortura la entrada de aire a la boca para fumar un pitillo. Nada indicaba en el terreno que hubiese un espacio para sentarse y almorzar. Entramos a la tierra por un pequeño portalón hasta alcanzar a poca profundidad una sala cálida, brasero incluido, donde dimos cuenta de morcilla, embutidos varios y un cordero que se había hecho en el horno del pueblo. Eran tierras de Burgos, en la Ribera del Duero. Más allá de aquella sala de tierra y roca seguía un túnel para llegar al espacio de bodega más profundo, donde se conserva el vino. Fue ésta, con periodista como anfitrión y periodistas invitados, una de las mejores comidas en una bodega ganada a la tierra, que al exterior apenas muestra el acceso. Es una experiencia, tal vez ayudada por el vino, los licores y el calor, que hace que uno recuerde que Thomas Merton tuviese su cueva en el bosque del monasterio de Getsemaní (Kentucky) para avanzar por los caminos de la plenitud.

En Colores de Rueda, al pie de la autovía A-6, comimos estupendamente bien en una bodega. Luz y materiales de la modernidad. Ninguna relación guarda con el principio originario que sentimos en Burgos o con el logro de la estética de la cálida fusión acogedora e intimista, con el entorno de bosque celta, que se experimenta en el restaurante de la Adega Algueira, en la Ribeira Sacra. También ésta del Sil y el Miño es tierra de silencios y monasterios. Camino a la plenitud.

Colores de Rueda está en el kilómetro 172 de la A-6. Cálido, acogedor, moderno. Un edificio y una sala que, para entendernos, tiene personalidad de arquitecto y/o diseñador. El restaurante pertenece a la bodega Prado Rey. Excelentes vinos de Rueda y de la Ribera. Es una opción, si uno viaja sin prisas, para comer en carretera. Digo lo de prisa por la experiencia propia: buen servicio pero a su ritmo.

La carta oferta lógicamente el lechazo y el cochinillo; buena carne (solomillo o entrecot) y un magret de pato que no me pareció lo más aconsejable. Para empezar hay buen surtido de ibéricos, morcilla de Burgos, diversas ensaladas y una "parrillada de verduras a la plancha", que la vamos a colocar en la misma valoración que le dimos al magret. Nos quedamos con los embutidos, el jamón y con el mid cuit de foie. Nuestra preferencia finalmente se fue con las chuletillas de lechazo a la brasa y con el solomillo a la parrilla. Y plenamente satisfechos con las entradas y la calidad de los postres. Como pienso volver, corregiré la opinión si es necesario.

Me parece acertada la opción de parada en la bodega para sentarse con toda dignidad a la mesa y en lugar cuidado para acoger al viajero. En la entrada hay una tienda con una amplia oferta de vinos, aceites y otros productos de la casa. Interesante por los precios. Y le sigue una sala para degustar tranquilamente un vino.

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