Opinión

Las siestas de Babilonia

No es habitual, pero puede ocurrir que al salir del cine uno se encuentre tan cansado físicamente como si hubiese estado corriendo durante tres horas. De hecho, este es un tipo de cansancio por lo ajeno, de saber lo exhausto que es aquello que acabas de ver y agotarse por empatía. Salía de la sala tras ver Babylon, de Damien Chazelle, pensando en las agujetas que me esperaban.
Una escena de 'Babylon'. EP
photo_camera Una escena de 'Babylon'. EP

La nueva película del director de La La Land y Whiplash es continuista respecto a la temática que parece habitual en su cinematografía: Hollywood y la fama. En este caso, Babylon pone el foco sobre ese breve periodo de tiempo crucial que fue la aparición del cine sonoro y la desaparición de toda una industria, que dio lugar a una nueva. Eran otros tiempos, otras estrellas, otro sistema, otra manera de rodar; pero la nostalgia es la misma de siempre. Quizás por ello, por su autoconsciencia y ganas de representación, la crítica y la industria ha dado la espalda a esta película, que no es mala; solo excesiva. Pero, ¿no era eso Babilonia?

La comparación inevitable del Hollywood del momento con la capital de Mesopotamia es un juego simbólico que va más allá de lo facilón y las apariencias. Las mansiones de las estrellas del cine mudo que se alzaban sobre desierto y aguardaban allá donde menos se espera, en lugares remotos para organizar las fiestas más bacanales posibles, no distan mucho de los grandes palacios donde la bebida, el sexo, la lujuria, lo pecaminoso y lo deshonroso sucedía en la antigua Babilonia, hechos que despertaron supuestamente la ira de Dios y propició su caída.

Babilonia se convirtió por esfuerzo propio en la capital de la diversión y el vicio mucho antes de que el primer neón zumbante se instalase en Las Vegas. Las legendarias celebraciones que tenían lugar en la capital de Mesopotamia eran maratones exigentes con las piernas y los órganos vitales, a los que se les demandaba capacidad para soportar alcohol, comida y substancias similares a las drogas.

En el Hollywood de los años 20, esto ocurría con tanta frecuencia que los periodistas se infiltraban para dar parte de las extravagancias y eventos que ocurrían durante las extenuantes horas de aquellas orgías de jazz, cocaína, baile desenfrenado y abuso de poder. Nellie LaRoy, el personaje de Margot Robbie, es el ejemplo perfecto de ese modelo de actriz capaz de bailar durante horas con más drogas en sangre que nutrientes para ser vista, para poder mostrar lo que en las audiciones no le habían permitido mostrar. A diferencia de en Babilonia, las celebraciones en Hollywood eran tanto un trabajo como una oportunidad.

Las estrellas del cine mudo gozaban del parapeto de la ignorancia del público y la ventajosa tendencia a fabricar realidades más satisfactorias que la posible, por ello las voces del sistema de estrellas eran motivo de especulación y su ausencia daba lugar a la proyección de los deseos más íntimos. Por ello, con la llegada de la posibilidad de captar y reproducir sonido también apareció la posibilidad de captar y reproducir el fracaso y el miedo. No serían pocos los rostros más carismáticos que pasarían a morir por su timbre o dicción. Y en Hollywood la muerte no espera, llega de noche mientras duermes y lo primero que corta son las líneas telefónicas. Nadie cogerá tus llamadas y nadie te dirá la verdad.

La bancarrota era el final más digno para aquellos intérpretes malditos, por mucho que hubieran intentado adaptarse al sonido. Hay algo peor que decepcionar al público, que había depositado en ti la confianza de cumplir sus expectativas, y es provocarles la burla. El ridículo propio y ajeno empodera al espectador para sacar pecho y señalar en su adquirida condición de juez popular que viene de regalo con el pack familiar de palomitas y refresco.

La película de Chazelle plasma todo esto con un ritmo frenético que no hace volar las tres horas de metraje, pero que las alivia. Si Rubens hubiera tenido una cámara y pudiese haber gozado del cine, esto hubiera sido el resultado final. El barroco supura la pantalla y llega al espectador con una carga de belleza que abruma, que enloquece a la pupila incapaz de fijarse en un solo elemento y sobrecarga de estímulo a la parte del cerebro encargada de entender qué hace toda esa gente desnuda, por qué hay una arquitectura así en ese lugar, de dónde ha salido ese elefante o cómo un humano puede bailar de modo.

En medio de todo ese exceso, florecen ciertas verdades y respuestas para los que se empeñan en buscarlas. La industria del cine mudo era una batalla constante cimentada sobre un grupo de trabajadores incansables que operaba bajo el pulso frenético de la producción. El cine sonoro era un estudio, era calor y mucha gente, eran horas y frustración. Estas sustituciones son el pulso incansable del avance histórico, como sucede al periodismo con internet, a la televisión con la radio, al coche con la bicicleta, al teléfono con la carta. Más lento, más rápido; pero ocurre.

Babilonia fue el sobrenombre que decidió darle el cineasta vanguardista Kenneth Anger a su crónica desenfrenada de lo que ocurría en aquel primer Hollywood y entre sus estrellas. Fue la base amarillista y permanece como un estandarte de prensa rosa que forjó la mitología alrededor de estrellas en blanco y negro. Hollywood Babylon es el escándalo en papel y tinta, por momentos también en fotografía. Es la prueba que Dios habría deseado presentar en Babilonia para justificar su sentencia contra el pecado.

El excesivo barroco festivo de Chazelle exige al público atención y empatía por esos cuerpos de goma y acero que todo lo resisten sin perder un ápice de belleza. Las piernas se anquilosan, la espalda se tensa, las nalgas se pinzan y, en general, el cuerpo se agota con el disfrute de otros. Entre todo ese caos, comencé a envidiar a los que dormían.

Pensé de manera inevitable en cómo serían las siestas en Babilonia tras aquellas celebraciones, en cómo de bueno sería el descanso tras el endiablado cansancio del vicio y en cómo no todos festejaban en aquel lugar que Dios destruyó, en cómo habría alguien durmiendo que pagó por su placentera, calmada y particular fiesta.

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