Opinión

Una guitarra vagabunda y digital

En 1959, dos jóvenes hablaban en el instituto sobre música. Uno es un apasionado de lo extraño, el otro es su traficante de curiosidades. "Te gustan las cosas locas, creo que te va a gustar", le dijo mientras lo llevaba a un club en Santo Amaro. Le puso la grabación de un hombre que cantaba desafinado y contrariamente a su orquesta. El curioso, un Caetano Veloso de 17 años, acababa de conocer a João Gilberto, padre de la bossa nova. Decidió ser músico. Caetano Veloso es a todas luces el cantante brasileño vivo más importante del mundo y si se cuentan a los muertos, tampoco se aleja del podio de importancia e influencia global tiene poco peso para Veloso, un poeta que canta siempre a Bahía, su familia, su amor, sus hijos.

Con más de 50 discos, casi uno al año, y décadas de carrera, así como reconocimientos, Veloso se mantiene en activo y tocando en familia. A diferencia de sus compañeros de generación, él todavía no considera que haya hecho un disco redondo y perfecto, al que mirar desde el retiro con el orgullo de la perfección. Puso todo su esfuerzo muy joven, revolucionó para siempre la música brasileña, se enfrentó a los poderes y, sin embargo, sigue ahí, insatisfecho. Quizás porque la pregunta de quién es ese ahora anciano a medio camino entre Bob Dylan y un bolero, antiguo imitador de los Beatles y agitador social; pregunta sin respuesta.

Veloso nació en un lugar especial. Bahía es, dentro del ecosistema social y cultural de Brasil, un espacio único. Allí se dice que Río de Janeiro es Brasil, que São Paulo es el mundo, pero que Bahía es Bahía. Fue la cuna de la samba, el catalizador de los ritmos africanos y tribales en la música popular y en sus calles convivían la alegría, la música y la necesidad. Bahía se acercaba más a la Europa de Fellini que a sus urbes próximas.

En la rúa do Amparo vivía la familia del cantautor, allí estaba su hogar, en el que vivió su madre hasta fallecer a los 105 años el día de Navidad de 2012. La casa era pequeña, faltaba el espacio, pero sobraba de lo necesario. Veloso es uno de los hijos del medio de 7 hermanos biológicos y adoptados. Su padre trabajaba en el servicio postal de Brasil, ganando lo justo para no atraer al hambre, y su madre, Dona Canô, era una celebridad de barrio. La mujer cantaba en grupo por la ciudad siempre componiendo oralmente tonadas sobre los Reyes Magos, lo cual terminó por hacer de ella una ilustre ciudadana de Santo Amaro.

Veloso y sus hermanos destacaban por una complexión y rasgos físicos marcados, extraños. Su color de piel, su nariz, su cabello. Los hijos biológicos del matrimonio acumularon una ascendencia que se componía de genes portugueses, africanos e indígenas brasileños, en concreto de la etnia pataxó. Y, pese a todo lo singular que había de manera natural en la vida de Veloso, considera su infancia y adolescencia como la normal en Bahía en aquellos años.

En la casa familiar, en la planta baja, había un pequeño piano en donde Veloso y sus hermanas practicaban a tocarlo sin tener nociones de música. Reproducían las notas que escuchaban en la radio. De esa manera, Caetano compuso su primera canción a los 10 años, aunque solo su familia llegó a escucharla. Era buen estudiante, curioso como poco, pero en su vida las artes tomaban forma.

La rúa do Amparo es la primera de las calles que han determinado la vida de Veloso. Allí ocurrieron, según relata él mismo, las cosas más importantes de su formación como ser humano y artista. En la casa familiar descubrió el sexo, vio La Strada de Fellini, se enamoró la primera y la segunda vez –para su sorpresa, pues pensaba que no podría hacerlo jamás–, descubrió el existencialismo de Sartre, leyó a Clarice Lispector y, lo más importante, escuchó a João Gilberto más que nadie en su familia.

El paso de las horas fue de modo imparable igual al paso de los años y allí, en Bahía, todo se movía para evitar las ganas de revolución. Veloso se hizo mayor entre sus gustos, más globales, y su ecosistema de tonadas a Reyes Magos, tampores por los orixás –dioses– del candomblé y la samba. Tentado por la idea de ser profesor, Caetano se decantó por estudiar Bellas Artes y mudarse con su hermana pequeña, Maria Bethânia, a la que había puesto nombre y con la cual compartía todas sus pasiones.
Veloso escribía, pero no cantaba. Sabía tocar el piano, no como un virtuoso, pero defendía las melodías. Sin embargo, su falta de destreza con la guitarra hizo que se viera incapaz para la música. No dominaba ningún instrumento y el que más se le resistía era el de su ídolo João Gilberto, la guitarra. Jamás podría tocar Chega da saudade, pensaba entonces.

Al ingresar en la universidad, entró de golpe en el mundo artístico de Salvador de Bahía, ampliando las fronteras que su amada ciudad de Santo Amaro había construído. Todo estaba aconteciendo en aquel lugar, durante aquel gobierno democrático que parecía dispuesto a cambiar alguna cosa, como mínimo. Poco a poco, se animaba a tocar en público, entonar versos y, sobre todo, animaba a su hermana Maria Bethânia a cantar.

Caminando por la rúa Chile, en el centro de Salvador, una tarde de 1963, paró cuando desde la acera de enfrente un hombre lo saludó. Se habían visto en un par de reuniones, de celebraciones. Su nombre era Gilberto Gil y estaba junto al productor Roberto Santana. Caetano había visto tocar a Gil la guitarra y siempre defenderá que nadie la toca como él. Se presentaron los tres y, de manera anecdótica, comenzó la revolución cultural en Brasil.

Gil y Veloso nacieron con dos meses de diferencia y sus vidas eran tan similares que, salvo por el brusco cambio de color de piel, podría decirse que eran gemelos. La amistad surgida entre ambos, que llega hasta el presente, consistió en semanas de repensar la música y sacar sus inquietudes al exterior, a buscar una respuesta en el público.

Al tiempo que ganaban intimidad en su relación, la tensión en Brasil era imparable. Aquellos años la fiesta y la despreocupación eran masivas, los mayores eventos eran festivales de música y en ese momento tan concreto, gente como ellos podían hacerse hueco como cantantes y ser reconocidos sin a tener un disco en el mercado. La importancia de los directos era tan grande que nadie rechazaba una invitación.

Brasil se caracterizaba por disponer de muchos escenarios y festivales, pero también por sus numerosas presentaciones en televisión, donde los programas musicales se multiplicaban cada semana. En este caldo de cultivo se forjó la trayectoria de Veloso, aunque siempre detrás de la figura de Gil o de su propia hermana, Maria Bethânia, que había recibido una invitación para cantar en el Teatro Opinião en Río de Janeiro. Así pues, todos se mudan allí al mismo tiempo.

Caetano ya había producido el primer concierto de Gil en Salvador, al que llamaron inventário. Aquella noche histórica ambos habían dado comienzo a un dúo fundamental para la música brasileña, aunque lo máximo que pudieron hacer fue componer una canción llamada Trovoada de la cual solo queda la letra, pues olvidaron la melodía.

La actuación de Bethânia fue un éxito y le permitió grabar un disco, en el cual las composiciones de su hermano destacaban de manera sobresaliente. El talento de Caetano no pasó desapercibido y pronto comenzó a tocar en pareja con Gilberto Gil por las televisiones que organizaban festivales de la canción en pequeños formatos. Su popularidad se hizo tal, que ambos consiguieron un programa propio junto a Gal Costa, otra cantante del momento, y en aquel espacio llamado Divino Maravilhoso, como una canción de Veloso, sacaron a relucir todas sus ideas. No llegaban a los 30 años, pero su exposición era masiva.

El programa duró tres semanas en emisión. El golpe militar encubierto, apoyado por Estados Unidos, se había hecho oficial y la censura comenzaba a actuar sin piedad. Los artistas provocadores estaban en el punto de mira del nuevo poder fascista. Por primera vez, alguien obligaba a Veloso a echar el freno.

Caetano comenzó a dudar de su futuro musical, pensó en retornar a su intención de profesor o estudiar filosofía o entregarse a la pintura, su otra pasión. Gilberto Gil fue franco y le dijo que si dejaba la música, él nunca volvería a tocar. Pensando en no oír jamás la guitarra de su amigo, Veloso prosiguió. Su ira por no ser entendido se transformó en la inyección de energía para elevar su trabajo. Sacó al mercado dos canciones, que fueron bien recibidas, e hizo oficial su profesión.

En 1967, un grupo de artistas comenzó a reunirse por afinidad. Estaban cansados de la apropiación de la música popular y la bossa nova por parte del gobierno militar, así como de una asociación de esos ritmos con un sentimiento nacional excluyente. Por su parte, la izquierda del país se identificaba con otros ritmos tradicionales. Las posibilidades con las que trabajar se reducían.

Ese mismo año, Veloso participa en el 3º Festival de Música Popular Brasileira, un evento multitudinario en el que se premiaba a la mejor canción. Él participó con Alegria, alegria, un tema de doble rasero en el que la letra criticaba de modo velado la situación política y el inmovilismo del país. El público lo abucheó, Caetano respondió gritando: "No os estáis enterando de nada" y el jurado lo descalificó. Gilberto Gil también había participado.

Lo sucedido fue un cambio de rumbo para Veloso y sus compañeros de reunión. La indignación era suprema, las canciones comenzaban a teñirse de un nuevo sonido, iracundo y contaminado. Fue así como músicos como Gal Costa, Rita Lee, Os Mutantes o Tom Zé; cineastas como Glauber Rocha; poetas como Torquato Neto, o diseñadores como Rogério Duarte siguieron la línea que Veloso, acompañado de Gil, iban a marcar. Este grupo multidisciplinar de artistas acababa de crear la Tropicália, la revolución.

En 1968, el Festival de Música Popular Brasileira se vio copado de propuestas de este grupo, ya que su intención era expandir y estirar los límites de lo que se consideraba la MPB, la Música Popular Brasileira. Este sería su género, sin ataduras. Sus apariciones públicas iban acompañadas de estilismos extremos que mezclaban elementos tradicionales con leotardos, elementos hippies y colores, siempre buscando la androginia.

En el movimiento Tropicália o Tropicalismo no importaba la afiliación política, sino el mensaje, que se podía presentar de muchas formas. Las palabras se entremezclaban para dar lugar a juegos de significados provocativos, al tiempo que se recuperaban figuras como Carmen Miranda, denostada por sus contoneos que ahora imitaban en el escenario.

Mayo del 68 influía en estos jóvenes, tanto como la Contracultura estadounidense. Por ello, la izquierda los detestaba. Las movilizaciones contra Veloso y compañía provenían de ambos espectros políticos, con situaciones tan surrealistas como una marcha de 400 personas en contra de que empleasen guitarras eléctricas para mezclar con bossa nova. Presentados como una parodia, la realidad es que el Tropicalismo fue una vanguardia en donde el arte popular se encontraba con lo erudito, la samba con el jazz, la bossa nova con el rock psicodélico, las referencias a Bahía con las reivindicaciones sociales. El grupo, con Veloso a la cabeza, estaba dinamitando todas las estructuras culturales que podían, ganándose odio y mucho afecto simultáneamente. En 1968, lanzaron el álbum conjunto Tropicalia ou Panis et Circencis, un manifiesto musicado, considerado hoy en día el segundo mejor disco de música brasileña, por detrás de Acabou chorare.

El Tropicalismo duró poco, fue breve, pero tan necesario como fugaz. Tan solo un año después, el grupo se disolvía por las feroces presiones de la dictadura. Un nuevo texto de la legalidad que regía otorgaba poderes absolutos al militar Artur da Costa e Silva, quien comenzó una caza sin piedad contra los opositores.

Durante el último concierto de Os Mutantes, Veloso y Gil cantaron en el escenario junto a una obra de Hélio Oiticica con la imagen del delincuente Cara de Cavalo, ejecutado brutalmente por un escuadrón de la muerte de la policía brasileña. La reivindicación se completaba con la frase: "Sé marginal, sé un héroe". Los rumores entonces se infiltraron a raíz de una denuncia anónima, y acusaron a ambos cantantes de haber mancillado la bandera, de haberse reído del himno y haber ofendido al ejército.

Bajo este pretexto, un grupo militar despertó en febrero a Veloso y Gil, los detuvieron y llevaron en camioneta a una prisión. Les raparon la cabeza y los afeitaron, para señalarlos. Después de una lectura imperceptible de cargos, resumidos en haber sido leídos por las fuerzas del orden como personas izquierdistas, fueron encarcelados durante tres meses. "Caminé derecho y no miré hacia atrás. Caminé con miedo, pensé que me iban a disparar", aseguró Veloso, que también admitió haberse dormido y despertado escuchando llantos y gritos de tortura.

En prisión leyó El extranjero de Camus, vio las primeras fotos de la Tierra vista desde el espacio en una revista de contrabando y se acordaba del día de su boda, el más surrealista que había vivido. Recordaba aquel 29 de noviembre de 1967 en Salvador, cuando miles de personas colapsaron las avenidas alrededor de la iglesia en la que Veloso y Dedé se iban a casar, él de naranja para evitar el smoking y ella de rosa, un vestido corto con capucha. Se había ordenado secreto absoluto, sin embargo, la avenida Sete de Setembro era una muchedumbre deseosa de ver a los novios, de llorar por él, por el icono.

La mañana de la boda, un locutor de radio había filtrado la ubicación y la hora en bucle. Las chicas uniformadas habían llenado la iglesia y cantaban Alegria, alegria con tanta intensidad que la madre de Veloso, la matriarca, se desmayó. La boda se celebró, pero tanto a él como a ella le faltaban mechones de pelo al final de la ceremonia.

Tanto Caetano como Gil salieron de la cárcel en arresto domiciliario y con el consejo de abandonar el país si alguna vez querían recuperar la libertad. Recaudaron fondos para financiarse el proceso y partieron a Reino Unido, en donde sus ídolos habían compuesto.

Al otro lado del Atlántico no eran apenas nadie, no llenaban teatros. Brasil es a día de hoy una potencia con sus propias discográficas e independiente del monopolio anglosajón. Sus ritmos fueron robados por países como Estados Unidos, pero no sus cantantes. Ese país de 200 millones de personas es una isla lusófona rodeada de mar e hispanohablantes, por ello se ha generado un mercado interno en el que artistas locales llenan estadio. Músicos como Roberto Carlos podían vender hasta tres millones de discos en época navideña. Pero fuera de Brasil, pocos eran reconocidos como genios.

Veloso y su eterno amigo se integraron en el barrio de Chelsea, lleno de músicos y jam sessions. Ayudaron a crear el festival Glastonbury y grabaron sus discos del exilio, combinando inglés y portugués. Estos trabajos vendieron millones cuando pudieron estrenarse de manera oficial en Brasil. Sin embargo, a Caetano le preocupaba y angustiaba el aislamiento que padecían, la falta de cartas, de comunicación.

En 1971, tras dos años de silencio, una carta de Maria Bethánia hizo rejuvenecer a Veloso, por aquel entonces de 29 años. Su hermana le anunciaba que le habían concedido un permiso especial para regresar a casa a celebrar los 40 años de matrimonio de sus padres, en Bahía. Sin embargo, al aterrizar en Río de Janeiro, un grupo de militares se llevó a Caetano, separándolo de su mujer y su familia. Durante seis horas fue interrogado.

El cantautor no podía creer lo que escuchaba en aquel cuartel. Los agentes le ofrecían componen una canción sobre la gigantesca autopista transamazónica que el gobierno dictatorial estaba construyendo. Tras intentar negociar por las buenas y las malas, lo dejaron ir a casa con la negativa como respuesta final. Solo le advirtieron que bajo ningún concepto se afeitase o se cortase el pelo. En Europa no podían percibir que le hubieran torturado. De hecho, el Gobierno lo obligó a salir en televisión para aparentar normalidad.

En su vuelta a Londres, Veloso estaba más tranquilo y alegre. Se animó a ofrecer su primer concierto con público y, gracias a ello, en agosto pudo volver a Brasil invitado por João Gilberto, muy al tanto de su situación. El icono musical garantizó a Caetano que estaría seguro, que lo había pactado con el régimen. Compartieron escenario y el niño que vivía en el cantautor se nutrió como nunca para volver a Reino Unido.

Ofreció su segundo concierto londinense en un espectáculo que fue cubierto por la prensa europea. Lo llamaron ídolo, una suerte de Mick Jagger brasileño, una estrella incomprendida en el extranjero, un fenómeno localmente universal. Terminó su segundo disco en el exilio y lo llamó Transa, como la gigantesca carretera junto al Amazonas. La dictadura tenía un disco, pero no el que hubieran deseado.

En 1972, Veloso y Gil pueden regresar a Brasil y allí encuentran que el Tropicalismo ha crecido, que es popular, que incluso es vulgar en sus formas porque es general entre la población. El rock, el fado, el reggae, la samba y el rap se encontraban con los acordes tradicionales y una poética inusitada. Caetano adquirió entonces el estatus de poeta romántico y afilado comenantiene.

La izquierda miraba de soslayo a ese cantautor de sexualidad ambigua y expresión poco comprometida en apariencia, pero todo ello provenía de la incomprensión. Aquel hombre que se contoneaba como Carmen Miranda tenía un discurso político que no aburría, que no empleaba el método habitual y vago, la retórica del opresor. A medida que pasaban los años y los discos de Veloso, más se entendía su mensaje, su intención y su arte.

Caetano se desplazaba por el mundo, por todos los continentes, y bebía de todo aquello que no llegaba a su país, como ellos no llegaban al exterior. Aumentó su capital cultural y anualmente estrenaba un disco, una gira de conciertos y un posterior disco con sus mejores directos. Incansablemente forjó una trayectoria única y en la transición de los años a los 90, al tiempo que caía la dictadura, Veloso entregó sus mejores discos, algunos de los mejores sonidos brasileños de la historia.

Con el paso de las décadas, Caetano ha conseguido librarse de etiquetas, superar polémicas, amoldarse a los tiempos y no perder su perspectiva, pese a la insatisfacción personal. Ha celebrado los 25 y 50 años del Tropicalismo, su amistad con Gilberto Gil, sus dos matrimonios y la familia que ha montado.

Recientemente celebró con ironía la desclasificación del interrogatorio y el informe policial de su detención. La dictadura acusaba en sus escritos a Veloso de "terrorismo cultural" por hechos que, según él, jamás ocurrieron salvo en rumores. Le acusaban de haber alterado el himno por la letra de su canción Tropicália. Tras un ataque de risa, concluyó: "No puede ser que alterase el himno con esa canción. ¡Los versos del himno son endecasílabos y los de Tropicália más largos, con una sílabas más largas y absolutamente más poéticas!".

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