Manuel Jabois: "Quería escribir un libro que te hiciese feliz y que te despedazase por dentro"

Con 'Malaherba', el autor vuelve a la ficción. Y a la Pontevedra de su infancia

JAVI CAFE MODERNO: entrevista con Manuel Jabois PARA A REVISTA ****A entrevista comezara as 12.00, pero necesitamos algun xesto dela. Ao rematar hai que facerlle fotos en distintos espazos que saen na sua novela: parque de Campolongo, igrexa de Campolongo, ... onde el diga. Necesitamos polo menos tres espazos diferentes
photo_camera El escritor y periodista Manuel Jabois en el parque pontevedrés de Campolongo, delante de la iglesia de ese barrio. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

Recuerda su primer gol en el patio del colegio. Y la primera vez que hizo manitas con una niña. "Lo recuerdo con más intensidad que la primera vez que hice el amor", confiesa. En Malaherba (Alfaguara, 2019), su nueva novela, el periodista y escritor Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) logra capturar la intensidad de las primeras veces, rodeadas casi siempre de placer y culpa, para escribir una historia tan luminosa como violenta, a través de los ojos de un niño que va construyendo el mundo sobre la Pontevedra de finales de los años 80. El colegio de Campolongo, la iglesia del barrio, el parque de las Palmeras, el puente de A Barca o la bocatería San Remo son algunos de los espacios reales en los que transcurre esta historia que va de lo que significa hacerse mayor.

Se está repitiendo mucho que esta es su primera novela, pero no es cierto. Su primera novela fue A estación violenta en 2008 y la publicó la editorial Morgante. ¿No se reconoce en ella?
Sí, por supuesto, mi primera novela es A estación violenta. Desmiento siempre que puedo que es esta. Pero, como ha pasado tanto tiempo, he escrito otros libros y ha habido un cambio muy importante en mi trayectoria periodística, hay gente que lo ignora. Me reconozco en ella, claro que sí. Como te puedes reconocer en el chico que eras con 16 años. Es la misma sensación. Ahora mismo no siento que esa sean ni mi voz ni mi prosa. La faja que ha colocado Alfaguara en el libro, en la que se lee Manuel Jabois llega a la novela, contribuye bastante al despiste. Y luego hay muchísima gente que ahora me conoce que no tenía ni idea de quién era yo ni de lo que hacía cuando tenía 25 o 30 años. He intentando aclararlo siempre que ha surgido la ocasión. Porque una cosa es que yo no esté orgullosísimo de esa novela y otra cosa es que reniegue de ella. Es una novela escrita en un tiempo precioso, en gallego, un idioma en el que por desgracia y por cosas de la vida he dejado de escribir, y hay unos personajes en los que todavía me reconozco. Otra cosa es la escritura, la historia... He cambiado mucho desde entonces. Pero siempre será mi primera novela. Y estoy muy orgulloso de que la hayan llevado al cine Anxos Fazáns y la productora Matriuska.

Me reconozco en 'A estación violenta' como te puedes reconocer en el chico que eras con 16 años

Malaherba, como marca, ya existía antes de que saliese esta novela a la calle. Es el nombre de una cuenta en la red social Instagram, con mucho de experimento literario, que usted comparte con su pareja, Gabriela González.
Malaherba es tan fruto de las casualidades o circunstancias, que el nombre se le ocurrió a Gabi mientras buscábamos uno para una cuenta común en Instagram. Después, yo llamé así al documento de Word que estaba utilizando para los textos de la novela. Sonaba bien, pegaba bien. Mientras escribía la historia, aunque todavía no estaba definida –porque yo no soy novelista, no tenía ni un esquema, ni un croquis, ni una mesa llena de post it–, empecé a recordar los nombres mitológicos de los malotes y yonquis de los años 80 y 90 –en cualquier ciudad los hay– y pensé en ese, Malaherba, para uno de ellos. De repente, sin acabar de ligarlo de todo al personaje, sí que empezó a determinar la construcción de la historia, que empezó a ser más oscura. Yo tenía claro que no quería escribir ni un libro sobre bulling ni un libro sobre abusos sexuales. Yo quería escribir algo bonito, algo tierno y luminoso, sobre dos niños que se gustan. Pero cuando Malaherba se afianzó en la obra, trajo la oscuridad.

Precisamente de la novela, que también tiene humor, se está destacando mucho su ternura y luminosidad. Sin embargo, es una novela violenta.
Es una novela violenta y dura. Es así. Y es una pasada lo que está pasando con el libro, que apenas lleva diez días en la calle, y ya he recibido un montón de correos de profesoras de colegios diciéndome que ellas tienen un Tamburino en clase y reconociendo el entorno hostil de aquellos años. No hace tanto, el colegio era mucho más violento. Lo sigue siendo en muchas ocasiones, pero en los años 80 estaba más naturalizado. Se consideraba absolutamente normal. Yo recuerdo a un compañero llegando con un collarín a clase porque le habían dado una colleja tremenda. Y no pasaba nada. Como máximo se podía llegar a decir algo del tipo "jo, cómo te has pasado". Y mira que yo en eso no estaba, nunca estuve, porque soy súper cobarde y tengo miedo de todo. Ni con los malos, ni con los buenos. Ni el primero, ni el último, como le enseña su padre a Tambu. Eso es muy mío: tratar de pasar desapercibido. Soy el típico que cuando preguntan quién sabe algo, aunque lo sepa, se calla, por miedo a levantar la mano y después cagarla. Sobre la ternura, le he robado una frase a Juan Cruz que he usado durante toda la promoción del libro, una frase del Che Guevara que dice algo así como que hay que endurecerse, pero sin perder jamás la ternura. En el libro creo que intenté hacer algo así. Imagínate un asesino en un aeropuerto. ¿Sabes las cintas estas en zigzag que van poniendo para hacer filas antes de pasar el escáner de seguridad? Esta escena: un hombre que mata a otro, que lo apuñala de forma brutal, echa a correr y al llegar a esa fila en zigzag se coloca en ella y la sigue correctamente, respetando esa mierda. Como si saltarse eso sí que fuese imposible para él. Los niños funcionan así. Te pueden pegar una paliza de muerte e inmediatamente respetar un código como ese porque para ellos es inconcebible saltárselo. Eso es la ternura.

Tenía claro que no quería escribir un libro sobre bulling ni sobre abusos. Quería algo tierno

Los espacios de la historia son los de su infancia: su calle, su colegio, los lugares en los que jugaba... ¿Cuánto más hay de real en esta novela?
Real es todo lo que tiene que ver conmigo, todo lo que está dentro de mí: las obsesiones, los miedos, las inseguridades, la culpa... Yo soy una persona que acaba de comerse un plato estupendo y de pasárselo muy bien haciéndolo y al rato se está sintiendo culpable. "¿Qué hice? ¡No!". Cuando era niño y me tocaba, me sentía inmediatamente en deuda con Dios. "¡No puede ser! ¡Cómo me arrepiento!". Siempre he asociado el placer a la culpa. Y esto es algo que le pasa a los protagonistas de la novela. Fuera de mí, hay un espacio físico real utilizado de forma muy pragmática, porque como novato en la novela, puedo crear personajes y puedo inventarme una historia, pero no soy capaz de crear un lugar. Como tampoco ambientar la historia en Valladolid o incluso en Madrid, que es un espacio que aún no es mío del todo. Inventarme un Macondo, yo no puedo. En la novela tiene muchísima importancia el tiempo y el espacio. La primera vez que ellos salen del colegio sin compañía y cruzan la calle solos es la hostia. "¿Qué estamos haciendo?" "¿Somos ya mayores?" Yo recuerdo perfectamente ese momento en mi vida y pensar: "Madre mía, después de esto, qué". Como recuerdo perfectamente cuando mi vida se reducía a mi calle, que en aquel momento se llamaba Salvador Moreno, y al colegio de Campolongo. No había más. Lo mismo les pasa a mis protagonistas. El mundo se reducía a eso. Colocar a estos niños en mi edificio, en mi calle, en mi colegio... era sencillo para mí. De hecho, desde el primer momento los visualicé allí. Es cierto que, como escribo muy rápido, utilizo muchas veces anécdotas reales. Pero después les paso un barniz de ficción y apenas queda nada real. Ahora, que mi historia transcurra en Campolongo es circunstancial. Es un colegio público en el que me eduqué y en el que fui inmensamente feliz. Si bien es cierto que la mirada sobre el pasado, sobre la infancia, quizás tienda a idealizarla. Pero, en todo caso, era un colegio absolutamente normal. Lo que cuento no pasó en Campolongo.

Pero se da cuenta de que los lectores de Pontevedra van a intentar identificar a los personajes. ¿Reconocerán a alguien?
No creo. Es todo una ficción. Me preguntan constantemente si yo soy Tamburino, el niño protagonista. Se lo preguntó el otro día Pepa Bueno en la Cadena Ser a mi madre. La pobre contestó aterrada: "¡Ay, no, por Dios!". Hombre, hay dos o tres personas de mi clase, que salen con sus nombres y apellidos reales, porque jugaban muy bien al fútbol. Por lo demás, está todo mezclado, tergiversado, manipulado de tal forma, que veo imposible identificar a los personajes con alguien real. Pasa lo mismo con las situaciones. Mi llegada al colegio de Campolongo no fue como la de Tambu aunque sí que fue parecida. Entré en una aula donde la mayoría de los niños estaba gritando "¡hip hip hurra!" porque habían coincidido ya en el parvulario y estaban felices. Yo llegaba del pueblo y solo podía pensar: "Madre mía, qué hago aquí". Pero luego no hice nada de lo que hace Tambu. Fíjate, la última ficción que había escrito, antes de la novela, fue una última para el periódico El País: la historia del director de un periódico de provincias al que no le gustaban las noticias. ¡Me lo inventé todo! Pues un señor, que había trabajado en un periódico no sé dónde, me quería denunciar porque coincidía su apellido y creía que había escrito una afrenta contra él. He aprendido que, a veces, te lo inventas todo y, de repente, te leen creyendo reconocer una realidad y, a veces, utilizas una serie de elementos reales y construyes una ficción más potente que cualquiera que pudieses haberte inventado.

Sabemos que vamos a morir y aún así buscamos ser felices. Ese espíritu humano me entusiasma

El descubrimiento del sexo es una de las claves de Malaherba. Fuera de lo que son los abusos infantiles, apenas se ha tratado durante la infancia. ¿Sigue siendo un tabú?
Es que siempre se interpreta en clave de conflicto. Por eso quería tratarlo de una forma natural. Es una de las razones por las que me puse a escribir esta novela: quería contar algo original. Y este asunto me lo parecía. Pero siempre tiene que haber algo turbio detrás, siempre tiene que haber algún drama... Yo quería un libro que te pusiese contento, que te pusiese de buen humor, que te hiciese feliz y, al mismo tiempo, te despedazase por dentro. Porque eso es la vida. Vamos a morir, a sufrir, a enfermar, fíjate qué partida de mierda estamos echando, y aún así buscamos espacios para reírnos y disfrutar. Lo hacemos. Ese espíritu del ser humano me entusiasma. El inicio de esa conciencia es también el inicio de la certeza de que hay que intentar ser felices a toda costa.

¿Y por qué decidió volver a la ficción después de diez años?
La verdad, creo que esta novela es consecuencia del momento político que vivimos. Porque llegué a ella muy cansado. He cubierto un montón de campañas y elecciones. Moción de censura, primarias, caída de Rajoy, repetición de elecciones... He escrito, más que otra cosa, opinión política. Tengo todas las mañanas un comentario político en la Cadena Ser. Estaba fatigado de tanta actualidad. Esto fue como irme de vacaciones. Podía irme a las Seichelles o ponerme a escribir una ficción absoluta. Aunque tuve ofertas para hacer otro tipo de obras, más ensayos, más libros de no ficción, uno sobre Pedro Sánchez, otro sobre un suceso concreto... Pero yo quería desconectar de todo esto. Quería inventarme algo. Y encontré el entusiasmo necesario para ponerme a ello, que no era fácil. Lo bueno fue que, cada vez que conseguía escribir algo, me entusiasmaba. Y me pasó como con las columnas, que empiezo casi sin querer, porque no tengo opinión de casi nada, y a medida que escribo, la voy formando. Aquí, a medida que escribía, iba construyendo la historia. El punto de partida era un niño y una casa. Una familia normal. Pero luego hice la trampa: la mirada del niño era la que nos contaba con normalidad lo que no lo era. Es lo bueno que tiene ser novelista, puedes manipular lo que te dé la gana. Me divertí muchísimo haciéndolo.

Llegué a la novela cansado de tanta actualidad política. Escribirla fue como irme de vacaciones

Parece que en el libro hay también algo de intentar capturar la belleza de las primeras veces.
Sí, claro, porque cuando te dan el primer beso, se queda ahí para siempre. No te lo van a volver a dar nunca más. Cuando haces el amor por primera vez, lo mismo. Cuando te gusta alguien por primera vez, cuando te dejan por primera vez, cuando te traicionan por primera vez... Yo recuerdo mi primer gol en el patio del recreo. Y recuerdo con más intensidad la primera vez que hice manitas con una niña a la primera vez que hice el amor. ¡Yo no sabía que eso existía! Se me salía el corazón del pecho. ¡Y tampoco sabía dónde meterme después! El placer y la culpa de nuevo.

Ha reflexionado mucho estos días sobre la infancia. Usted, como Rilke, reconoce en ella la única patria verdadera.
No sé si patria, pero desde luego la fuente y origen de casi todo, sí. Si te digo la verdad, estoy reflexionando más sobre ella durante las entrevistas que cuando escribí el libro. Aunque también me doy cuenta de que en el libro he ido soltando muchas cosas que estaban dentro. El pasado tiene un prestigio que no tiene el presente. Porque ya pasó y porque éramos más inocentes. Estaba todo por descubrir. Ese momento en la infancia en el que al llegar a la playa el niño pide el bañador. ¿Qué ha pasado para que nazca la vergüenza, el pudor? Contra todo eso se rebela un poco esta historia, contra todo lo que nos es impuesto de alguna forma. "¿Quién es tu novia?". "¿Qué niña te gusta?". ¿Y si no me gusta una niña? Pues eres maricón, que no sabes ni lo que significa. Como tampoco sabes qué significa puta o cabrón, pero lo dices, lo repites, porque te suena a algo malo. Como el insulto del niño al maestro de La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas. ¡Tilonorrinco!

Ya ha explicado qué tiene que ver aquel famoso tuit de "No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena", que escribió Cayetana Álvarez de Toledo, con el origen de la novela.
Tiene que ver porque en aquel momento me espantó ese discurso de que los niños no vean esto. En ese ámbito, en el de los Reyes Magos, no. ¿Cómo que no? No pueden saber quiénes son los Reyes Magos y no pueden saber que hay chicos que se gustan entre ellos y chicas que se gustan entre ellas. Yo de niño jamás vi a dos hombres besándose. De hecho, sigo sin verlo en Pontevedra. Ni en Pontevedra ni en muchísimas ciudades y barrios. Hay niños que no tienen ninguna referencia. No saben nada sobre esa realidad. Imagínate cómo se siente un crío que crea que eso solo le pasa a él. Es terrible.

"En la vida es más importante saber para qué no vales que para qué vales", ha dicho en una entrevista en El Español. ¿Usted para qué? ¿Y para qué no?
¿Para qué? Yo creo que para escribir. Después de tanto tiempo, déjame eso (ríe). ¿Para qué no? Para todo lo demás. Aunque voy probando cosas a ver qué tal se me dan, como escribir esta novela. Y ahora estoy a punto de probarme desarrollando un proyecto audiovisual, que me hace mucha ilusión. Luego, por supuesto, hay cosas para las que no valgo en absoluto. En mi caso: tener un cargo en un periódico. Ni de coña.

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