Meiroi, el paraíso de las carnes

Ganado vacuno de carne pastando en libertad en Navia (Foto: J. VÁZQUEZ)
photo_camera Ganado vacuno de carne pastando en libertad en Navia (Foto: J. VÁZQUEZ)

Una excursión por Os Ancares es como un viaje en el tiempo, que se detiene mientras circulas por esas carreteras que serpentean las laderas de las montañas. Las prisas se olvidan por el imperativo de la orografía. Un conductor se permite incluso el lujo de detenerse a la entrada de un puente para charlar con unos vecinos, pese a la escasa visibilidad, a sabiendas de que apenas estorbará a los restantes vehículos, obligados también a practicar la filosofía de la lentitud.

Con esa pausa, los viajeros nos encaminamos desde A Fonsagrada hacia Navia de Suarna, una carretera que todavía mantiene su hechura de lírica corredoira, a diferencia del ampliado tramo que une la capital naviega con Becerreá. Después de la visita al imponente puente medieval y de un aperitivo en la plaza de Navia, mientras hablamos de las grandes ferias de antaño en contraste con la paralizante despoblación actual, ponemos rumbo al solitario paraje que hemos elegido para comer y que por si mismo justifica cualquier desplazamiento. Vamos hacia el Caserío Meiroi, aislado en plena montaña, siguiendo la sabia sugerencia de unos amigos de Lugo. Es un lugar abierto siempre en verano y periodos vacacionales, pero en el que hay que encargar fuera de esas fechas.

«Se comemos carne das vacas que pastan por aquí, xa vale a pena a viaxe», comentamos en la subida hacia el solitario restaurante. La ilusión se hace realidad. El caserío cuenta con una amplia explotación dedicada a la cría de terneros, cerdos celtas, pollos y conejos de forma totalmente ecológica.

La especialidad de la casa son, lógicamente, el chuletón, el solomillo y el entrecot de ternera. Al enfrentarme a este último aprendí la injusticia que cometen los distribuidores que malpagan la carne ecológica a los productores. El sabor es realmente exquisito. Es una carne de primera calidad, a la que se le deben dar cortes longitudinales con el cuchillo, nunca horizontales, para disfrutar de todo su jugo. Se nota la diferencia, Y así te puedes zampar una pieza en torno al medio kilo sin sentir pesadez.

Otro compañero optó por un lomo de cerdo celta, cortado en bistecs, realmente exquisito. Un jabalí con puré fue la elección del tercer comensal. La zorza es otro de los reclamos de la casa.

A la hora de pedir los entrantes, muchos de ellos atractivos, escogimos un revuelto de ortigas con setas y jamón. Las ortigas, con un paladar similar al de las espinacas casi pasaban desapercibidas. No así el jamón, con su potente y auténtico sabor. Las croquestas caseras eran soberbias.

La tranquilidad del restaurante, situado en la planta baja de este caserón de piedra, con la sierra como telón de fondo, invitaba a rematar la comida reposadamente, Probamos un queso de Castilla para despachar el último vaso de Ribera del Duero y unos originales postres caseros.

Tras disfrutar de este paraíso de las carnes, nos recreamos en la arquitectura de la aldea de Coro y de las pallozas de Balouta y O Piornedo. Fue una inolvidable comida y una bonita digestión.

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