Opinión

El largo verano del káiser

En la primera semana de mayo de 2016 aterrizaron a la vez el rock, la democracia liberal y la alta costura en Cuba. Los Rolling Stones tocaron frente a medio millón de personas en La Habana, Barack Obama visitó la isla de Fidel Castro y Chanel desfiló por el Paseo del Prado, su primera vez en la capital cubana. Mick Jagger y el presidente yankee coparon titulares. Pero, como siempre, Karl Lagerfeld (Hamburgo, 1933-2019) no dio declaraciones.
Karl Lagerfeld
photo_camera Karl Lagerfeld. EP

El fallecido diseñador alemán revivirá de manera esporádica el próximo 1 de mayo gracias a la Met Gala. La obra, legado y metodología de trabajo de Karl Lagerfeld son la temática y el código de vestimenta obligatorio de la celebración. Entre el desembarco en Cuba y el homenaje póstumo han pasado siete años, el número favorito y de la suerte del modisto. Aunque quizás ese dato fuese mentira, como fue todo en su vida y puede que incluso en su muerte. Con él, nunca se sabe.

Karl Lagerfeld ni siquiera es Karl Lagerfeld, sino Lagerfeldt. Retiró la última letra para hacer más fácil la pronunciación a su clientela. Así sería más sencillo aparecer en conversaciones, ser el boca a boca sin que se traben las lenguas. Sin provocar el pudor de los ricos al equivocarse hablando. El modisto aseguró ser descendiente de familia sueca, de familia real o de nobleza germana y su fecha de nacimiento es inexacta. Él contradice a la partida de nacimiento y sus testigos rivalizan con los que le llevaron la contraria.

El diseñador alemán era, en realidad, hijo de un empresario visionario que a principios del siglo pasado se había desplazado a Estados Unidos para observar su modelo industrial. El gran terremoto de San Francisco lo sorprendió durante ese viaje, pero su sacudida vital llegaría décadas más tarde. A su vuelta, Lagerfeldt padre decidió montar una fábrica de leche condensada e importar leche evaporada desde EE UU

La compañía crece rápidamente y se convierte en un filón comercial con inmensos beneficios. El padre del diseñador se casó entonces con la hija de un político local, católico y de derechas para afianzar su estatus social. La mujer era una excelente violinista sin intenciones de trabajar o vivir de ello, formada también en filosofía, fe y literatura.

Mentir sobre si era nobleza o sueco y sobre el año de su nacimiento protegía, en realidad, al modisto de preguntas incómodas para las cuales no tenía respuesta

Decidieron ampliar la familia y en 1931 nació la hermana de Lagerfeld, quien posteriormente llegó al mundo en 1933 acorde a los registros legales. El verdadero motivo, según los biógrafos del diseñador, detrás de tanta farsa es alejarse absolutamente de la realidad vinculada a sus orígenes.

Alemania, años 30. La familia Lagerfeldt es una de las favoritas del régimen nazi por sus productos alimenticios, altos en proteínas para nutrir al ejército y a la población asolada por la crisis. El gobierno de Hitler favorece con descaro a la compañía de leche condensada y ofrece al matrimonio un pequeño palacete al norte de Hamburgo, el cual aceptan. 

Mentir sobre si era nobleza o sueco y sobre el año de su nacimiento protegía, en realidad, al modisto de preguntas incómodas para las cuales no tenía respuesta. Si hubiese nacido, como afirmaba él, en 1938, a nadie se le ocurriría indagar en un "¿dónde estaba usted entonces? ¿y su familia?". Lagerfeld afirmó en múltiples ocasiones que sus padres lo criaron en la inopia absoluta de lo que era un nazi ni lo que defendían. En aquel palacete germano solo se hablaba de la filosofía de la fe.

Una investigación periodística, con testimonios de compañeros de clase y profesores, tumbó la versión que el diseñador y sus primos habían creado para cubrirse. Con la primera pieza de dominó en el suelo, Lagerfeld decidió abrirse ligeramente al público.

El alemán era un zote académico en apariencia, no le interesaba para nada la escuela ni las clases. No era incapaz o limitado para estudiar, solo desinteresado. Pasaba las horas dibujando, bocetando y pensando en planos. Las artes visuales ocupaban la mayor parte de su tiempo. Se fijó como objetivo entonces salir de esa ciudad, de ese país y de aquella rectitud. 

Consiguió el beneplácito de sus padres y la única frase maternal que recibió en la despedida fue: "Márchate de Alemania, este país está muerto"

Sus padres le prohibieron ser bailarín o sacerdote, todo lo demás le estaba permitido. Intentó en un primer momento dedicarse a la ilustración, con pésimos y frustrantes resultados. La madre de Lagerfeld despreció desde el principio su vocación, cuando solo era un niño. A su padre, sin embargo, no le daba tiempo ni de juzgar las decisiones vitales que se tomaban en su palacio prestado.

La figura maternal fue clave en la formación del diseñador. Aquella mujer burguesa y de autoproclamada nobleza estimulaba lo intelectual de todos sus hijos y durante las comidas solo podía hablarse del alma, de lo espiritual o de la razón. Durante estas reuniones corales, la madre realizaba cuestiones complejas que requerían de cierta maldad en la respuesta. Si Karl tardaba más de 10 minutos en responder, la mujer lo abofeteaba por no ser inteligente ni mordaz.

"La gente decía que mi madre era cruel. Pero no, nada de eso. O, por lo menos, no solo eso. Era mucho peor. Era irónica", reconoció en una entrevista a una revista francesa a comienzos de la pasada década.

Con los ojos fijados en el oficio de la moda, Lagerfeld afina el tino y cuando cumple 20 años pone todo su empeño en mudarse a París, estudiar y trabajar en el sector desde el lugar más importante para ello. Consiguió el beneplácito de sus padres y la única frase maternal que recibió en la despedida fue: "Márchate de Alemania, este país está muerto". No había lugar al ánimo ni el refuerzo. Tras aprobar los exámenes, ingresó en un Lycée Montaigne, donde se especializó en historia y dibujo.

Pasó dos años en la capital de Francia combinando estudios con pequeños trabajos, introduciéndose poco a poco en un mundo competitivo. Este período resulta extraordinario porque según el modisto aquí tenía solo 17 años, aunque las fuentes oficiales dicen que 22. En ese lustro se marca la diferencia entre prodigio o talento trabajador.

Su corte resultaba rompedor, envolvente y sin una forma definida. No consiguió nada, salvo que dos años después Givenchy y Balenciaga comerciasen con esa misma silueta en sus respectivos colores insignia

En 1954, Lagerfeld decidió presentarse a un concurso público de diseño organizado por el Secretariado Internacional de la Lana. Las personas ganadoras conseguían acceso como aprendices a casas de alta costura, en función de la categoría a la que se presentasen. El alemán prefirió confeccionar un abrigo. Su corte resultaba rompedor, envolvente y sin una forma definida. No consiguió nada, salvo que dos años después Givenchy y Balenciaga comerciasen con esa misma silueta en sus respectivos colores insignia.

Al año siguiente, decidió presentarse de nuevo al mismo certamen, en la misma categoría, pero con un enfoque diferente. En esa ocasión, fue llamado a recoger el premio al mejor abrigo. Los presentes recuerdan el momento como la única vez que Lagerfeld se puso nervioso. Hablo empleando cultismos y con una velocidad exagerada en un francés casi perfecto, como si lanzase un órdago público a quien pensase limitarlo por ser alemán.

En la foto del momento, Karl posó junto al ganador del galardón análogo en la categoría de vestido. Sin saberlo, en aquel apretón de manos se había forjado algo más. Aquel joven se llamaba Yves Saint Laurent y con los años se convirtió en el principal antagonista de Lagerfeld. Una rivalidad tan estridente que nunca hizo falta cruzar declaraciones.

Gracias a esa victoria, el alemán comenzó su formación como aprendiz en los talleres de Balmain. En el tiempo del imperio de la siluetas fluidas y liberadas impuestas por Coco Chanel y el New Look de Christian Dior, Lagerfeld decidió apostar la imitación como supervivencia. Tras tres años sin ascender, se cansó. Lo dejó. Abandonó el taller de Balmain con la frase: "No nací para ser asistente".

La firma de Lagerfeld era por aquel entonces prácticamente una insignia, aunque no por el valor osado de sus diseños sino por la solvencia y capacidad de reflotar buques del lujo a la deriva

De aquel audaz desaire surgieron dos constantes en la vida del diseñador: el carácter temperamental y las mudanzas laborales. Lagerfeld pasó a diseñar piezas sueltas que vendía y perfeccionaba según la casa de costura que decidiese comprar el boceto. Tras muchos intercambios, House of Patou lo designó director creativo, un cargo muy relevante para alguien de su corta edad. De hecho, las primeras críticas fueron demoledoras. Sus diseños no eran comprensibles ni útiles, parecían esculturas de tela. Intentó adaptarse, pero terminó dimitiendo.

Volvió a sus labores de modista liberado y comerciante. Con la firma Tiziani llegaría a vestir a Elizabeth Taylor y sus colaboraciones con Valentino, Krizia y otras casas le permitían sobrevivir alimentándose él mismo y una fama de murmullo en los círculos del sector. Entró a formar parte de la firma Chloè en 1964 e introdujo el concepto bohemio y romántico que posteriormente vertebraría la estética hippie. Camisas amplias, colores pastel, pantalones campana, piezas de cuero y bordados de colores. Pero como todo, llegó a su final.

En 1967, la casa de pieles y accesorios italiana Fendi decidió contratarlo para modernizar sus productos. Lagerfeld cumplió con creces. La ardilla y el conejo pasaron a ser piezas de alta costura y su osadía le permitió morir al cargo de dicha compañía, tras más de 40 años al frente. Decidió mudarse a Italia y profundizar en sus conocimientos estudiando Historia del Arte.

La firma de Lagerfeld era por aquel entonces prácticamente una insignia, aunque no por el valor osado de sus diseños sino por la solvencia y capacidad de reflotar buques del lujo a la deriva. Esto hace poco honor a su obra y legado, que sí definió cómo iba a vestir el resto del planeta.

Durante la siguiente década, el alemán se corona con piezas legendarias por su excentricidad, testigo que recogería Thierry Mugler. A Lagerfeld pertenece el bañador con agua burbujeante brotando al frente, un vestido-automóvil con un escote de parrilla de radiador y parachoques o una inacabable montaña de sombreros inútiles que desafiaban la arquitectura téxtil. Y tras definir su estilo, decidió destrozarlo yendo hacia atrás en el tiempo.

Durante 18 años se amaron sin intimar, la alquimia de los cuerpos no interesaba para nada a Lagerfeld, que solo gozaba del mundo cultural que le aportaba el aristócrata

Sus pasarelas se llenaron de zapatos imposibles de calzar, bicornios de la época napoleónica, corsés de hueso, rellenos de espuma que construían chaquetas y faldas pero por fuera y no por dentro o vestidos de tejidos restrictivos, carcelarios por sus costuras asfixiantes. Su amor desmedido hacia el siglo XVIII se hizo pleno y a finales de los 70 sus pasarelas casi podrían considerarse pasos militares.

Lagerfeld presumía, décadas después, de haber sido un gran superviviente en forma y fondo a esos años de excentricidad entendida como genialidad. Aunque su vida privada, sin embargo, no gozaría de esa misma salud. En 1971, el alemán se emparejó con el amor de su vida, el aristócrata maldito Jacques de Bascher. Fue la hermana de una de los amigos del diseñador quien los presentó, en una exclusiva discoteca. Pero la sombra de Yves Saint Laurent asomaba de nuevo. "Cuando lo conocí, conocí al diablo hecho hombre, aunque con la cara de Greta Garbo", expresó el diseñador.

Durante 18 años se amaron sin intimar, la alquimia de los cuerpos no interesaba para nada a Lagerfeld, que solo gozaba del mundo cultural que le aportaba el aristócrata. Por su parte, de Bascher sí apreciaba el sexo en toda su lujuria. No diferenciaba géneros ni prácticas, era adicto y consumado. Sabiendo y permitiendo esto, el alemán alentó a su pareja a intervenir en la vida emocional de Yves Saint Laurent, felizmente emparejado. Forzó a su rival a ser infiel y lo destrozó con una puñalada calculada que nadie vio venir.

Después de una relación sadomasoquista con la némesis de su pareja, de Bascher contrajo sida. Falleció agónicamente en un hospital, joven, con una belleza devorada por completo. A su lado, Lagerfeld lo salvaguardó hasta el final y desde entonces, el alemán pasó a vivir de luto.

No solo dio una nueva vida al traje dos piezas de la maison o recuperó las camelias, sino que Lagerfeld aportó el icónico logo de la doble C cruzada

Lagerfeld se había labrado una vida social con las élites de su época, forjando amistades legendarias. Warhol se había obsesionado con él, al tiempo que el alemán regalaba las polaroids que le sacaba. "Para qué quiero algo de él si tengo algo valioso, algo de mi amigo Helmut Newton", afirmó en varias ocasiones. De todos ellos aprendió el poder total de la imagen y comenzó a dominarla. Su lengua ácida y hábil mano encontraban ahora la manera de crear una narrativa perfecta a través de la fotografía.

La fama definitiva y por la que llegó hasta nuestros días dió comienzo en el año 1983. La casa de alta costura Chanel no terminaba de cicatrizar sus heridas por la pérdida de su soberana cuando las cuentas dejaron de cuadrar. Sus colecciones se reducían con la velocidad con la que las antiguas fortunas de su clientela se desvanecían ante los nuevos ricos, los empresarios, las new politcs. Entonces, ante un agujero que solo se llenaba gracias a perfumes y bolsos, la empresa —el núcleo duro de la contabilidad— decide fichar al salvador de otros como ellos. Karl Lagerfeld asume el mando de un buque a la deriva.

El alemán desembarcó con la convicción de que no había que inventar nada, sino renovar la esencia. Con los principios que mademoiselle Chanel había promulgado, el diseñador se hizo un traje a medida. Con mano férrea hizo que el estilo de un momento se convirtiese en la tendencia atemporal. No solo dio una nueva vida al traje dos piezas de la maison o recuperó las camelias, sino que Lagerfeld aportó el icónico logo de la doble C cruzada.

Catapultó una casa en ruinas hasta convertirla en una empresa con un valor actual estimado de casi 8 mil millones de euros. La firma se convirtió también en el laboratorio del arte del siglo XXI, como Lagerfeld denominaba a la moda. Pintó todos sus bocetos con maquillaje, nunca con lápiz o carboncillo, siempre de la misma marca, una paleta personalizada para él. Sus obsesiones y megalomanía se hicieron públicas. Y, abrazando esta nueva imagen, aceptó sin pudor el mote de káiser. Emperador de la moda.

Con el paso de las décadas, su impacto no menguaba. Lagerfeld construía las tendencias, incluso cuando la competencia se disparaba con Galliano en Dior, McQueen en Givenchy y el renacimiento de Balenciaga y Gucci. Chanel optó por ser el zeitgeist, hablar de su tiempo. El alemán destruyó las pasarelas para llevar su visión a un nuevo nivel: la performance. Un cohete, la Gran Muralla china o un iceberg auténtico traído desde un polo son algunas de sus excentricidades.

Lagerfeld afrontó una masiva pérdida de peso, de más de 40 kilos en 13 meses. Una dieta peligrosa que le obligaba a tomar 10 refrescos de cola light. Presentó entonces su icónica imagen: traje negro, camisa blanca de cuello alto con el que ocultar su papada, cabello blanco y con polvo de talco, una coleta baja y gafas de Sol. En el camino, acumuló hasta 300.000 libros, su posesión más preciada y que consideraba "un exceso para cualquier individuo". La suya es una de las colecciones privadas más grandes de la Historia.

El káiser enalteció la juventud, jamás la infancia, y dio importancia a lo efímero, el canon, la belleza clásica

El káiser enalteció la juventud, jamás la infancia, y dio importancia a lo efímero, el canon, la belleza clásica. Detestó a la gente fea y los leggins. Pero también a la obesidad, la sensibilidad del credo musulmán, el movimiento MeToo… Una larga lista de odios y fobias que no ocultó. Intentó enmendarlo, a quien quiera creerlo, que su errática personalidad era en realidad una forma de performance, una declaración de intenciones con la que poner luz sobre materias sensibles con énfasis y atención mediática.

Lagerfeld permaneció intocable en su trono de emperador durante décadas. No dio signos de debilidad hasta enero de 2019, cuando se ausentó por vez primera de un desfile. Había arreglado ya los testamentos, incluido en el que su gata se convertía en multimillonaria. Falleció por un cáncer indeterminado, de próstata o páncreas posiblemente. Lagerfeld hizo suya una vez más su famosa cita: "Solo hago las cosas que nunca he hecho". Entonces, murió para no hacerlo dos veces.

Pidió no recibir un funeral de espectáculo y ser incinerado. Un tercio fue mezclado con las cenizas de Jacques de Bascher, otra fracción fueron depositadas junto a su madre y el tercio restante reposa en una tumba, con una fecha de nacimiento falsa. O no.

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