Una historia de siete platos

En un lugar para perderse, alejado del mundo, entre el Alto de A Gañidoira y la Serra do Xistral, Casa Cándida hizo bandera a lo largo de los años a través de sus fogones y se convirtió en parada obligatoria para los amantes de la gastronomía gallega y del buen comer.

Para estómagos aplicados, que no conocen abundancia, lo que comenzó siendo una taberna con ultramarinos es hoy ‘el restaurante de los siete platos' para unos, el Viveiró para otros, que hicieron de la parte el todo y desplazaron la parroquia a una casa familiar.

Por sus cinco comedores, que dan cabida a 150 personas, pasaron millares de personas de toda Galicia y de diversos puntos de España dispuestos a comprobar el mito: Sentarse sin pedir y esperar a que comience el ir y venir de platos cargados de comida. La respuesta es siempre la misma: «¿Aún más?»

«Los siete platos son nuestra clave y mucha gente los conocen por eso y por dar comida abundante. Ya que se tienen que desplazar, que no se vayan con hambre, ¿ no? Si retiramos los siete platos, esto se acaba», explica Antía, la responsable del negocio desde el fallecimiento de Cándida Bello, el alma máter, hace casi tres meses, a sus 87 años de edad.

«Cándida era única. Lo hacía todo y lo disfrutaba, lo vivía. Nos dejó un gran legado», explica su sobrina, que lleva desde los doce años dentro de las cocinas de este restaurante. Hoy comparte el trabajo con su hijo.

«El padre de Cándida y de mi padre inició el negocio. Sólo daban comidas por las ferias, que se celebraban una vez al mes, el último domingo, pero ya funcionaba bien», relata.

«A mediados de la década de los 80 Cándida tomó el relevo y le dio al negocio la fama que tiene hoy», explica Antía, mientras subraya que la casa de comidas también comenzó a ser conocida gracias a la familia de José Luis Páramo, que se instaló en la granja Pazos do Viveiró y llenó el restaurante de visitantes, y a los cazadores, que aprovechaban las paradas en la persecución de los faisanes para desayunar algo.

El restaurante abre todos los días con menú y cierra los domingos. Los fines de semana son para los siete platos. «No hay carta», ríe Antía, que enumera un menú que abre desde hace décadas con entrantes —«algo de picar, queso, empanada, chorizo...»—, para completar con almejas, arroz, caldo gallego, cocido, asado y postres variados: requesón, flan, orejas, tartas, miel... Todo, cómo no, en abundancia, con recetas tradicionales de comida de la casa.

«Retiran. Y vuelven», reza un recorte que cuelga en un salón comedor -la antigua cocina-, junto a artículos de prensa y fotografías antiguas llenas de caras conocidas: alcaldes gallegos, conselleiros Manuel Fraga -uno de los clásicos del Viveiró y el mayor defensor de que su caldo es el mejor de Galicia-, empresarios como Roberto Tojeiro o el catedrático Domingo Bello Janeiro, en una interminable lista de comensales reconocidos y anónimos, premios y recuerdos de Cándida -a la que el Ayuntamiento le dedicó en el 2002 un homenaje- y Antía.

«Seguiremos su legado. Cándida estaría orgullosa de eso», comenta la sobrina de una mujer luchadora, que hizo de su casa un lugar para el recuerdo y de su trabajo un mito. «Y por muchos años».

 

 
 

 
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